martes, 15 de diciembre de 2009

LIBROS APOCRIFOS

INDICE DE LOS LIBROS APOCRIFOS

Evangelio de Santiago

Extractos de Mateo

El Evangelio del Pseudo-Tomás

Libro de Tomás el Israelita.

Libro del Tránsito de la Santísima Virgen, Madre de Dios

Transición de Mana, Árabe

José el Carpintero

Los EVANGELIOS DE LA PASIÓN

Evangelio de Nicodemo

1º Evangelio de Pedro

Evangelio de Tomas

Los Evangelios gnósticos

Palabras de Jesús

Evangelio de Verdad

Evangelio de Felipe

ANEXOS

PALABRAS DE JESÚS PROVENIENTES DE LOS MANUSCRITOS DEL NUEVO

PALABRAS DE JESÚS PROVENIENTES DE LOS ESCRITOS DE LOS PADRES DE

PALABRAS DE JESÚS PROVENIENTES DE LOS HECHOS APÓCRIFOS DE LOS


Escritos ocultos del Nuevo Testamento, durante siglos por la Iglesia Católica. Revelan la diversidad y fuerza del cristianismo de los primeros siglos. Algunos son contemporáneos, o quizá incluso anteriores a los Evangelios del Nuevo Testamento. Su lectura nos permite en su contexto juzgar mejor la historia del cristianismo y verificar puntos doctrinales.

SON Escritos primeros de los ancianos de la Iglesia. Palabras de Jesús. Y Hechos ocultos de los apóstoles.

Evangelio de Santiago

I Natividad de María, la Santa, la ilustrísima Madre de Jesucristo (Texto integro)

1. (He aquí lo que se lee) en la historia de las doce tribus de Israel: que había un hombre llamado Joaquín, extremadamente rico que aportaba ofrendas dobles diciendo: «El excedente de mi ofrenda será para todo el pueblo, y lo que yo debo ofrecer para la expiación de mis faltas será para el Señor, a fin de que me sea propicio.»

2. Y el gran día del Señor había llegado, y los hijos de Israel aportaban sus ofrendas. Y Rubén se puso frente a Joaquín y le dijo: «No te está permitido aportar tus ofrendas el primero, porque no has engendrado posteridad en Israel.»

3. Y Joaquín se contristó vivamente y se dirigió a los (registros de) las doce tribus de Israel, diciéndose: «Veré en los registros de las doce tribus si soy el único que no ha engendrado posteridad en Israel.» Y buscó y encontró que todos los justos habían suscitado una posteridad en Israel. Pero se acordó del patriarca Abraham y de que Dios, en sus últimos días, le había dado por hijo a Isaac.

4. Y Joaquín se quedó muy contrito, y no se presentó a su mujer, sino que se retiró al desierto. Y allí plantó su tienda y ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches, diciendo para sí: «No regresaré, ni para comer ni para beber, hasta que el Señor, mi Dios me visite, y la plegaria será mi comida y mi bebida.»

II

1. Ahora bien. Ana, su mujer, hacía una doble lamentación y expresaba violentamente su doble pesar, diciendo: «Lloraré mi viudez y lloraré también mi esterilidad.»

2. Y (he aquí que) llegado el gran día del Señor, Judit, su sirvienta, le dijo: «¿Hasta cuándo esta aflicción de tu alma? He aquí llegado el gran día del Señor en que no te está permitido llorar. Pero toma este velo que me ha dado el ama del servicio y que yo no me puedo ceñir, porque soy una sierva y él lleva el signo de la realeza.»

3. Y Ana dijo: «Aléjate de mí; yo no me pondré eso, porque el Señor me ha humillado grandemente. Quizá algún malvado te ha dado ese velo y tú vienes a hacerme cómplice de tu pecado.» Y Judit respondió: «Qué mal podría yo desearte, puesto que el Señor te ha goleado con la esterilidad, para que nos dé fruto en Israel?»

4. Y Ana se sintió vivamente afligida, y se despojó de sus ropas de duelo, y se lavó la cabeza y se puso un traje nupcial y, sobre la hora de nona, bajó al jardín para pasearse. Vio un laurel y se situó bajo su sombra, y rogó al Señor diciendo: «Dios de mis padres, bendíceme y acoge mi oración como bendijiste las entrañas de Sara y le diste un hijo, Isaac.»

III

1 Y, habiendo levantado los ojos al cielo, vio un nido de gorriones en el laurel, y lanzó un gemido, diciendo para sí misma:«¡Desventurada de mí! ¿Quién me ha engendrado y qué vientre me ha dado a luz? Porque he nacido maldita ante los hijos de Israel. Me han ultrajado y expulsado con burlas del templo del Señor.

2. »¡ Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a los pájaros del cielo, porque hasta los pájaros son fecundos ante tí, oh Señor!

3. »¡ Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a los animales de la tierra, porque aun los animales de la tierra son fecundos ante tí, oh Señor.

4. »¡ Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a estas aguas, porque aun estas aguas son fecundas ante tí, oh Señor.

5. »¡ Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a esta tierra, porque aun esta tierra produce frutos a su tiempo y te bendice, oh Señor.»

IV

1. Y he aquí que un ángel del Señor apareció ante ella y le dijo; «Ana, Ana, el Señor ha escuchado y atendido tu súplica. Concebirás y darás a luz y se hablará de tu posteridad en toda la tierra.» Y Ana dijo: «(Tan cierto como) el Señor mi Dios esta vivo, si traigo un hijo al mundo, sea varón o sea hembra, lo llevaré como ofrenda al Señor, mi Dios, y permanecerá a su servicio todos los días de su vida.

2. Y he aquí que llegaron a ella dos mensajeros y le dijeron: «Joaquín, tu marido, viene a ti con sus rebaños. Porque un ángel del Señor ha descendido hasta él, diciéndole: Joaquín, Joaquín, el Señor Dios ha escuchado tu plegaria. Vete de aquí, porque tu mujer, Ana, concebirá en su seno»

3. Y Joaquín partió y llamó a sus pastores, diciéndoles: «Traed aquí tres corderos sin mácula y serán para el Señor, mi Dios; y doce terneros cebados, y serán para los sacerdotes y para el Consejo de Ancianos; y cien cabritos, y serán para todo el pueblo.»

4. Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y Ana, que le esperaba a la puerta de su casa, le vio venir y, corriendo hacia él, le echó los brazos al cuello, diciéndole: «Ahora conozco que el Señor, mi Dios, me ha colmado de bendiciones, porque era viuda y ya no lo soy, estaba sin hijos y voy a concebir uno en mi seno.» Y Joaquín descansó aquel primer día en su casa.

V

1. Al día siguiente presentó sus ofrendas diciendo para sí mismo: «Si el Señor mi Dios me es propicio, me concederá que vea la lámina (de oro) del (Sumo) Sacerdote». Y, una vez que hubo presentado sus ofrendas, fijó su mirada en la lámina (de oro) del (Sumo) Sacerdote, cuando éste ascendía al altar, y no notó mancha alguna en sí mismo. Y Joaquín dijo: «Ahora sé que el Señor ? es propicio y que me ha perdonado todos mis pecados.» Y descendió justificado del templo del Señor y regresó a su hogar.

2. Y los meses de Ana se cumplieron, y al noveno dio a luz. Y ella preguntó a la comadrona: «¿Qué he parido?» Y la comadrona respondió: «Una niña.» Y Ana repuso: «Mi alma se ha glorificado en este día.» Y acostó a la niña a su lado. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña y le dio el nombre de Maria

VI

1. Día a día, la niña se fortificaba. Y, cuando tuvo seis meses, su madre la puso en el suelo para ver si se sostenía en pie. Y, habiendo dado la niña siete pasos, volvió al regazo de su madre, quien la levantó diciendo: «Por la vida del Señor, mi Dios, que no andarás por el suelo hasta el día que te lleve al templo del Altísimo.» Y ella hizo un santuario en su dormitorio y no la dejaba que tocase nada que estuviese manchado o que fuese impuro. Y llamó a las hijas de los hebreos que se conservaban sin macha y ellas la entretenían.

2. Y, cuando la niña alcanzó la edad de un año, Joaquín celebro un gran banquete, al que invitó a los sacerdotes y a los escribas, Consejo de Ancianos y a todo el pueblo de Israel. Y Joaquín presentó la niña a los sacerdotes, y ellos la bendijeron diciendo: «Dios de nuestros padres, bendice a esta niña y dale un nombre que se repita por los siglos de los siglos a través de las generaciones.» Y el pueblo dijo: «Que así sea. Amén.» Y Joaquín la presentó a los príncipes de los sacerdotes, y ellos la bendijeron diciendo: «Dios de las alturas (celestiales), dirige tu mirada a esta niña y bendícela con una bendición suprema, por encima de la cual no haya nada.»

3. Y su madre se la llevó a su santuario del dormitorio y le dio el pecho. Y Ana entonó un cántico al Señor, su Dios, diciendo: «Elevaré un himno al Señor, mi Dios, porque me ha visitado y ha alejado de mí los ultrajes de mis enemigos, y me ha dado un fruto de su justicia, fruto sencillo, (pero) de múltiples aspectos ante él. ¿Quién (pues) anunciará a los hijos de Rubén que Ana da el pecho? Escuchad, escuchad, vosotras, las doce tribus de Israel, Ana está dando de mamar.» Y dejó a la niña descansando en el santuario del dormitorio y salió y atendió a sus invitados. Y, terminado el festín, todos salieron llenos de júbilo y glorificando al Dios de Israel.

VII

1. Para la niña, los meses se añadían (a los meses). Y, cuando alcanzó la edad de dos años, dijo Joaquín: «Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos hecho, no sea que nos la reclame y rechace nuestra ofrenda.» Y Ana respondió: «Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no reclame a su padre y a su madre.» Y Joaquín dijo: «Esperemos.»

2. Y cuando la niña cumplió la edad de tres años, Joaquín dijo: «Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada una, una lámpara, y que (estas lámparas) sean encendidas, para que la niña no vuelva atrás (para mirar) detrás de ella y para que su corazón no se fije en nada de fuera del templo del Señor.» Y ellas así lo hicieron hasta que subieron al templo del Señor. Y el sacerdote recibió a la niña y, abrazándola, la bendijo y exclamó: «El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones, y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel.»

3. Y la hizo sentarse en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia sobre ella, y ella danzó sobre sus pies, y toda la casa de Israel la amó.

VIII

1. Y sus padres salieron del templo llenos de admiración y alabando a Dios todopoderoso porque la niña no se había vuelto (para mirar) hacia atrás. Y María permaneció en el templo del Señor, como una paloma, y recibía su alimento de un ángel del Señor.

2. Y, cuando cumplió la edad de doce años, los sacerdotes se congregaron y dijeron: «He aquí que María ha llegado a la edad de doce años en el templo del Señor. ¿Qué medida tomaremos con ella para que no mancille el santuario?» Y dijeron al Sumo Sacerdote: «Tú, que estás encargado del altar del Señor, entra y ruega por, María, y lo que el Señor manifieste, eso haremos.»

3. Y el Sumo Sacerdote entró con (su ropaje de) doce campanillas en el Santo de los Santos, y rogó por María. Y he aquí que se le apareció un ángel del Señor y le dijo: «Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo, y que éstos vengan cada cual :con una vara, y aquel a quien el Señor muestre una señal, de él será ;ella la esposa.» Y salieron, pues, los heraldos (y se repartieron) por todo el país de Judea, y sonó la trompeta del Señor, y todos los viudos acudieron a la llamada.

IX

1 Y José, soltando sus herramientas, salió para reunirse con ellos. Y, estando todos reunidos, fueron a la busca del Sumo Sacerdote. Este tomó las varas de todos ellos, y penetró en el templó y oró. Y, cuando hubo terminado su plegaria, volvió a tomar las varas, salió y se las devolvió a sus dueños, y no había ninguna señal sobre ellas. La última vara fue la de José, que la recibió. Y he aquí que una paloma salió de ella y voló sobre la cabeza de José; el Sumo Sacerdote dijo a José: «Tú eres el señalado por la suerte para tomar bajo tu custodia a la Virgen del Señor.»

2. Pero José rehusaba, diciendo: «Yo tengo hijos, y soy viejo, mientras que ella es una niña. No quisiera servir de burla a los hijos de Israel. Y el Sumo Sacerdote replicó a José: «Teme al Señor, tu Dios, y recuerda lo que hizo con Datan, Abirón y Coré, cómo, entreabierta la tierra, se sumieron en sus entrañas por causa de su desobediencia. Teme, José, que esto no ocurra en tu casa.»

3. Y José, lleno de temor, recibió a María bajo su custodia. Y le dijo: «He aquí que te he recibido del templo del Señor y que te dejo en mi hogar. Ahora voy a trabajar en mis construcciones y después volveré junto a ti. (Entretanto), el Señor será tu protector.»

X

1. Y he aquí que los sacerdotes se reunieron en consejo y dijeron: «Hagamos un velo para el templo del Señor.» Y el Sumo Sacerdote dijo: «Traedme jóvenes sin mancilla de la casa de David.» Y los servidores partieron y las buscaron, y encontraron a siete jóvenes. Y el Sumo Sacerdote se acordó de la joven María, y de que era de la casa de David, y de que permanecía sin mancilla delante de Dios. Y los servidores partieron de nuevo y la trajeron.

2. Y ellos hicieron entrar a las vírgenes en el templo del Señor, y el Sumo Sacerdote dijo: «Echad a suertes (para saber) quién hilará el oro, el amianto y el lino, y la seda, y la púrpura violeta y la escarlara y la púrpura verdadera.» Y la púrpura verdadera y la escarlata le tocaron a María, quien, habiéndolas cogido, volvió a su casa. Y, en ese momento, Zacarías quedó mudo, y Samuel le reemplazó en sus funciones, hasta que recobró la palabra. Y María, tomando la escarlata, comenzó a hilarla.

XI

1. Y ella tomó su cántaro y salió para llenarlo de agua. Y he aquí que una voz (le) dijo: «Salve, llena de gracia, el Señor es contigo; bendita eres entre todas las mujeres.» Y ella miró a derecha e izquierda, para ver de donde (podía venir) aquella voz. Y, llena de temor, regresó a su casa, dejó el cántaro y, tomando la púrpura, se puso a hilar.

2. Y he aquí que un ángel del Señor apareció delante de ella y le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante del Señor del universo, y tú concebirás por su palabra.» Y ella, habiendo oído (estas palabras), pensó para sí, y dijo: «¿Verdaderamente concebiré del Señor, del Dios viviente? ¿Y daré a luz como toda mujer da a luz?» |

3. Y el ángel del Señor le dijo: «No, María; la potencia del Señor, en efecto, te cubrirá con su sombra, y el santo que nacerá de tus entrañas se llamará Hijo del Altísimo. Y le pondrás por nombre Jesús, porque librará a su pueblo de los pecados.» Y María respondió: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.»

XII

1. Y ella siguió hilando la púrpura y la escarlata y, cuando hubo terminado su labor, la llevó al Sumo Sacerdote. Y el Sumo Sacerdote ; la bendijo y exclamó: «María, el Señor Dios ha glorificado tu nombre, y tú serás bendita en todas las generaciones de la tierra.»

2. Y María, llena de alegría, fue a visitar a Isabel, su prima, y llamó a la puerta de su casa. E Isabel, habiéndola oído, dejó la escarlata (que ella tenía en las manos), corrió hacia la puerta y abrió. Y, al ver a María, la bendijo y exclamó: «¿De dónde que la madre de mi Señor venga a mí? Porque el (niño) que hay en mi vientre ha saltado y te ha bendecido.» Pero María había olvidado los misterios que le había revelado el arcángel Gabriel y, levantando los ojos al cielo, dijo: «¿Quién soy yo. Señor, para que todas las generaciones de la tierra (un día) me bendigan?»

3. Y ella (pasó) tres meses con Isabel, y, de día en día, su seno se abultaba y, presa del temor, volvió a su casa y se ocultó de los hijos de Israel. Y tenía dieciséis años cuando aquellos misterios se cumplieron.

XIII

1, Y llegó el mes sexto (de su embarazo) y he aquí que José regresó de sus trabajos de construcción y, entrando en su hogar, la encontró encinta. El se golpeó el rostro, y se arrojó al suelo sobre un saco y lloró amargamente, diciendo: «¿Con qué gesto levantaré los ojos al Señor, mi Dios? ¿Y qué diré en mi plegaria a propósito de esta muchacha? Porque la recibí de los sacerdote de1 templo y no he sabido guardarla. ¿Quién ha cometido tan mala acción en mi casa y ha mancillado a esta virgen? ¿Es que se repite en mi la historia de Adán? De la misma manera que, cuando él rogaba al Señor, llegó la serpiente y, encontrando a Eva sola, la engañó, lo mismo me ha ocurrido a mí.»

2. Y José se levantó del saco (sobre el que se había arrojado y llamó a María y le dijo: «Muchacha, tú, tan amada por el Señor ¿por qué has hecho esto? ¿Te has olvidado del Señor? ¿Cómo te has atrevido a envilecer tu alma, luego de haber sido educada en el Santo de los Santos y de haber recibido tu alimento de la mano de un ángel?»

3. Ella lloró amargamente y dijo: «Yo soy pura y no he conocido varón.» Y José le dijo: «¿De dónde viene entonces lo que llevas en tu seno?» Ella dijo: «(Tan verdad como que) el Señor mi Dios está vivo, que no sé de dónde ha venido.»

XIV

1. Y José, presa de un gran temor, se alejó de ella y se preguntaba qué podía hacer con ella. Y se dijo: «Si oculto su falta estoy contra la Ley del Señor. Y si la denuncio a los hijos de Israel temo que lo que hay en ella no sea de un ángel y (entonces) me encontraría con haber entregado la sangre inocente a un juicio de muerte. ¿Qué haré, pues? La repudiaré en secreto.» Y la noche le sorprendió en estos (pensamientos).

2. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «No temas por ese niño, pues lo que hay en ella es (obra) del Espíritu Santo. Ella dará a luz a un niño y le pondrás por nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados.» Y José se despertó, y se levantó y glorificó al Dios de Israel por haberle concedido aquella gracia, y continuó guardando a María (bajo su protección

XV

1. Y el escriba Anas fue a casa de José y le preguntó: «¿por que no has aparecido en nuestra asamblea? Y José respondió: «El camino me ha fatigado y he querido reposar el primer día.» Y Anas, habiendo vuelto la cabeza, vio que María estaba embarazada.

2. Y se fue corriendo en busca del Sumo Sacerdote y le dijo: «José, en quien pusiste toda tu confianza, ha pecado gravemente contra la ley.» Y el Sumo Sacerdote le preguntó: «¿En qué ha pecado?» Y el escriba respondió: «Ha mancillado a la virgen que ha recibido del templo del Señor y ha consumado fraudulentamente el matrimonio, sin darlo a conocer a los hijos de Israel.» Y el Sumo Sacerdote exclamó: «¿José ha hecho eso?» Y el escriba Anas respondió: «Envía servidores y encontrarás que la joven está embarazada.» Y partieron los servidores y encontraron (las cosas) como había dicho (Anas). Y llevaron a María y a José para ser juzgados.

3. Y el Sumo Sacerdote dijo: «¿Por qué has hecho esto, María? ¿Por qué has envilecido tu alma y te has olvidado del Señor, tu Dios? Tú, que has sido educada en el Santo de los Santos, que las recibido tu alimento de las manos de un ángel, que has escuchado los himnos sagrados y has danzado delante (del Señor), ¿porqué has hecho esto?» Y ella lloró amargamente diciendo: «(Tan verdad como que) el Señor está vivo, yo soy pura delante de Él y no conozco varón.»

4. Y el Sumo Sacerdote dijo a José: «¿Por qué has hecho esto?» Y José dijo: «(Tan verdad como que) el Señor está vivo, yo soy puro en lo que a ella concierne.» Y el Sacerdote dijo: «No des falso testimonio, sino di la verdad; tú has consumado fraudulentamente el matrimonio con ella y no lo has dicho a los hijos de Israel; no has inclinado la cabeza bajo la mano del Todopoderoso, a fin de que sea bendecida tu posteridad.» Y José guardó silencio.

XVI

1. Y el Sumo Sacerdote dijo: «Devuelve a esta virgen que has recibido del templo del Señor.» Y José se deshizo en lágrimas. Y el Sumo Sacerdote dijo: «Os daré a beber el agua de prueba del Señor, ella hará aparecer el pecado delante de vuestros ojos.»

2. Y, habiendo tomado (el agua del Señor), hizo beber de ella José, y lo envió a la montaña, de la que volvió sano y salvo. Y también dio de beber a María y la envió a la montaña, de la que volvió sana y salva. Y todo el pueblo se maravilló de que ningún pecado hubiera aparecido en su ojos.

3. Y el Sumo Sacerdote dijo: «Puesto que el Señor Dios no ha hecho aparecer vuestros pecados, tampoco yo os juzgo.» Y los dejó marchar. Y José tomó consigo a María, y se fue feliz con ella a su casa. glorificando al Dios de Israel.

XVII

1. Y llegó un edicto del emperador Augusto, que ordenaba el empadronamiento de todo los habitantes de Belén de Judá. Y José dijo: «Voy a inscribir a mis hijos, pero, con esta niña, ¿qué voy a hacer? ¿Cómo la voy a inscribir? ¿Como mi esposa? Me daría vergüenza hacerlo. ¿Como mi hija? ¡Pero si todos los hijos de Israel saben que no lo es! El día del Señor será como quiera el Señor.»

2. Y ensilló su asna, y sobre ella puso a María, y su hijo llevaba el asna por el ronzal, y él les seguía. Y, habiendo llegado a tres millas (de Belén), José se volvió a María y vio que estaba triste, y se dijo a sí mismo: «Quizá lo que lleva en su vientre la hace sufrir.» Y por segunda vez se volvió hacia la muchacha y vio que reía, y le preguntó: «¿Qué te pasa, María, que te veo tan pronto triste como sonriente?» Y ella le contesto: «Es que mis ojos contemplan dos pueblos, uno que llora y se aflige ruidosamente, y otro que se regocija y salta de alegría.»

3. Y, llegados a la mitad del camino, dijo María a José: «Bájame de la asna, porque lo que llevo dentro me abruma y quiere salir a la luz.» Y José la bajó del asna y preguntó: ¿Dónde podría llevarte y ocultar tu pudor? Porque este lugar está desierto.»

XVIII

1. Y encontró allí mismo una gruta e hizo entrar en ella a María, y, dejando a sus hijos cerca de ésta, fue en busca de una comadrona al país de Belén.

2. «Y he aquí que yo, José, caminaba, pero no avanzaba. Y lanzaba al aire mi mirada (inmóvil y como paralizado por el asombro), y miraba el vacío del cielo y lo vi detenido, y los pájaros del. cielo inmovilizados. Y miraba hacia la tierra, y vi una artesa, y a los obreros (sentados a su alrededor) comiendo. Y los que masticaban no masticaban, y los que se llevaban la comida a la boca no se la llevaban, sino que tenían el rostro vuelto hacia el cielo. Y he aquí que unos corderos llevados a pastar no caminaban, sino que permanecían quietos, y el pastor levantaba la mano para golpearles con la vara y la mano quedaba suspendida en el vacío. Y miré el curso del. río y vi las bocas de los caballos (como) suspendidas por encima del agua, y no bebían. Y, de repente, todo recobró su curso ordinario,

XIX

1. Y he aquí que una mujer descendió de la montaña y me preguntó: «¿Adonde vas?» Y yo contesté: «En busca de una comadrona judía.» Y ella me preguntó: «¿Eres de la raza de Israel?» Y yo le contesté: «Sí.» Y ella preguntó: «¿Quién es la que va a dar a luz en la gruta?» Y yo le respondí: «Es mi novia.» Y ella dijo: «¿No es tu esposa?» Y yo le dije: «Es María, educada en el templo del Señor, y que me fue dada por esposa, pero que, sin embargo, no es mi esposa, sino que lo que ha concebido es del Espíritu Santo.» Y la comadrona dijo: «¿Es verdad lo que me cuentas? Y José le respondió: «Ven a verlo.» Y la comadrona le siguió.

2. Y llegaron al lugar en el que estaba la gruta, y he aquí que una nube luminosa la cubría. Y la comadrona exclamó: «Mi alma ha sido exaltada en este día, porque mis ojos han visto prodigios anunciadores de que un Salvador le ha nacido a Israel.» Y, de, repente, la nube se apartó de encima de la gruta, y apareció en la gruta una luz tan grande que nuestros ojos no la podían soportar. Y poco después esta luz se desvaneció, justo en el momento en que apareció el niño y tomó el pecho de su madre, María. Y la comadrona exclamó: «Hoy es un día grande para mí, porque he visto un espectáculo nuevo.»

3. Y la comadrona salió de la gruta y encontró a Salomé, y le lijo: «Salomé, Salomé, es un espectáculo nuevo el que te voy a contar; una virgen ha dado a luz, algo que su condición no le permitia.» Y Salomé repuso: «(Tan cierto como que) el Señor mi Dios está vivo, que si no meto mi dedo y me doy cuenta de su estado, no me creeré que ella ha dado verdaderamente a luz.»

XX

1. Y la comadrona entró y dijo a María: «Déjate hacer, porque no es pequeño debate el que ésta y yo tenemos a cuenta tuya.» Y Salomé quiso darse cuenta de su estado, pero ella lanzó un grito y dijo: «Desgracia para mi incredulidad y desgracia para mi impiedad, porque he tentado al Dios viviente y he aquí que mi mano (se consume) por el fuego y se separa de mí.»

2. Y se arrodilló delante del Señor, diciendo: «Dios de mis padres, acuérdate de mí, porque yo soy de la descendencia de Abraham, de Isaac y de Jacob; no hagas de mí un ejemplo para los hijos de Israel, y devuélveme a mis pobres. Porque tú sabes, Señor, que en tu nombre les prestaba mis cuidados y que mi salario yo lo recibía de tí.»

3. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció y le dijo: «Salomé, Salomé, el Señor ha atendido tu súplica. Acércate al niño, tómalo en brazos y tendrás salud y alegría.»

4. Y Salomé se acercó al recién nacido y lo tomó entre sus brazos diciendo: «Lo adoraré, porque (con él) ha nacido un gran rey para Israel.» E inmediatamente fue curada y salió justificada de la gruta. Y he aquí que una voz le dijo: «Salomé, Salomé, no anuncies los prodigios que has visto, hasta que el niño haya entrado en Jerusalén.»

XXI

1. Y he aquí que José se preparó para salir y para ir a Judea. Y una gran agitación tuvo lugar en Belén, por haber llegado allí unos magos diciendo: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarle?»

2. Y Herodes, al saber esto, quedó turbado, y envío mensajeros cerca de los magos y convocó a los príncipes de los sacerdotes y le interrogó diciendo: «¿Qué es lo que está escrito sobre el Cristo? ¿Dónde debe nacer? Y ellos le respondieron: «En Belén de Judá, porque así está escrito.» Y él los despidió. E interrogó a los magos,, Y los magos respondieron diciendo: «¿Qué signo habéis visto con relación al recién nacido?» «Hemos visto que su estrella, extremadamente grande, brillaba con gran fulgor entre las demás estrellas, y que las eclipsaba hasta el punto de hacerlas invisible con su luz. Y, por tal señal, hemos reconocido que un rey había nacido para Israel y hemos venido a adorarle.» Y Herodes dijo: «Id a buscarle y, cuando le hayáis encontrado, hacédmelo saber, a fin de que yo también vaya a adorarle.»

3. Y los magos salieron. Y he aquí que la estrella que ellos habían visto en Oriente les precedía, hasta que llegaron a la gruta. Y los magos vieron al recién nacido con María, su madre, y saca ron de sus bolsas presentes de oro, incienso y mirra.

4. Y, advertidos por un ángel de que no volviesen a Judea regresaron a su país por otra ruta.

XXII

1. Al darse cuenta de que había sido burlado por los magos, Herodes montó en cólera y envió a asesinos, diciéndoles: «Id y matad a todos los niños de dos años para abajo.»

2. Y María, al enterarse de que habían comenzado a degollar niños, fue sobrecogida por el horror; tomó a su niño y lo envolvió en pañales y lo puso en un pesebre de bueyes.

3. Isabel, habiéndose enterado (ella también) de que buscaban a Juan, lo tomó y partió para la montaña, y buscaba dónde ocultarle y no encontró ningún escondite. Y, dando un profundo suspiro, gritó con voz fuerte: «Montaña de Dios, recibe a una madre con su hijo.» Porque a Isabel le era imposible subir. Y la montaña se abrió y la recibió. Y (sin embargo) le llegaba luz, porque un ángel del Señor estaba con ellos y les protegía.

XXIII

1. Y Herodes buscaba a Juan y envió a sus servidores a ? Zacarías, diciendo: «¿Dónde has escondido a tu hijo?» Y él contestó: «Yo soy el servidor de Dios y permanezco constantemente en el templo del Señor; yo no sé dónde está mi hijo.»

2. Y los servidores se marcharon del templo y anunciaron todo esto a Herodes. Y Herodes, lleno de furor, dijo: «Su hijo debe un día reinar sobre Israel.» Y los envió de nuevo a Zacarías, diciendo: «Di la verdad. ¿Dónde está tu hijo? Porque tú debes saber, en efecto, que tu vida está en mis manos.» Y los servidores se fueron y dijeron todo esto a Zacarías. Y Zacarías dijo:

3. «Yo seré un mártir de Dios, si tú derramas mi sangre. Porque mi espíritu lo recibirá el Señor, porque es sangre inocente la que tú quieres derramar en el vestíbulo del templo del Señor.» Y. hacia el alba. Zacarías fue muerto. Y los hijos de Israel no sabían quién lo había matado.

XXIV

1. Pero los sacerdotes fueron al templo a la hora de la salutación, y Zacarías no vino a bendecirlos, como de costumbre. Y los sacerdotes permanecieron allí, esperando a Zacarías, para saludarle y entonar una plegaria al Altísimo,

2. Y, como tardaba, se llenaron de temor Y uno de ellos, habiéndose envalentonado, entró y vio, cerca del altar, sangre coagulada, y oyó una voz que decía: «Zacarías ha sido matado, y su sangre no desaparecerá (de aquí) hasta que llegue su vengador.» Y, al oír estas palabras, quedó espantado y salió y anunció a los sacerdotes lo que había ocurrido.

3. Y éstos, habiéndose envalentonado, entraron y vieron lo que había ocurrido. Y los artesonados del templo gimieron, y ellos mismos rasgaron sus vestiduras. Y no encontraron el cuerpo de Zacarías, sino solamente su sangre, que se había vuelto dura como una piedra. Y salieron llenos de terror y anunciaron a todo el pueblo que habían dado muerte a Zacarías. Y todas las tribus del pueblo lo supieron, y lo lloraron y se lamentaron durante tres días y tres noches.

4. Y, después de estos tres días, los sacerdotes se reunieron en consejo (para saber) a quién pondrían en el lugar de Zacarías, y la suerte recayó sobre Simeón, el mismo que había sido advertido por el espíritu Santo de que no moriría sin haber visto al Cristo encarnado.

xxv

1. Y yo, Santiago, que he escrito esta historia, cuando sobrevinieron disturbios en Jerusalén con motivo de la muerte de Herodes, me retiré al desierto. Y allí permanecí, hasta que los di turbios se apaciguaron, glorificando al Señor Dios, que me hada la gracia y la sabiduría para escribir esta historia.

2. Que la gracia sea con aquellos que temen a Nuestro Señor Jesucristo, con quien será la gloria por los siglos de los siglos Amén.

Extractos de Mateo

(Extractos) del Evangelio de Mateo

En relación con el evangelio, los dos capítulos del evangelio de Mateo que siguen se situarían detrás del capítulo XX. Aquí se encuentra la mención de la estrella resplandeciente encima de la gruta, y la del buey la mula en el pesebre.

CAPITULO XIII

Por su parte, unos pastores afirmaban haber visto a medianoche ángeles cantando himnos, alabando y bendiciendo al Dios del cielo diciendo que había nacido el Salvador de todos, el Señor Cristo, por quien le sería concedida la salvación a Israel.

Y una inmensa estrella brillaba encima de la gruta, de un tal esplendor como nunca se había visto igual desde el principio del mundo. Y los profetas que estaban en Jerusalén decían que esa estrella señalaba el nacimiento del Cristo, que cumpliría las promesas hechas, no solamente a Israel, sino a todas las naciones.

CAPITULO XIV

Y, el tercer día después del nacimiento del Señor, Maria salió de la gruta y entró en un establo, y depositó al niño en el pesebre, y el buey y la mula le adoraron. Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: El buey ha conocido a su dueño, y la mula el pesebre de su Señor»

Estos mismos animales, que tenían al niño entre ellos, le adoraban sin cesar. Así se cumplió lo que fue dicho por la boca de Habacuc: «Te manifestarás entre dos animales.»

TRANSICIÓN DE MARIA

TEXTO INTEGRO DEL TRANSITO DE MARIA. El Transitus Maria

El Transitas Maria es un apócrifo que relata la muerte y la asunción de la Virgen María. De él se conoce una recensión griega y dos latinas; el más antiguo parece ser el texto griego, que se remontaría al siglo IV o v. Como sucede con los evangelios de la infancia, la dotación del primer texto conocido no debe hacer olvidar el hecho de que se trata sin duda de una tradición bastante anterior.

Estas primeras versiones han dado lugar a numerosas reelaboraciones, de la que la más célebre y más interesante es el Libro del Tránsito de la Santísima Virgen, Madre de Dios, que publicamos aquí, y que fue más tarde atribuido a Melitón, obispo de Sardes, en Lidia, a finales del siglo I LA continuación de este texto, se encontrará un extracto de otro apócrifo del mismo tipo, el Libro árabe del Tránsito de la bienaventurada Virgen María (capítulo VI), que pone de relieve su papel de mediadora entre los hombres y Dios, cara al cristianismo popular

El relato de la muerte de María se desarrolla bajo el signo de los milagros. Es, primeramente, el anuncio a María de su próxima muerte, por un ángel que le entrega una rama de palmera.

Después, la venida de los apóstoles, que son transportados milagrosamente desde su lugar de predicación a la casa de María. Al cabo de tres días, la Virgen muere, y sus funerales tienen lugar en medio de prodigios, entre los que el mismo Jesús se aparece. Finalmente, ocurre la subida del cuerpo de María al cielo.

La influencia de este relato ha sido considerable en las iglesias cristianas de Oriente y Occidente. En los Evangelios canónicos nada se dice en efecto a propósito de la muerte de María. Todas las tradiciones populares que a la misma se refieren, con todos los detalles con ella relacionados, ya sea en el arte —y los artistas de la Edad Media no se privaron de representar este episodio legendario—, ya sea en los cultos litúrgicos (la fiesta del 15 de agosto), no tienen otras fuentes escriturarias que los apócrifos. Por otra parte, la Asunción de la Virgen fue elevada inclusive al rango de Dogma en fecha reciente (por Pío XII, el 1 de noviembre de 1950), siendo así que sólo se trata de ella en estos textos del Transitas Maria.

El Evangelio del Pseudo-Tomás

Libro de Tomás el Israelita.

(Texto integro) filósofo, sobre las cosas que hizo el Señor, siendo niño

CAPITULO PRIMERO

Yo, Tomas Israelita, me dirijo a todos vosotros que habéis renunciado a los errores de los paganos por la fe cristiana, a fin de que conozcáis las maravillas de la infancia de Nuestro Señor Jesucristo y lo que él hizo después de su nacimiento en nuestro país. He aquí el comienzo:

CAPITULO II

El niño Jesús, a los cinco años de edad, jugaba a la orilla de un arroyo, y recogía en pequeñas balsas las aguas corrientes, y las volvía puras enseguida, y con una simple palabra las mandaba. Y, amasando arcilla, formó doce gorriones, e hizo esto un día de sábado. Y había allí otros muchos niños, que jugaban con él. Y un judío, que había advertido lo que estaba haciendo Jesús, fue corriendo a su padre José y se lo contó todo, diciéndole: «He aquí que tu hijo está a la orilla del arroyo y, habiendo cogido barro, ha formado con él doce gorriones y ha profanado el sábado.» Y José se dirigió al lugar donde estaba Jesús y, viendo lo que había hecho Jesús, le gritó: «¿Por qué haces en día de sábado lo que no está permitido hacer?» Pero Jesús, dando una palmada, y dirigiéndose a los gorriones, ordenó: «Volad.» Y los pájaros abrieron las alas y echaron a volar piando. Y los judíos quedaron asombrados a la vista de este milagro y fueron a contar lo que había visto hacer a Jesús.

CAPITULO III

Y el hijo de Anas, el escriba, que había venido con José, se encontraba allí y, con una rama de sauce, hizo correr las aguas que Jesús había embalsado. Y Jesús, viendo lo que hacía, se encolerizó y le dijo: «Insensato, injusto e impío, ¿qué mal te han hecho estas balsas y estas aguas? Ahora tú te vas a quedar seco como un árbol sin raíces y no podrás llevar hojas ni frutos.» Y enseguida él se secó todo entero, y Jesús se marchó de allí y se fue a la casa de su padre, José. Los padres del niño que se había secado lo tomaron en sus brazos, desolados por la desgracia que le había sobrevenido a tan tierna edad, y lo llevaron a José, increpándolo por tener un hijo que hacía tales cosas.

CAPÍTULO IV

Jesús iba atravesando la aldea, y un muchacho, que venía corriendo, fue a chocar contra su espalda. Y Jesús, irritado, le gritó: «No continuarás tu camino.» Y, acto seguido, el muchacho cayó muerto. Y algunos que habían visto lo ocurrido, dijeron: «¿De dónde viene este niño, que cada una de sus palabras se realiza tan pronto?» Y los padres del niño muerto fueron a buscar a José y se quejaron ante él, diciendo: «Con un hijo semejante, no puedes habitar con nosotros en la misma aldea; tienes que enseñarle a bendecir y no a maldecir, porque mata a nuestros hijos.»

CAPÍTULO V

Y José tomó a su hijo aparte y le reprendió diciendo: «¿Por qué haces estas cosas? Esta gente sufre y nos odian, y por tu causa nos persiguen.» Y Jesús respondió: «Sé que las palabras que pronuncias no proceden de ti. Sin embargo, por tí me callaré. Pero ellos sufrirán su castigo.» Y, en ese mismo momento, los que habían hablado contra él se quedaron ciegos. Y los que vieron esto se quedaron atónitos, vacilaban y decían que toda palabra que Jesús pronunciaba, buena o mala, se cumplía y producía un milagro. Y, cuando hubieron visto que Jesús hacía tales cosas, José se levantó le cogió por una oreja y le tiró con fuerza de ella. Y el niño se enfadó y le dijo: «Tú ya tienes bastante con buscar y no encontrar. Has actuado como un insensato. ¿No sabes que soy tuyo? Pero no debes atormentarme por nada.»

CAPÍTULO VI

Un maestro de escuela llamado Zaqueo, que se encontraba allí cerca de ellos, oyó a Jesús hablar así a su padre y se sorprendió grandemente que un niño se expresase de aquella manera. Pasados unos días, fue a buscar a José y le dijo: «Tienes un hijo muy dotado y de mucha inteligencia. Confíalo a mis cuidados, para que aprenda las letras, y, con las letras, le enseñaré toda la ciencia. Y también le enseñaré a saludar a los mayores, a honrarles como antepasados, a respetarles como padres y a amar a los de su edad.»

Y le escribió todas las letras del alfabeto, desde Alfa hasta Omega, explicándole neta y cuidadosamente el valor y la significación de cada una. Y Jesús, mirando al maestro Zaqueo, le dijo: «Tú, que no conoces la naturaleza del Alfa, ¿cómo quieres enseñar a los demás la Beta? Hipócrita, explica primero la Alfa, si sabes, y después te creeremos con relación a la Beta.» Y entonces se puso a hacer preguntas al maestro sobre la primera letra, pero éste no pudo responderle satisfactoriamente. Entonces, en presencia de todas las personas que estaban presentes, el niño dijo a Zaqueo: «Observa, maestro, la disposición de la primera letra, y advierte de cuántas líneas y trazos se compone, y observa cómo hay un rasgo transversal, que atraviesa las líneas que tú ves reunidas, y cómo la parte superior avanza y las reúne de nuevo, triples y homogéneas, principales y subordinadas, de igual medida.» Y le explicó todo lo relacionado con la letra Alfa.

CAPITULO VII

Cuando el maestro Zaqueo oyó al niño exponer tantas y tales cosas sobre la primera letra, se quedó confundido por su sabiduría, y dijo a los asistentes: «Desdichado de mí, yo sólo me he procurado esta causa de pesar. Me he cubierto de vergüenza por traer a mi casa a este niño. Así pues, hermano José, tómalo contigo y llévatelo, porque yo no puedo soportar la severidad de su mirada, ni penetrar el sentido de sus palabras en modo alguno. Este niño no ha nacido en la tierra, es capaz de domar el mismo fuego, y quizá haya sido engendrado antes de la creación del mundo. ¿Qué vientre lo ha llevado? ¿Qué pechos lo han nutrido? Lo ignoro. Ay de mí, amigo mío. Este niño me aturde. No puedo seguir su pensamiento. He cometido un grave error: quería tener un discípulo y me he encontrado con un maestro. Me doy perfecta cuenta, amigos, de mi confusión, pues, viejo y todo, me he dejado vencer por un niño.

Y no me queda sino abandonarme al desaliento o a la muerte por causa de este muchacho, pues en este momento no puedo mirarle cara a cara. ¿Qué responderé cuando digan todos que he sido derrotado por un rapaz? ¿Y qué podré explicar acerca de lo que él me ha dicho acerca de las líneas de la primera letra? Yo no conozco ni el comienzo ni el fin de este niño. Yo te conjuro, pues, hermano José, a que te lo lleves contigo a tu casa. Es algo muy grande, sin duda; es un Dios o un ángel, no lo sé.»

CAPITULO VIII

Y como los judíos le daban consejos a Zaqueo, el niño se echó a reír y dijo: «Que den tus cosas ahora sus frutos y abran sus ojos a la luz los ciegos de corazón. Yo he venido desde arriba para maldecirlos y llamarlos después a lo alto, pues esto es lo que ha mandado el que por vosotros me envió.» Y cuando el niño acabó de hablar, todos cuantos habían sido golpeados por su maldición quedaron curados. Y, desde entonces, nadie se atrevió a provocar su cólera por miedo que los maldijese y los golpease con algún mal.

CAPÍTULO IX

Algunos días después, Jesús se encontraba jugando en una terraza, en lo alto de una casa, y uno de los niños que jugaban con él cayó desde lo alto y murió. Y, al ver lo ocurrido, los demás niños huyeron, y Jesús se quedó solo. Y, llegando allí los padres del niño muerto, acusaban a Jesús de haberlo empujado, y le llenaban de ultrajes. Saltó Jesús desde la terraza y fue a caer junto al cuerpo del niño muerto, y dando una gran voz, le dijo: «Zenón (porque tal era el nombre del niño), levántate y di: ¿He sido yo quien te ha hecho caer?» Y, levantándose al instante, respondió el niño: «No, Señor, tú no me has hecho caer, sino que me has resucitado.» Y los que estaban presentes se quedaron estupefactos. Y los padres del niño glorificaron a Dios por el milagro acontecido y adoraron a Jesús.

CAPÍTULO X

Pasados algunos días, un hombre joven estaba cortando leña, y el hacha se le escapó de las manos y le hizo un corte en un pie, y él murió por haber perdido toda su sangre. Y como mucha gente se acercara a él y se organizara un gran tumulto, también el niño Jesús corrió hacia allá y, abriéndose paso entre la multitud, se acercó. Y tomó entre sus manos el pie herido del hombre y enseguida quedó curado. Y dijo al muchacho: «Levántate, sigue cortando tu leña y acuérdate de mí.» Y la gente, al ver lo que había hecho, adoró al niño, diciendo: «Verdaderamente, el espíritu de Dios reside en este niño.»

CAPÍTULO XI

Y, cuando tenía seis años, su madre le dio un cántaro y lo mandó a buscar agua a la fuente para traerla a la casa. Pero, en medio de la multitud, el cántaro chocó y se rompió. Entonces Jesús, extendiendo el manto que lo cubría, lo llenó de agua y lo llevó a su madre. Y su madre, viendo el milagro que acababa de hacer, lo abrazó, y guardó en su corazón los misterios que veía cumplir.

CAPITULO XII

Había llegado el tiempo de la siembra, y el niño salió con su padre para sembrar trigo en su campo, y, mientras su padre sembraba, el niño tomó un grano de trigo y lo puso en la tierra. Y aquel grano sólo dio cien medidas de trigo. Y, llamando a todos los pobres del pueblo, distribuyó entre ellos el trigo y José se quedó con lo que todavía sobraba. Tenía Jesús ocho años cuando hizo este milagro.

CAPITULO XIII

Su padre era carpintero y hacía en aquel tiempo carretas y yugos. Y un hombre rico le encargó que le hiciera un lecho. Y como la vara de medir que tenía José no le servía en esta circunstancia, una de las piezas le salió más pequeña que la otra, y José no sabía qué hacer. Entonces, el niño dijo a José, su padre: «Pon las dos piezas en el suelo e iguálalas por la mitad.» Y José hizo lo que el niño le había dicho. Jesús se puso al otro lado, tomó la pieza más corta y la estiró dejándola tan larga como la otra. Y José, su padre, viendo esto, se quedó admirado y abrazó a Jesús diciendo: «Estoy feliz de que el Señor me haya dado a este niño.»

CAPÍTULO XIV

Viendo José que el niño crecía en edad e inteligencia, y queriendo que aprendiese las letras, le llevó a otro maestro. Y este maestro dijo a José: «Le enseñaré primero las letras griegas y después las letras hebreas.» Porque el maestro conocía la inteligencia del niño y le tenía miedo. Y, después que le hubo escrito el alfabeto, estuvo largo rato con él, sin que el niño despegara los labios. Por fin. Jesús le dijo: «Si eres verdaderamente un maestro y conoces bien el alfabeto, dime primero el valor de Alfa, y yo te diré luego el de Beta». El maestro, irritado, le pegó en la cabeza.

El niño, dolorido, le maldijo, y el maestro cayó al suelo. Y el niño volvió a casa de José, que quedó muy afligido, y dijo a la madre: «No le dejes franquear la puerta de la casa, porque todos cuantos provocan su cólera caen muertos.»

CAPITULO XV

Y algún tiempo después, otro maestro, que era pariente y amigo de José, le dijo: «Trae al niño a mi escuela, que quizá yo pueda enseñarle mejor las letras, empleando con él sólo buenas maneras.» Y José le dijo: «Tómalo contigo, hermano, si te atreves.» Y el maestro lo tomó con temor y pesar, pero el niño iba con alegría. Y, entrando decididamente en la escuela, encontró un libro que estaba en el suelo y, tomándolo, no leía los caracteres que en él se encontraban, sino que, abriendo la boca, hablaba según la inspiración del Espíritu Santo. Y explicaba la ley a los asistentes. Y, juntándose una gran multitud, le rodeaba, le escuchaba y se admiraba de que un niño se expresase de aquella manera. Al escuchar estas cosas, José se quedó asombrado, y corrió hacia la escuela, temiendo por la salud del maestro. Y el maestro dijo a José: «Sabe, hermano, que yo he tomado al niño por discípulo, pero está lleno de sabiduría y de gracia; te ruego, hermano, que lo lleves contigo a tu casa.» Y cuando el niño oyó estas palabras, sonrió y le dijo: «Puesto que has hablado bien y has dado un buen testimonio, sea por tu causa curado quien fue herido.» Y en aquel instante el otro maestro quedó curado. Y José volvió a su casa con el niño.

CAPITULO XVI

José envió a su hijo Santiago a cortar madera para traerla a la casa y el niño Jesús le acompañó. Y mientras Santiago ataba las ramas, una víbora le mordió en una mano. Y cuando estaba a punto de morir. Jesús se acercó a él y sopló en la mordedura. Y enseguida cesó el dolor y murió el reptil, y Santiago quedó completamente curado.

CAPITULO XVII

Más tarde, sucedió que murió un niño, hijo de un obrero de José, y la madre lloraba mucho. Y Jesús oyó el clamor de sus llantos y gemidos y se apresuró a acudir. Y, hallando al niño muerto, le tocó en el pecho, y dijo: «Yo te ordeno, niño, que no mueras, sino que vivas y te quedes con tu madre.» Y, enseguida, el niño abrió los ojos y sonrió. Y Jesús dijo a la mujer: «Cógelo y dale leche, y acuérdate de mí.» Y cuando el pueblo que estaba allí hubo visto este milagro, decía: «Verdaderamente, este niño es un Dios o el ángel de Dios, porque todo lo que él dice se ejecuta enseguida.» Y Jesús se fue a jugar con los otros niños.

CAPITULO XVIII

Algún tiempo después, se levantó un gran tumulto en una casa que estaban construyendo, y Jesús fue a ver lo que había ocurrido.

Y encontrándose con que un hombre yacía sin vida, le tomó de la mano y dijo: «Hombre, levántate, y continúa trabajando.» Y el hombre se levantó y le adoró. Y la multitud, llena de estupor, decía: «Verdaderamente, este niño viene del cielo, porque ha salvado almas de la muerte, y las salvará durante toda su vida.»

CAPITULO XIX

Cuando alcanzó la edad de doce años, sus padres, siguiendo la costumbre, fueron a Jerusalén por la fiesta de la Pascua, en compañía de otras personas, y después de la fiestas regresaron a su casa. Y mientras ellos caminaban, el niño Jesús se volvió a Jerusalén, y sus padres creían que iba con sus compañeros de viaje.

Pero, después de una jornada de camino, buscaron entre sus parientes y, al no encontrarle, se afligieron mucho. Y entonces regresaron a la ciudad para buscarle y, a los tres días, le encontraron en el templo, sentado entre los doctores, escuchándoles e interrogándoles. Y todos le escuchaban muy atentos, y sorprendidos de que un niño redujese al silencio a los ancianos del templo y a los doctores del pueblo, explicando los puntos principales de la ley y las parábolas de los profetas. Y su madre, María, acercándose, le dijo: «¿Por qué nos has hecho esto, hijo mío? He aquí que tu padre y yo estábamos afligido y te buscábamos.» Y Jesús les dijo: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?» Entonces los escribas y los fariseos preguntaron a María: «¿Eres tú la madre de este niño?» Y María respondió: «Si, lo soy.» Y ellos le dijeron: «Feliz tú entre las mujeres, porque Dios ha bendecido el fruto de tus entrañas. Nunca hemos visto tanta gloria, tanta sabiduría, tanta virtud.» Y Jesús, levantándose, siguió, a su madre, y estaba sometido a sus padres. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia. Gloria a Él por los siglos de los siglos. Amén.

Libro del Tránsito de la Santísima Virgen, Madre de Dios

(Texto integro) CAPITULO PRIMERO

Melitón, siervo de Jesucristo, obispo de la Iglesia de Sardes, a nuestros venerables hermanos en el Señor establecidos en Laodicea, salud y paz. A menudo me he acordado de haber escrito a propósito de un tal Leocio, que tuvo relación con los apóstoles, pero que, arrastrado por su temeridad y por sus opiniones personales, y apartándose del camino justo, introdujo en sus libros muchas cosas relacionadas con acciones de los apóstoles, afirmando cosas verdaderas a propósito de sus virtudes, pero diciendo muchas mentiras acerca de su doctrina, asegurando que ellos habían enseñado lo que no habían dicho Jamás, y estableciendo aseveraciones detestables como si fuesen palabras de ellos. No se detuvo en esto, y ha contado el tránsito de la bienaventurada María, siempre virgen, Madre de Dios, de una manera tan impía que está prohibido en la Iglesia de Dios no sólo leer su libro, sino también oírlo.

Vosotros os preguntáis qué es lo que nosotros hemos aprendido del apóstol Juan; lo escribimos con sencillez y lo dirigimos a vuestra fraternidad, creyendo, no en los dogmas que difunden los herejes, sino en el Padre en el Hijo, en el Hijo en el Padre, en la persona que queda triple en la divinidad y en la sustancia no dividida nosotros no creemos que haya dos naturalezas en el hombre, una buena y una mala, sino que creemos que hay una sola naturaleza buena, creada por el Dios bueno, corrompida por la falta cometida por la astucia de la serpiente y reparada por la gracia de Jesucristo.

CAPITULO II

Cuando Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, crucificado por la vida del mundo entero, estaba atado al madero de la cruz, vio. junto a la cruz, a su Madre, que estaba en pie, y a Juan el evangelista, al que amaba con un afecto especial y más que a los otros apóstoles, porque, el único entre ellos, había permanecido virgen de cuerpo.

A él le encargó cuidar de la santa Virgen María, diciéndole: «He ahí a tu madre; y a ella: he ahí a tu hijo.» Y, desde aquella hora, la santa Madre de Dios quedó especialmente confiada al cuidado de Juan durante todo el tiempo que vivió. Y habiendo echado a suertes los apóstoles qué regiones debían ir a instruir, ella permaneció en la casa de sus padres, cerca del monte de los Olivos.

CAPITULO III

En el vigésimo segundo año después de que Jesucristo, luego de vencer a la muerte, había subido al cielo, María, inflamada del deseo de volver a ver al Salvador, estaba un día sola en un lugar retirado de su casa y vertía lágrimas, y he aquí que un ángel, resplandeciendo con una gran luz, se presentó delante de ella y pronunció las palabras de salutación, diciendo:

«Yo te saludo, a ti que estás bendita por el Señor, recibe la salvación en Jacob por sus profetas; he aquí que he traído una rama de palmera procedente del paraíso de Dios, y que tú harás llevar delante de tu ataúd, cuando, dentro de tres días, hayas sido arrebatada al cielo en tu cuerpo. Porque tu hijo te espera con los Tronos y con los Ángeles y con todas las Potestades del cielo.»

Entonces, María dijo al ángel: «Yo te pido que todos los apóstoles de mi Señor Jesucristo se reúnan en tomo a mí.» El ángel le dijo; «Todos los apóstoles serán traídos aquí hoy por el poder de Jesucristo.»

María dijo: «Te ruego que envíes sobre mí tu bendición, a fin de que ninguna potencia del infierno me ataque a la hora en que mi alma salga de mi cuerpo y a fin de que yo no vea al príncipe de las tinieblas.»

Y el ángel le dijo: «La potencia del infierno no te dañará. El Señor, cuyo esclavo y enviado soy te dará la bendición eterna; Él no me ha dado potestad para concederte no ver al príncipe de las tinieblas; eso es potestad del que tú llevaste en tu seno sagrado y cuyo poder se extiende por los siglos de los siglos.»

Y, habiendo dicho estas palabras/ el ángel se alejó rodeado de una gran luz, y la palma que él había traído brillaba con un resplandor maravilloso.

En el acto, María se revistió con ropas nuevas y tomando la palma que había recibido de la mano del ángel, se dirigió al monte de los Olivos y se puso a rezar, diciendo: «Yo no era digna, Señor, de recibirte, pero tú has tenido compasión de mí; he guardado el tesoro que tú me habías confiado; te pido, pues, Rey de la Gloria, que el poder del infierno no pueda hacerme daño. Si los cielos y los ángeles tiemblan cada día delante de ti, cuánto más, y con mayor razón, debe tem­blar una criatura humana, formada del barro de la tierra, y en la que no reside nada bueno, si no es lo que ella haya recibido de tu bondad. Tú eres el Señor Dios, siempre bendito por los siglos de los siglos.» Cuando ella hubo dicho estas palabras, volvió a su morada.

CAPITULO IV

Ahora bien, he aquí que, mientras el bienaventurado Juan predicaba en Efeso el día del Señor, a la tercera hora, se produjo un gran temblor de tierra, y una nube se elevó a la vista de todos y le transportó ante la puerta de la casa donde estaba la Virgen María, Madre de Dios. Y, empujando la puerta, entró enseguida. Cuando la Santísima Virgen le vio, fue sobrecogida por la alegría, y dijo: «Yo te ruego, hijo mío, Juan, que recuerdes las palabras del Señor Jesucristo, tu maestro, que me recomendó a ti; tengo que abandonar este cuerpo dentro de tres días, y he oído a los judíos que celebraban consejo y que decían: «Esperemos al día en que muera esta mujer, que ha llevado a aquel impostor, y quemaremos su cuerpo.»

Ella llamó, pues, al santo apóstol Juan y le hizo entrar hasta el lugar más retirado de su casa, le mostró los vestidos que debían servir para su sepultura y la palma de luz que había recibido del ángel, y le recomendó que hiciera colocar aquella palma delante de su ataúd, cuando ella fuese llevada al lugar de su sepultura.

CAPITULO V

El bienaventurado Juan respondió a la Santísima Virgen:«¿Cómo podría yo solo preparar tus funerales, si mis hermanos los discípulos de Jesucristo y mis compañeros en el. apostolado no vienen a rendir honores a tu cuerpo?»

De repente, por orden de Dios, todos los apóstoles fueron arrebatados por una nube de los lugares en que ellos predicaban la palabra de Dios, y fueron depositados ante la puerta de la casa donde habitaba María, la Madre del Salvador, y, llenos de asombro, ellos se saludaban diciendo: «¿Por qué el Señor nos ha reunido a todos en este lugar?»

Pablo, a quien el Señor había tomado de entre los judíos, para anunciar el Evangelio a los gentiles, también llegó. Y entre ellos se entabló una piadosa discusión para saber quién dirigiría el pri­mero sus plegarias al Señor, a fin de que le revelara la causa de lo que había ocurrido, y, como Pedro le pedía a Pablo que rogase el primero, Pablo respondió: «¿No es a ti a quien le corresponde ese deber, puesto que has sido elegido por Dios para ser la columna de la Iglesia y tienes la preeminencia en el apostolado entre todos tus compañeros? En cuanto a mí, no soy sino el menor entre vosotros, y no puedo pretender ser vuestro igual; sin embargo, es por la gracia de Dios por lo que soy lo que soy.»

CAPITULO VI

Todos los apóstoles, impulsados por la humildad de Pablo, se pusieron entonces a dirigir sus plegarias al Señor, y, cuando hubieron terminado y hubieron dicho «Amén», el apóstol Juan vino a ellos y les anunció la voluntad del Señor.

Entraron todos en la casa donde estaba María, Madre de Nuestro Señor, y la saludaron diciendo: «¡Seas bendita por el Señor que ha hecho el cielo y la tierra!» Y ella dijo: «¡Que la paz sea con vosotros, hermanos elegidos por el Señor!» Y ella les preguntó:

«¿Cómo habéis venido hasta aquí?» Ellos le contaron que cada uno de ellos había sido arrebatado por una nube y transportado junto a ella.

Ella dijo: «El Señor os ha traído aquí, a fin de consolarme en las angus­tias que tengo que padecer. Os ruego que vigiléis todos conmigo sin descanso hasta la hora en que el Señor venga y en que yo saldré de este cuerpo.»

CAPITULO VII

Y ellos se sentaron y la consolaron, y permanecieron tres días ocupados en alabar a Dios, y, el tercer día, el sueño se apoderó de todos los que estaban en la casa, y ninguno pudo permanecer despierto, aparte los apóstoles y tres vírgenes, que eran los compañe­ros de la Virgen santa.

Y he aquí que el Señor Jesús llegó de repente con una gran multitud de ángeles y un brillo resplandeciente, y los ángeles cantaban himnos y glorificaban al Señor. Entonces el Señor habló, diciendo: «Ven tú, la elegida por mí, perla muy preciosa, entra en la morada de la vida eterna.»

CAPITULO VIII

Entonces, María se prosternó sobre el pavimento, adorando al Señor: «¡Bendito sea el nombre de tu gloria, OH Señor, mi Dios, tú que te has dignado escoger a tu humilde sierva y confiarme el secreto de tu misterio! Acuérdate de mí, Rey de gloria. Tú sabes que te he amado con todo mi corazón y que he conservado el tesoro que me has confiado. Recibe a tu sierva. Señor, y líbrame del poder de las tinieblas, para que Satán no me ataque y para que yo no vea a los espíritus espantosos venir a rodearme.»

El Salvador respondió: «Cuando, enviado por mi Padre para la salvación del mundo, fui colgado de la cruz, el príncipe de las tinieblas vino hacia mí; pero, no pudiendo encontrar ningún vestigio en su corazón, se retiró vencido. Yo le vi y tú le verás, según la ley común del género humano, a la que te conformas muriendo, pero él no podrá hacerte daño, porque no hay nada en ti que esté en él, y yo estaré contigo para protegerte. Ven, pues, en paz, porque la milicia celeste te espera para que yo te introduzca en las alegrías del paraíso.»

Y habiendo dicho el Señor estas palabras, la Virgen se incor­poró, se acostó en su cama y, dando gracias a Dios, rindió su espíritu. Los apóstoles vieron entonces un resplandor tal que ninguna lengua humana podría expresarlo, porque sobrepasaba la blancura de la nieve y la claridad de la plata.

CAPITULO IX

Entonces, el Salvador del mundo habló así: «Levántate, Pedro, así como los demás apóstoles, y tomad el cuerpo de María, mi bien amada, y llevadlo a la derecha de la ciudad, hacia Oriente, y allí encontraréis un sepulcro nuevo; allí lo depositaréis y esperaréis a que yo venga a vosotros.»

Habiendo dicho estas palabras, el Señor entregó el alma de su santa Madre María al arcángel Miguel, que es el guardián del paraí­so y el príncipe de la nación de los hebreos, y el arcángel Gabriel fue con él, y el Señor, con los otros ángeles, subió al cielo.

CAPITULO X

Las tres vírgenes que estaban allí tomaron el cuerpo de María y lo lavaron, según la costumbre común para los funerales.

Y, cuando lo hubieron despojado de sus vestidos, aquel cuerpo sagrado brillaba con tal claridad, que sólo merced a la bondad de Dios se podía tocar; era perfectamente puro y estaba exento de toda mancha.

Y, cuando hubo sido revestido de ropas y telas ordinarias, aquella claridad desapareció poco a poco. Y el rostro de la bienaventu­rada María, Madre de Dios, era semejante a una flor de lis, y su cuerpo expandía un olor de una suavidad maravillosa y tal que no se podría encontrar nada semejante.

CAPÍTULO XI

Los apóstoles depositaron el sagrado cuerpo en el ataúd y se dijeron mutuamente: «¿Quién es el que llevará la palma delante del ataúd?»

Entonces, Juan dijo a Pedro: «Tú que nos precedes en el apostolado mereces llevar esta palma.»

Pedro respondió: «Tú eres el único entre nosotros que ha per­manecido virgen, y tú has encontrado cerca del Señor un favor tal que has reposado sobre su pecho. Además, cuando él estaba atado ala cruz, te recomendó a su Madre. Tú debes, pues, portar la palma; yo sostendré el cuerpo sagrado y venerable hasta el sepulcro.» Pablo dijo: «Yo, que soy el más joven entre vosotros, lo llevaré con vosotros.»

Puestos así de acuerdo, Pedro levantó el ataúd sobre su cabe­za y se puso a entonar un salmo: «Cuando Israel salió de Egipto», y Pablo ayudaba a Pedro a sostener el cuerpo sagrado, y Juan llevaba delante la palma de la luz, y los otros apóstoles cantaban con una voz fuerte y armoniosa.

CAPITULO XII

Y he aquí que aconteció un nuevo milagro. Porque una gran corona de nubes apareció sobre el ataúd, semejante al gran círculo que acostumbra a aparecer junto al esplendor de la luna. Y el ejército de los ángeles estaba en las nubes, y la tierra desprendía sonidos de una armonía exquisita.

Y el pueblo, en número de alrededor de quince mil, salió de la ciu­dad, y decía: «¿Qué son esos sonidos tan armoniosos?» Y uno de ellos dijo a los demás: «María, Madre de Jesús, acaba de salir de su cuerpo, y los discípulos de Jesús cantan junto a ella alabanzas a Dios.» Y ellos vieron a los apóstoles que llevaban el ataúd y cantaban.

Y entonces uno de ellos, que era príncipe de los sacerdotes de los judíos, se llenó de furor y dijo: «¡Ved los honores que recibe el ataúd de la Madre de aquel que produjo tantas perturbaciones a vuestra nación!» Y, acercándose al ataúd, quiso volcarlo.

Y enseguida sus brazos se secaron a partir del codo y quedaron pegados al ataúd, y experimentaba horribles dolores, mientras que los apóstoles avanzaban cantando: «Los ángeles que estaban en las nubes han golpeado al pueblo de ceguera.»

CAPITULO XIII

Y él gritó, diciendo: «Yo te suplico, Pedro, tú que eres amado por Dios, no me abandones en una tan grande necesidad, porque siento tormentos extremos. Acuérdate de que, cuando la sierva te reconoció en el pretorio y otros te acusaban, yo salí en tu defensa y hablé bien de ti.»

Pedro respondió: «No está en mis manos socorrerte, pero si tú crees de todo corazón en el Señor Jesucristo que la Virgen a quien tú has querido ultrajar llevó en su seno sagrado, permaneciendo vir­gen después de haberlo parido, Dios te curará. El, que, en su gran clemencia, salva a los que son indignos de ello.» Y el sacerdote judío le respondió: «Es el enemigo del género humano el que ha cegado nuestros corazones, a fin de que no proclamemos las grandezas de Dios, y quien nos ha llevado a blasfemar contra el Cristo gritando: "Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos."»

Pedro dijo: «Esa blasfemia no dañará más que a los que per­sistan en la infidelidad. La misericordia de Dios no es negada a los que se convierten a él.» Y el sacerdote respondió: «Yo creo todo lo que tú me dices, pero ten piedad de mí para que yo no muera.»

CAPITULO XIV

Entonces, Pedro hizo detener el ataúd y dijo al sacerdote: «Si tú crees con todo tu corazón en el Señor Jesucristo, que tus manos vuelvan a ser libres.» Y cuando él hubo dicho: «Yo creo», enseguida sus manos se despegaron del ataúd, pero sus brazos permane­cían paralizados y sus sufrimientos no habían cesado.

Y Pedro le dijo: «Acércate y besa el ataúd, y di: "Yo creo en Dios, y en el Hijo de Dios Jesucristo, que María llevó en su seno, y yo creo en todo lo que Pedro, el apóstol de Dios, me ha dicho."»

Y el sacerdote se acercó y besó el ataúd, y en ese momento ya no sintió ningún sufrimiento y sus brazos quedaron curados. Y se puso a alabar y a bendecir a Dios con fervor y a rendir, según los libros de Moisés, testimonio a Jesucristo, de suerte que los apóstoles estaban asombrados y lloraban de alegría, alabando el nombre del Señor.

CAPÍTULO XV

Y Pedro le dijo: «Recibe la palma de manos de nuestro herma­no Juan y regresa a la ciudad, donde encontrarás a una gran mul­titud aquejada de ceguera, y anuncia la palabra de Jesucristo, y pon esta palma sobre los ojos de todos los que crean y recobrarán la vista. Los que no crean permanecerán ciegos.»

Y el sacerdote, haciendo lo que Pedro le había dicho, encontró a una multitud de hombres que decían: «Desgraciados de nosotros, porque hemos sido, como los habitantes de Sodoma, golpeados por la ceguera.»

Y cuando ellos oyeron las palabras del sacerdote que había sido curado, creyeron en el Señor Jesucristo, y recobraron la vista, des­pués de que la palma hubo sido pasada por sus ojos. Y los que persistieron en la dureza de sus corazones murieron ciegos. Y el sacerdote volvió junto a los apóstoles, llevando la palma y anunciándoles lo que había pasado.

CAPITULO XVI

Los apóstoles, portando el cuerpo de María, llegaron al valle de Josafat, que el Señor les había indicado. Y lo depositaron en un sepulcro nuevo y lo cerraron, y se sentaron a la puerta del monumento, como Dios les había ordenado.

Y he aquí que el Señor Jesús llegó repentinamente con un innumerable ejército de ángeles que brillaban con un gran resplandor, y dijo a los apóstoles: «La paz sea con vosotros.» Y ellos respondieron: «Señor, que tu misericordia se extienda sobre nosotros que hemos esperado en ti.»

Entonces, el Salvador les habló, diciendo: «Antes de que yo subiese hacia mi Padre, os prometí, a quienes me habíais seguido, que, cuando el Hijo del Hombre hubiese tomado posesión del asiento de su majestad, vosotros os sentaríais en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Mi Padre eligió a María entre las doce tribus de Israel para que yo habitase en ella; ¿qué queréis vosotros que haga con ella?»

Y Pedro y los otros apóstoles dijeron: «Señor, tú has elegido a tu sierva sin mancha para hacer de ella tu residencia, y tú nos has elegido, a nosotros que somos tus esclavos, para predicar tu pala­bra. Antes de todos los siglos, tú has arreglado toda cosa, con el Padre y el Espíritu Santo, con los cuales formas una sola divinidad y una potencia infinita. A tus servidores les parecería justo que, lo mismo que, habiendo vencido a la muerte, tú reinas en tu glo­ria, resucites el cuerpo de María y la conduzcas al cielo llena de alearía.»

CAPITULO XVII

Entonces, dijo el Salvador: «Que se haga según vuestra palabra.» Y ordenó al arcángel Miguel que trajera el alma santa de María. Y enseguida el arcángel Gabriel levantó la piedra que cerra­ba el monumento, y el Señor dijo: «Levántate, amiga mía; tú, que no has sentido corrupción por el contacto del hombre, no sufrirás la destrucción de tu cuerpo en la sepultura.»

Y enseguida María se levantó y bendijo al Señor, y echada a sus pies, le adoraba, diciendo: «No puedo, Señor, darte acción de gracias digna de los beneficios que te has dignado conceder a tu sierva. Que tu nombre, Redentor del mundo y Dios de Israel, sea ben­dito por todos los siglos.» CAPITULO XVIII

Habiéndola besado, el Señor la devolvió a los ángeles para que la llevasen al paraíso.

Y él dijo a los apóstoles: «Acercaos a mí.» Y, cuando se hubieron aproximado, los abrazó y les dijo: «Que la paz sea con vosotros, yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos.»

Y habiendo dicho estas palabras, el Señor fue arrebatado por una nube y se elevó hacia el cielo, y los ángeles le acompañaban, portando a la bienaventurada Mana, Madre de Dios, al paraíso de Dios.

Y los apóstoles fueron devueltos por las nubes al lugar donde predicaban el Evangelio, contando las grandezas divinas y ala­bando a Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, en una perfecta unidad y en una misma sustan­cia de divinidad por los siglos de los siglos. Amén.

Transición de Maria. Árabe

(Extractos) Del libro árabe del Tránsito de la Bienaventurada Virgen María

Este apócrifo tiene menos interés que el precedente, atribuido a Melitón de Sardes. El capítulo VI, que se sitúa después de la Asunción, relata los milagros realizados por la Virgen sobre la tierra e ilustra el papel de intercesora que le es reconocido en el culto mañana.

CAPITULO VI

Entonces, la bienaventurada María levantó el rostro y vio a muchos hombres que se agitaban y tabernáculos innumerables. Se elevaba un olor de incienso y se oía entonar cánticos, y la mul­titud veía este esplendor y alababa a Dios.

Y la bienaventurada María dijo: «Maestro mío y Señor mío, aquí están estos hombres.» Y él respondió: «Aquí están los tabernáculos de los justos, y en ellos acampan, y esta luz indica cuál es su honor cerca de mí; y, en el último día, resucitarán para gozar de sus bienes, y estarán en posesión de una alegría más grande que ésta, y ella no tendrá fin cuando sus almas hayan retornado a sus cuerpos.»

Y he aquí que la bienaventurada María vio otra región, muy oscura, de la cual salía una gran humareda y un fétido olor como de azufre, y allí ardía un gran fuego, y había allí muchos hombres que daban grandes gritos y lloraban. Y la bienaventurada María dijo: «Señor mío y Dios mío, ¿quiénes son estas gentes que están en las tinieblas y que sufren el ardor del fuego?» Y él dijo: «Ésa es la región de la gehenna, que está abierta para los pecadores y preparada para ellos, y ellos permanecerán ahí hasta el último día, cuando sus almas retomen a sus cuerpos, y experimentarán grandes sufrimientos y un dolor muy grande, porque no habrán hecho penitencia por sus faltas, y serán atormentados por continuos remordimientos, como un gusano roedor que ni duerme ni muere, porque, rebeldes a mis mandamientos, habrán despreciado mi gracia y habrán negado mi divinidad.»

Y cuando la bienaventurada María oyó las alabanzas de los justos, sintió una gran alegría, y, cuando vio lo que estaba preparado para los pecadores, fue sobrecogida por la tristeza, y rogó al Señor que tuviera piedad de los pecadores y que los tratara más suavemente, porque la naturaleza del hombre es débil, y él así lo prometió.

Entonces, él la tomó de la mano y la condujo al paraíso santo y espléndido, acompañada de todos los santos y todos los justos.

Y he aquí que fueron llevadas a Pedro, a Pablo y a Juan cartas enviadas desde diversas ciudades, y por los discípulos que estaban en Roma, para pedirles que anunciaran lo que sabían sobre la bienaventurada María, y fue gracias a ellos cómo fueron anunciados los milagros concernientes a María y cómo se supo que ella se había aparecido a muchas personas dignas de fe.

He aquí algunos de estos milagros.

Había sobre el mar noventa y dos navíos, empujados por un gran vendaval y por las olas; entonces, los marineros invocaron a María y, enseguida, ella se les apareció, y ninguno de los navíos se hundió y ellos fueron salvados.

Unos viajeros, sorprendidos por unos ladrones que querían despojarles, invocaron a Mana, que se les apareció y que golpeó a los ladrones como un rayo; de suerte que quedaron cegados, y los viajeros continuaron su camino sanos y salvos, y, llenos de alegría, alababan al Señor.

Una viuda tenía un único hijo que, habiendo ido a buscar agua, se cayó en un pozo; y su madre empezó a gritar y dijo: «¡Oh, Santa Mana, ayúdame y salva a mi hijo!» Y enseguida se le apareció la bienaventurada María, y sacó al hijo de la mujer sin ningún daño. Un hombre, afligido desde hacía dieciséis años por una grave enfermedad, había dado mucho dinero a los médicos y no había podido curar; y él echó incienso al fuego y rogó, diciendo: «¡Oh, Santa María, madre del Redentor!, vuelve tus ojos sobre mi debilidad y cúrame de esta enfermedad.» Y enseguida ella se le apareció y puso sus manos sobre él, y le tocó, y él fue curado de su enfermedad, y dio gracias a la bienaventurada María.

Sigue la relación de otros varios milagros.

Cuando los discípulos tuvieron noticia de los milagros que se habían cumplido en Roma y en otros lugares, alabaron a Dios, y experimentaron una gran alegría, y escribieron las cosas que había hecho María durante su vida y después de su muerte, y esto ocurrió en el año 345 de la era de Alejandro.

Y hubo también muchos milagros sucedidos en otras ciudades, cuyo relato no ha llegado hasta nosotros; si se conocieran y se escribieran, muchos libros no podrían contenerlos.

Y los discípulos dijeron: «Queremos celebrar su memoria tres veces cada año, porque sabemos que todos los ángeles celebran su fiesta con alegría y que por medio de ella es como la tierra será liberada.»

Y fijaron, pues, para celebrar su conmemoración, el segundo día después de la Natividad del Señor, para que las langostas ocultas en la tierra perecieran y las cosechas prosperasen, y para que los reyes fueran protegidos por María y no hubiera guerra entre ellos.

Fijaron el decimoquinto día del mes de Ajar para que los insec­tos no saliesen de la tierra y no destruyesen las cosechas, lo que acarrea el hambre que hace perecer a los hombres contra los que Dios está irritado, y entonces los hombres se acerquen a los luga­res santos, rogando y llorando, a fin de que Dios los libre de estas plagas.

Finalmente, la tercera fiesta fue establecida en el decimoquin­to día del mes de Abid, que es el día de su salida de este mundo, y aquel en que ella había hecho milagros y el tiempo que maduran los frutos de los árboles.

Y ordenaron que, cuando se presentase una ofrenda al Señor, sería presentada por la tarde en la iglesia, y los sacerdotes deberían orar sobre ellas diciendo: «Hemos establecido los ritos según los cuales los que han sido bautizados deben ofrecer sacrificios, a fin de que no sea necesario volver a decirlo a los que no creen en ti ni en tu santa Madre María, y en tu bondad, has preparado estos bienes para los que creen. Concédenos, así como a los nuestros, que hemos oído tus palabras, la alegría y los bienes que has preparado para tus elegidos y para tus bienamados; dónanos estos bienes que el ojo no ha visto, que la oreja no ha oído y que el espíritu del hombre no puede comprender.

Y recibe nuestras plegarias por todo el rebaño que ves reunido alrededor de nosotros; no permitas que uno solo de sus miembros perezca; recíbelos bajo tu custodia y asístelos, por intercesión de la bienaventurada María y las súplicas de tus santos.» Amén.

Y mientras que los santos discípulos estaban en plegaria y oración en los lugares santos, he aquí que el Señor Jesucristo se les apareció, diciendo: «Regocijaos, porque todo lo que pidáis os será concedido por siempre, y vuestros deseos serán cumplidos ante vuestro Padre celestial.»

Y la bienaventurada María me ha mostrado a mí, Juan, que predico al Señor, todas las cosas que Jesucristo le ha mostrado, por indigno que yo sea de este favor, y ella me ha dicho: «Conserva este discurso y añádelo a los libros que has escrito antes de que yo hubiese salido de este mundo perecedero, y sin duda te pedirán verlos, y todos los que lo vean serán llenos de alegría y alabarán el nombre de Dios, y también el mío, aunque yo soy indigna de ello.

Te hago saber que, en los últimos tiempos, los hombres estarán expuestos a múltiples desgracias, a la guerra, al hambre y al terror, por causa de la multitud de pecados que ellos cometen y de su poca caridad, y muchas calamidades azotarán la tierra, y ya sólo el hombre que desprecie el mundo y se odie a sí mismo es que será preservado, así como el que desee los bienes que están cerca de Dios, que actúe según la caridad y la misericordia, que trabaje con valor

para hacer el bien, y que tema la cólera de su Creador. Y se verán muchos milagros en el cielo y en la tierra. Entonces vendrá el Hijo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos, y vendrá en los últimos tiempos de Belén, y yo no creo que encuentre en los hombres ni la fe ni la justicia.»

Y la bienaventurada María me llamaba: «¡Hijo mío!» Y yo le dije:«Oh, Madre mía, que la salvación sea contigo, y que tu bendición se extienda por todas las partes hacia donde se dirijan tus ojos; yo espero en tu oración y en tu intercesión; libra al mundo de sus pesas, y haz que los hombres entren en el camino de la justicia y de la verdad; que el amor de Dios no le falte a la raza de Adán, que el Señor creó con sus manos, y que el enemigo de los hombres sea alejado de ellos por efecto de la misericordia del Señor.»

Y la bienaventurada María respondió: «Amén.» El número de años durante los cuales la Virgen, Madre de Dios, había vivido sobre la tierra era de cincuenta y nueve. Desde su nacimiento hasta su entrada en el templo, habían pasado tres años; ella había permanecido once años y tres meses en el templo, y había llevado en su seno al Señor Jesús durante nueve meses y había pasado treinta años con el Señor Jesús cuando El vivía sobre la tierra, y después de su ascensión al cielo, habían transcurrido once años.

Esto hace el número de cincuenta y nueve años. Esperamos de sus plegarias cerca de su Hijo querido para librar nuestras almas por los siglos de los siglos. Amén.

José el Carpintero

Historia

En el nombre de Dios, uno en esencia y trino en persona.

Historia de la muerte de nuestro padre, el santo anciano José, el Carpintero; que sus bendiciones y sus plegarias desciendan sobre todos nosotros, oh hermanos míos. ¡Así sea!

Su vida duró ciento once años, y su partida de este mundo ocurrió el vigésimo mes de Abib, que corresponde al mes de Ab. Que sus plegarias nos protejan. ¡Así sea!

Es el Señor Jesucristo mismo el que ha contado esta historia a .los discípulos en el monte de los Olivos; es Él el que les ha hecho conocer todos los trabajos de José y la consumación de sus .días; los santos apóstoles conservaron este discurso y lo dejaron consignado por escrito en la biblioteca de Jerusalén. ¡Que sus plegarias nos protejan! ¡Así sea!

CAPÍTULO PRIMERO

Ocurrió que un día, Jesucristo, Nuestro Señor y nuestro Salvador, se sentó entre sus discípulos, que había congregado cerca de Él en el monte de los Olivos. Y les dijo: «Hermanos y amigos míos hijos del Padre que os ha elegido entre todos los hombres, vosotros sabéis que a menudo os he anunciado que tengo que ser crucificado y morir por la salvación de Adán y de su posteridad resucitar de entre los muertos. Voy a confiaros la doctrina del santo Evangelio que ya os he anunciado, a fin de que la prediquéis al mundo entero. Y os investiré de la fuerza de lo alto y os llenaré del Espíritu Santo. Predicaréis a todas las naciones la penitencia y la remisión de los pecados. Porque un solo vaso de agua que sea dado a un hombre en el siglo venidero es más preciso y más grande que todos los tesoros de este mundo. Y el espacio de un pie en el reino de mi Padre vale más que todas las riquezas de la tierra. Y una sola hora de alegría de los justos es mejor que mil años de los pecadores porque los llantos y las lágrimas de éstos no cesarán nunca ni jamás cesarán. Y jamás hallarán reposo ni consuelo. Y ahora, vosotros que sois mis miembros honorables, poneos en camino y predicad a todas las naciones, llevadles la ley nueva y decidles que el Salvador les pesará en una justa balanza y les medirá con una exacta medida y que tendrán que defenderse y contestar por sí mismos el día del juicio cuando el Señor les pida cuenta. Y los ángeles castigarán a sus enemigos y combatirán en el día de la venganza. Dios examinará cada palabra ociosa e insensata que hayan dicho los hombres, y ellos rendirán cuenta, porque nadie está exento de la ley de mortalidad y las obras de cada uno serán reveladas, tanto las buenas como las malas. Anunciad, pues, esta palabra que acabo de deciros hoy: que el fuerte no se precie de su fuerza, ni el rico de su riqueza, sino que aquel que quiera ser glorificado, glorifique al Señor.»

CAPÍTULO II

Había un hombre llamado José, que era originario de Belén ciudad de Judá y del rey David. Era instruido y sabio en la doctrina de la ley, y sacerdote en el templo del Señor. Desempeñaba oficio de carpintero y, según es costumbre de todos los hombres. se casó. Y tuvo su mujer, y sus hijos e hijas: cuatro varones y dos hembras. Y los nombres de los hijos eran: Judas, Justo, Santiago y Simón; y los de las hijas: Asia y Lidia. La esposa de José el Justo, que loaba a Dios en todos sus actos, murió. Y José, este hombre justo, mi padre según la carne, fue el esposo de María, mi madre Trabajaba con sus hijos en el oficio de carpintero.

CAPÍTULO III

Cuando José el justo se quedó viudo, mi madre bendita, mi madre santa y pura, había cumplido los doce años. Porque sus padres la habían presentado en el templo del Señor cuando tenía tres años. y permaneció en el templo nueve años. Cuando los sacerdotes vieron que la virgen santa y temerosa de Dios había entrado en la adolescencia, dijeron: «Busquemos a un hombre justo y temeroso de Dios para confiarle a María hasta el momento del matrimonio, para que no le ocurra en el templo lo que le pasa a las mujeres, y por causa de ella, Dios se irrite contra nosotros.»

CAPÍTULO IV

Y enseguida ellos enviaron mensajeros y convocaron a doce ancianos de la tribu de Judá, y después escribieron los nombres de las doce tribus de Israel. Y la suerte cayó sobre el piadoso anciano llamado José el Justo. Y los sacerdotes dijeron a mi madre bendita: «Vete con José y vive con él hasta el momento de tu matrimonio. Y José el Justo llevo a mi madre a su casa. Y mi madre encontró a Santiago el Menor de corta edad y desolado por la muerte de su madre. Y ella lo educó, y por eso fue llamada María, madre de Santiago. Y José la dejó en su casa y partió para el lugar donde desempeñaba su profesión de carpintero. Y después de que la santa virgen hubo permanecido en la casa durante dos años, cumplió los catorce años.

CAPÍTULO V

Y al decimocuarto año de su edad vine yo, Jesús, a habitar en ella por mi propia voluntad y con el beneplácito de mi padre y el impulso del Espíritu Santo. Me encarné en ella por un misterio que sobrepasa la comprensión de las criaturas. Y cuando transcurrieron tres meses de su embarazo, el hombre justo, José, regresó del lugar de su trabajo y encontró embarazada a la virgen, mi madre. Y fue muy turbado en su espíritu y pensó despedirla en secreto. Y, por causa del espanto, su tristeza y la angustia de su corazón, no comió ni bebió aquel día,

CAPÍTULO VI

Mas he aquí que, en medio del día, el príncipe de los ángeles Gabriel, se le apareció en sueños, siguiendo el mandato que había recibido de mi padre. Y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque está encinta por obra del Espíritu Santo. Dará a luz a un niño al que pondrás por nombre Jesús será quien gobernará a las naciones con un cetro de hierro Habiendo hablado así, el ángel se alejó. Y José se despertó de su sueño y obedeció lo que el arcángel le había ordenado, y Maria permaneció con él.

CAPÍTULO VII

Y algún tiempo después apareció un edicto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase toda la población del mundo entero y que cada cual lo hiciese en su propia ciudad. José el justo, se levantó y tomó a la virgen consigo y partió con ella hacia Belén; y el tiempo de su alumbramiento estaba próximo y inscribió su nombre en el registro; porque José, era hijo de David.» que María era la esposa, era de la tribu de Judá. Y mi madre, Maria me parió en Belén, en una gruta cercana a la tumba de Raquel esposa del patriarca Jacob y madre de José y de Benjamín.

CAPÍTULO VIII

Sin embargo, Satán fue a anunciar todas estas cosas a Herodes el padre de Arquelao, el que hizo decapitar a Juan, mi amigo y pariente. Y Herodes hizo que me buscaran, pensando que mi reino era de este mundo. Pero el piadoso anciano José fue advertido en sueños por un ángel; se levantó y tomó a María, mi madre que me llevaba en sus brazos. Y Salomé se unió a ellos para acompañarlos en el viaje. Partió, pues, de su casa y se retiró a Egipto, donde pasó un año entero, hasta que el cuerpo de Herodes vino a ser pasto de los gusanos y murió, como justo castigo por la sangre de los inocentes que él había derramado.

CAPÍTULO IX

Y cuando aquel infame y tiránico Herodes hubo muerto, volvieron a la tierra de Israel, y se establecieron en una ciudad de Galilea, llamada Nazaret. José, el anciano justo, volvió a ejercer su profesión de carpintero y se ganaba la vida con el trabajo de sus manos»; porque él no debió jamás su alimento al trabajo de otro, como prescribe la ley de Moisés.

CAPÍTULO X

Los años pasaban, y José envejecía. Sin embargo, no adquirió ninguna enfermedad corporal; su cuerpo no se debilitó ni su vista se debilitó ni sus dientes se pudrieron. Tampoco su razón disminuyo. Sino que, semejante a un niño, llevaba a todas las cosas que hacia el vigor de la juventud. Él conservaba sus miembros todos enteros y exentos de dolor. Sin embargo, su edad era muy avanzada, porque él había alcanzado la edad de ciento once años.

CAPÍTULO XI

Justo y Simón, los hijos mayores de José, se habían casado y se habian ido a vivir con sus familias, así como las dos hijas, que se fueron a sus casas. Y no quedaban en la casa de José más que Santiago el Menor, José y la Virgen, mi madre. Y yo permanecía con ellos, como si fuese uno de sus hijos, e hice todo lo que es natural hacer entre los hombres, excepto pecar. Yo llamaba a María mi madre y a José mi padre, y les estaba sumiso y les obedecía en todo mandaban. Y nunca les desobedecí en nada, conformándome en todo a su voluntad, como han hecho todos los hombres nacidos en la tierra. Nunca provoqué su cólera ni les respondi con palabras duras ni les hablé con acritud. Por el contrario siempre les di testimonio de un gran afecto.

CAPÍTULO XII

Sucedió en fin que se aproximó el instante de la muerte de, piadoso anciano José, y que llegó el momento en que debía dejar este mundo como los demás hombres que han vivido en esta tierra. Y estando ya su cuerpo cerca de la destrucción, el ángel del Señor le anunció que la hora de su muerte estaba cercana. Entonces, el temor se apoderó de él, y su espíritu cayó en extrema turbación. Y se levantó y se fue a Jerusalén, y entrando en el templo del Señor, oró ante el santuario diciendo:

CAPÍTULO XIII

«¡Oh, Dios, padre de todo consuelo. Dios de bondad, dueño de toda carne. Dios de mi alma, de mi espíritu y de mi cuerpo imploro, oh, mí Señor y mi Dios! Si mis días se han cumplido y mi salida de este mundo está próxima, envíame al poderoso Miguel el príncipe de tus santos ángeles, para que esté cerca de mí. hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo miserable sin pena, ni dolor ni conmoción. Porque un gran espanto y una violenta tristeza se, abaten, en el día de la muerte, sobre todos los cuerpos, sean de hombres o de mujeres o de animales de carga, bestias salvajes, reptiles o aves que vuelan por el cielo. Y sufren terror, miedo, angustia y fatiga en el momento en que sus almas abandonan sus cuerpos.

«Ahora, ¡oh mi Dios y Señor!, que tu ángel preste su asistencia a mi alma y a mi cuerpo hasta que su separación se consume, que el rostro del ángel, designado para guardarme desde el día en que fui formado, no se aleje de mí, sino que vaya conmigo por el camino hasta que yo esté cerca de ti. Que su rostro esté para mi lleno de alegría y de benevolencia y que me acompañe en paz. No permitas, ¡oh Dios!, que los demonios se acerquen a mí sobre el camino que debe conducirme felizmente a ti. Y no permitas que los guardianes del paraíso me impidan entrar. No me expongas al oprobio desvelando mis faltas ante un tribunal terrible. Que los .anímales no se precipiten sobre mí. Que no se anegue mi alma en las del río de fuego que toda alma debe atravesar antes de percibir la gloria de tu divinidad. ¡Oh Dios!, juez equitativo, que juzgas a la humanidad con justicia y con rectitud, y que das a cada uno según sus obras, asísteme con tu misericordia e ilumina mi camino para que llegue hasta ti. Porque tú eres la fuente abundante de todos los bienes y de toda la gloria para la eternidad. Amén.»

CAPITULO XIV

Después volvió a su casa, en la villa de Nazaret. Y cayó enfermo para morir, según es ley impuesta a todo hombre. Y experimento un vivo sufrimiento por esta enfermedad, que era la primera que tenía desde el día de su nacimiento. He aquí como había querido el Cristo ordenar las cosas relativas a José. Él vivió cuarenta años antes de su matrimonio. Su mujer pasó con él cuarenta y nueve años, y, cuando hubieron pasado, ella murió. Un año después de su muerte, los sacerdotes confiaron a José a mi madre, la bienaventurada María, a fin de que la guardase hasta el momento de su matrimonio. Vivió en su casa dos años y, durante el tercero, a los quince de su edad, ella me parió sobre la tierra por un misterio que ninguna criatura puede penetrar ni comprender, si no mi Padre y el Espíritu Santo, que constituyen conmigo una sola y única esencia.

CAPÍTULO XV

El total de la vida de mi padre, el anciano justo, fue de ciento once años según lo había decidido mi padre. El día en que su alma dejo su cuerpo fue el vigésimo sexto día del mes de Abib. Él comenzó a perder el oro de un esplendor deslumbrante y a alterarse la plata pura. es decir, su razón y su sabiduría. Perdió el gusto por la comida y por la bebida. Y se desvaneció y perdió toda su habilidad en el arte de la carpintería. Y cuando llegó el vigésimo sexto día del mes de Abib, el alma del justo anciano José se agitó y se turbo estando él en su lecho. Porque él abrió la boca, y golpeó las manos una contra otra, y dio un fuerte suspiro. Y, gritando con una voz elevada, dijo de esta manera:

CAPÍTULO XVI

«¡Desdichado el día que vine al mundo! ¡Desdichado el vientre que me llevó! ¡Desdichadas las entrañas que me llevaron! ¡Desdichados los pechos que me amamantaron! ¡ Desdichadas las piernas en que me apoyé! ¡Desdichadas las manos que me han conducido y me han educado hasta que he crecido, porque he sido concebido en la iniquidad y mi madre me ha deseado en el pecado! ¡Desdichada mi lengua mi lengua y mis labios, que han proferido la calumnia, la denigración, la mentira, el error, la impostura, el fraude, la hipocresía! ¡Desdichados mis ojos, que han visto el escándalo! ¡Desdichados mis oídos, que han gustado de oírla maledicencia! ¡Desdichadas mis manos, que han tomado lo que no era legítimamente suyo! ¡Desdichado mi vientre, que ha comido lo que no era lícito comer! ¡Desdichada mi garganta, que, como el fuego. devora cuanto halla! ¡Desdichados mis pies, que han ido por caminos que no eran los de Dios! ¡Desdichado mi cuerpo y Desdichada mi alma, que han sido rebeldes a Dios su creador! ¿Qué haré cuando llegue al lugar donde comparece ante el juez justo, que me reprochará todas las malas obras que he acumulado durante mi juventud? ¡Desdichado todo hombre que muera en pecado! Esta hora terrible, la misma que golpeó a mi padre Santiago, cuando su alma se separó de su cuerpo, hela ya aquí. Y he aquí que hoy me golpea a mí, miserable y digno de compasión. Pero sólo Dios gobierna mi alma y mi cuerpo; que él actúe según su voluntad.»

CAPÍTULO XVII

Estas fueron las palabras de José, el anciano justo. Y yo, entrando y acercándome a él, encontré su alma muy turbada y presa de una gran angustia.

Y le dije: «Salud, José, padre mío, hombre justo, ¿cómo está tu salud?» Y él me respondió: «Salud a ti mil veces, oh mi querido hijo, he aquí que los dolores de la muerte ya me han rodeado, pero mi alma se ha apaciguado al oír tu voz. ¡Oh, Jesús de Nazaret; Jesús, mi protector ¡Jesús, Salvador mío! ¡Jesús, refugio de mi alma! ¡Jesús, mi protector! ¡Jesús, nombre dulce a mi boca y a la boca de todos los que le aman! ¡Ojo que ves y oído que oyes, atiende a tu servidor, que se humilla y que llora delante de ti! Tú eres mi dueño, como el ángel me ha dicho muchas veces, cuando mi alma flotaba irresoluta; sobre todo, el día en que mi corazón dudaba, con malos pensamientos, de la pura y bendita virgen María, cuando ella concibió y yo pensé repudiarla en secreto. Y mientras yo hacía este proyecto, he aquí que los ángeles del Señor se me aparecieron durante mi sueño y me dijeron: "José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, y no te aflijas, porque lo que ella ha concebido en su vientre lo ha sido por obra del Espíritu Santo; y ella dará a luz a un hijo y le pondrás por nombre Jesús, y será el que rescate a su pueblo de los pecados. Y ahora no me reprendas por mi falta. Señor, porque yo no conocía el misterio de tu nacimiento. Y me acuerdo, Señor, del día en que una serpiente mordió a un niño que murió por causa de ello. Sus padres querían entregarte a Herodes, y te acusaban de haberlo hecho morir, y decían: "Eres tu quien le ha dado muerte." Pero tú le resucitaste de entre los muertos y se lo devolviste. Y yo, acercándome a ti, te dije: "Hijo, ten cu dado." Y tú me respondiste: "No eres tú mi padre según la carne Yo te enseñaré quién soy yo." No te enojes conmigo ahora, mi Dios y mi Señor, por causa de aquella hora. No me juzgues, pues soy tu esclavo y el hijo de tu servidor; pero tú eres mi Señor, mi Dios y mi Salvador; tú eres verdaderamente el Hijo de Dios.»

CAPÍTULO XVIII

Después de haber hablado así, mi padre ya no tenía fuerza para llorar. Y vi que la muerte se apoderaba de él. Y mi madre, virgen pura, se levantó, se acercó, y me dijo: «Hijo mío, ya ves que este piadoso anciano, José, va a morir.»Y yo le respondí:

«Oh, mi bien amada madre, todas las criaturas nacidas en este mundo han de morir, porque la muerte tiene su derecho asegurado sobre todo el género humano. Tú misma, virgen y madre mía. morirás como todos. Pero tu muerte, así como la muerte de este anciano piadoso, no será muerte verdadera, sino una puerta para entrar en la vida eterna. También el cuerpo que yo he recibido es preciso que muera. Pero levántate, oh mi madre purísima, y ve junto a José, el anciano bendito, para que veas lo que ocurre cuando su alma se separe de su cuerpo.»

CAPÍTULO XIX

Y María, mi madre inmaculada, fue a donde estaba José, y yo me senté a sus pies, mirándole. Y vi que los signos de la muerte habían aparecido en su rostro. El bienaventurado anciano levantó la cabeza y me miró fijamente. No podía hablar, por causa de los dolores de la muerte que le rodeaban, pero se quejaba mucho. Tuve sus manos entre las mías por espacio de una hora, y él, volviendo su rostro hacia mí, me hacía señas de que no le abandonara. Puse mi mano en su corazón y prendí su alma, que estaba ya cerca de la garganta y a punto de salir de su encierro.

CAPÍTULO XX

Cuando mi madre, la siempre virgen, vio que yo tocaba el cuerpo de José, ella le tocó los pies, y, encontrándolos ya sin vida y ella me dijo: «Oh, mi querido hijo, sus pies comienzan ya a enfriarse, y están ya fríos como la nieve.» Y entonces llamó a sus hijos y a sus hijas, y les dijo: «Venid todos aquí, acercaos a vuestro padre, porque ciertamente le ha llegado su último momento.» Y Asia, hija de José, respondió: «Pobre de mí, oh hermanos míos, porque es la misma enfermedad de la que murió nuestra bien amada madre.» Y lloraba y lanzaba gritos de dolor, y todos los demás hijos de José también vertieron lágrimas. Y yo, y María, mi madre, llorábamos con ellos.»

CAPÍTULO XXI

Y, volviéndome hacia el mediodía, vi a la muerte que se aproximaba, y, con ella, todas las potencias del abismo, sus ejércitos y sus acólitos. Y sus vestidos, sus bocas y sus rostros arrojaban fuego.

Cuando mi padre José los vio venir hacia él, sus ojos se inundaron de lagrimas. Y, al mismo tiempo, lanzó un gran gemido. Entonces, viendo la violencia de sus suspiros, rechacé a la muerte y a toda la multitud de sus ministros de la que venía acompañada, e invoqué a mi Padre misericordioso, diciendo:

CAPÍTULO XXII

¡Oh, señor de toda clemencia, ojo que ve y oído que oye!, escucha mi clamor y mi ruego por el buen anciano José, y envía a Miguel, jefe de tus ángeles, y a Gabriel, mensajero de la luz, y a todos los ejércitos de tus ángeles y a sus coros, para que acompañen hasta ti el alma de mi padre, José. He aquí llegada la hora en que mi padre necesita de tu misericordia. Y yo os digo que vosotros, que todos los hombres que nacen en este mundo, justos o pecadores, tienen que pasar por el trance de la muerte.»

CAPÍTULO XXIII

Miguel y Gabriel se acercaron, pues, al alma de mi padre José y, lomándola, la envolvieron en un sudario resplandeciente. Así entregó él el espíritu en las manos de mi padre misericordioso, y la paz le fue otorgada, y ninguno de sus hijos supo que él se había dormido. Los ángeles defendieron su alma de los demonios de las tinieblas, que estaban en el camino, y ellos alabaron a Dios, hasta que la hubieron conducido hasta el lugar donde habitan los justos.

CAPÍTULO XXIV

Pero su cuerpo quedó yaciente y sin color. Porque, posando mi mano sobre sus ojos, yo los había cerrado. También había cerrado su boca, y había dicho a María, la virgen: «Oh, madre mia ¿dónde está la habilidad que él había adquirido en su oficio durante todo el tiempo que vivió sobre la tierra? Pereció con él, y es como si nunca hubiese existido.» Cuando los hijos de José me oyeron hablar con mi madre, la virgen inmaculada, comprendieron que había expirado y, vertiendo lágrimas, exhalaron gritos de dolor. Y les dije: «La muerte de vuestro padre no es la muerte, sino la vida eterna. Porque, liberado de todas las tribulaciones de este mundo, ha entrado en el reposo eterno, que no conoce fin.» Y, cuando me oyeron estas palabras, desgarraron sus vestiduras llorando.

CAPÍTULO XXV

Y los habitantes de Nazaret y gente de toda Galilea, conociendo su dolor, vinieron junto a ellos, y lloraron desde la tercera hasta la novena hora, y fueron juntos a la cámara de José y, después de haber frotado su cuerpo con perfumes preciosos, se lo llevaron. Yo dirigía mi oración a mi Padre celestial, la oración que escribí con mi propia mano antes de ser concebido en el vientre de Maria, mi madre. Y cuando la hube terminado, y hube dicho amén, apareció una gran multitud de ángeles, y yo ordené a dos de ellos que extendieron un sudario resplandeciente y que envolvieran en él el cuerpo de José, el anciano bienaventurado.

CAPÍTULO XXVI

Y acercándome a José, le dije: «La fetidez de la muerte no tendrá ningún poder sobre ti, ni ningún olor cadavérico ni ningún gusano saldrá de ti. Ni uno solo de tus huesos se quebrantará. Ni un solo cabello de tu cabeza caerá. Ninguna parte de tu cuerpo perecerá, ¡oh, mi padre José!, sino que permanecerá intacta hasta los mil años. A todo hombre que cuide de hacerte sus ofrendase día de tu aniversario, yo le bendeciré y le retribuiré en la congregación de los primogénitos. Y al que haya dado alimento a los indigentes, a los pobres, a las viudas y a los huérfanos y les haya distribuido del fruto de su trabajo el día que se celebre tu memoria te lo entregaré, para que tú lo introduzcas en el banquete de los mil años. Y a todo el que haya tenido cuidado de hacer sus ofrendas el día de tu conmemoración, yo le daré el treinta, el sesenta y el ciento por uno. Y el que escriba tu historia, tus obras y tu partida de este mundo y las palabras salidas de mi boca, lo confiaré tu custodia por todo el tiempo que permanezca en esta vida. Y cuando su alma abandone su cuerpo y tenga que dejar este mundo yo quemaré el libro de sus pecados, y no lo atormentaré con ningún suplicio el día del juicio; y haré que atraviese sin dolor ni quebrantos el mar de fuego; todo lo contrario de lo que le ocurrirá a lodo hombre duro y codicioso que no cumpla lo que está prescrito Y aquel al que le nazca un hijo, y le ponga el nombre de Jose haré que en su casa no entre el hambre ni la peste.»

CAPÍTULO XXVII

Y los ancianos de la ciudad vinieron a donde estaba el cuerpo de José, el anciano santo, y llevaban con ellos lienzos para amortajarle según los usos de los judíos. Pero se encontraron con que ya estaba envuelto en un sudario y, cuando quisieron quitárselo hallaron que el sudario estaba adherido a su cuerpo, y que no lo podían remover, y que tenía la dureza del hierro. Y no pudieron encontrar en el sudario ninguna costura ni ninguna abertura en los extremos, quedaron muy asombrados. Finalmente, lo llevaron a la sepultura, y abrieron su puerta para depositar su cuerpo junto a los de sus padres. Entonces, yo me acordé de aquel día en que caminaba conmigo hacia Egipto, y de sus muchos esfuerzos, y de las fatigas que había padecido por mí, y lloré durante mucho tiempo. E. inclinándome sobre su cuerpo, dije:

CAPÍTULO XXVIII

¡0h, muerte, que aniquilas toda sabiduría y provocas tantas lágrimas y tantos gritos de dolor! Es ciertamente Dios, mi padre quien te ha dado ese poder. Los hombres perecen por causa de desobediencia de Adán y de su mujer Eva. Y la muerte no ha sido suprimida ni eludida por nadie. Y, sin embargo, nadie es arrebatado de este mundo si no es por mandato de mi Padre. Hombre ha habido que han vivido novecientos años y murieron. Otros vivieron todavía más, y murieron. Ni un solo hombre ha podido decir: "Yo no he gustado la muerte. Y ha querido mi padre infligir esta pena al hombre y, cuando la muerte ha visto este mandato, que venía del cielo, ha dicho: Yo iré contra el hombre y causare en su entorno grandes quebrantos. Adán, al no haberse sometido a la voluntad de mi Padre, y habiendo transgredido sus mandatos mi Padre, irritado contra él, le entregó a la muerte, y así fue como entró la muerte en el mundo, Si Adán hubiese obedecido los mandatos de mi Padre, la muerte no hubiese tenido jamás imperio sobre él. ¿Pensáis que no hubiese podido yo invocar a mi Padre para que me enviase un carro de fuego para recibir el cuerpo de mi padre José y transportarlo al lugar de reposo, donde habitan los santos? Pero esta angustia y este castigo de la muerte ha golpeado a todo el género humano por causa de la prevaricación de Adán. Y es por este motivo por lo que yo debo morir según la carne no a causa de mis obras, sino para que los seres que yo he creado obtengan la gracia delante de Dios.»

CAPÍTULO XXIX

Tras haber dicho estas palabras, abracé el cuerpo de mi padre José, y lloré sobre él. Y abrieron la puerta del sepulcro y depositaron su cuerpo junto al de su padre. Santiago. Y cuando él se durmió, había cumplido ciento once años; y no tuvo nunca un diente que le produjese el menor dolor en su boca, y sus ojos conservaron siempre toda su penetración; su espalda no se curvó, y sus piernas no se debilitaron; él se entregó a su oficio de carpintero hasta el ultimo día de su vida. Y este día fue el vigésimo sexto del mes de Abib

CAPÍTULO XXX

Después de haber escuchado a nuestro Salvador, nosotros, los apóstoles, nos regocijamos y le adoramos diciendo: «Oh, Salvador nuestro, tú nos has concedido una grande gracia, porque hemos oido palabras de vida. Pero nosotros estamos asombrados por la suerte de Enoch y Elias; porque ellos no han estado sometidos a la muerte; ellos habitan la morada de los justos hasta el día presente, y sus cuerpos no han estado sometidos a la corrupción. Sin embargo, el anciano José el carpintero, era tu padre según la carne. Y tu nos has mandado que vayamos por el mundo entero predicando el Evangelio, y nos has dicho: Anunciad a todos la muerte de mi padre José, y celebrad con santa solemnidad el día consagrado a su conmemoración. Y quienquiera que quite una palabra a este discurso, o añada algo a él, cometerá un pecado. Nosotros estamos asimismo sorprendidos de que a José, quien, desde el día en que tú naciste en Belén, te ha llamado su hijo, tú no le hayas hecho inmortal, como a Enoch y a Elias. Tú dices, sin embargo, que él fue justo y elegido.»

CAPÍTULO XXXI

Entonces, Nuestro Señor respondió y dijo: «La profecía de mi Padre se cumplió sobre Adán por causa de su desobediencia. Y la voluntad de mi padre se realiza en todas las cosas según a él le place. Si el hombre desobedece los mandatos de Dios, si sigue los del demonio cometiendo pecado, si su vida se prolonga es con la esperanza de que se arrepienta y haga penitencia y no caiga en las garras de la muerte. Si, por el contrario, ha hecho buenas obras, el tiempo de su vida se prolonga, a fin de que, acreciéndose la gloria de su vejez, los justos imiten su ejemplo. Cuando veáis a un hombre cuyo espíritu esté pronto dispuesto a montar en cólera, sabed que sus días serán abreviados, y éstos son los que son arrebatados en la flor de su edad. Toda profecía que mi Padre haya pronunciado sobre los hijos de los hombres debe cumplirse en cada cosa. Por lo que respecta a Enoch y Elias, ellos están, todavía hoy, con vida, y conservan los mismos cuerpos con los que nacieron. Y en cuanto a mi padre José, a él no le ha sido dado, como a ellos, permanecer en su cuerpo; pero, aun cuando un hombre viva millares de años sobre esta tierra, estará obligado al final a cambiarla por la muerte. Y yo os digo a vosotros, hermanos, que es preciso que Enoch y Elias vuelvan a este mundo al fin de los tiempos, al llegar el día de la desolación, la angustia y la aflicción, para perecer. Porque habéis de saber que el Anticristo matará a los cuatro hombres y verterá su sangre como si fuera agua, por causa del oprobio al que deberán exponerse, y de la ignominia que, estando vivos, cometieron.»

CAPITULO XXXII

Y nosotros exclamamos: «Oh, nuestro Señor, Dios y Salvador! ¿Cuáles son esos cuatro cuerpos que has dicho que el Anticristo debía hacer perecer, porque ellos se levantaron contra él?» Y el Salvador respondió: «Son Enoch, Elias, Sila y Tabitha.» Y cuando hubimos oído estas palabras de nuestro Salvador, nos regocijamos y nos dimos a la alegría, y ofrecimos toda gloria y acciones de gracia a Nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo. Por que a Él son debidas gloria, honor, dignidad, dominación, potencia y alabanza, así como al Padre misericordioso, con el Espíritu Santo vivificador, ahora y en todo tiempo y por los siglos de los siglos. Amén.

LOS EVANGELIOS DE LA PASIÖN

Evangelio de Nicodemo

Yo Emeo, hebreo de nación, doctor de la ley entre los hebreos, estudioso de las Sagradas Escrituras, lleno de fe de las acciones de nuestro Señor Jesucristo, revestido del carácter sagrado por el santo bautismo, y buscando las cosas que acaecieron y que hicieron los judíos bajo el gobierno de Poncio Pilato; recordando el relato de todos estos hechos escritos en letras hebraicas por Nicodemo, lo traduje a la lengua griega, para darlo a conocer a todos cuantos adoran el nombre del Salvador del mundo. Nuestro Señor Jesucristo Y lo he hecho bajo el imperio de Flavio Teodosio, el año decimoctavo de su reinado y bajo Valentiniano Augusto. Y a vosotros todos cuantos leáis estas cosas, os suplico que roguéis por mí, pobre pecador, a fin de que Dios me sea favorable, y que me perdone todos los pecados que haya cometido. Y con esto, y deseando paz a los lectores, y que la salvación sea con ello, termino mi prefacio.

Esto aconteció en el año decimoctavo del imperio de Tiberio Cesar emperador de los romanos, y de Herodes, hijo de Herodes, nacido en Galilea, el año decimoctavo de su reinado, el ocho de las

calendas de abril, que es el día veinticinco del mes de marzo, bajo el consulado de Rufino y de Rubelión, el año cuarto de la doscientas dos olimpiada, cuando Josefo y Caifas eran Sumos Sacerdotes de los judíos. Y Nicodemo escribió entonces, en letras hebraicas, el relato de todo lo que pasó cuando la crucifixión del Señor y después de su pasión.

CAPÍTULO PRIMERO

Anas, Caifas, Somnas, Dathan y Gamaliel, Judas, Leví, Neftali Alejandro, Siró y otros príncipes de los judíos fueron a ver a Pilato y acusaron a Jesús de muchas malas acciones, diciendo «Nosotros le conocemos por el hijo de José el carpintero y por nacido de María. Sin embargo, él pretende ser el hijo de Dios y rey de todos los hombres, y no solamente con palabras, sino también con hechos, profana el sábado y destruye la ley de nuestros padres.» Pilato preguntó: «¿Qué es lo que hace y cuáles son las malas acciones que comete?» Y los judíos respondieron: «La ley confirmada por nuestras costumbres, ordena santificar el sábado y prohíbe curar en este día. Pero Jesús, en sábado, cura ciegos, sordos, cojos, paralíticos, leprosos, poseídos.» Dijo Pilato «¿Cómo pueden ser todas ésas malas acciones?» Y ellos respondieron: «Es un mago, puesto que por Belcebú, príncipe de lo. demonios, expulsa a los demonios, y por él también todas las cosas le están sometidas. Dijo Pilato: «No es el espíritu inmundo el que puede expulsar a los demonios, sino el poder de Dios. Dijeron los judíos: «Nosotros rogamos a tu grandeza que hagas comparecer a Jesús ante un tribunal, para que le veas y le oigas.»

Y Pilato llamó a un mensajero y le ordenó: «Que Jesús sea traído aquí y tratado con dulzura.»

Y se fue el mensajero, y habiendo visto a Jesús, a quien conocía muy bien, tendió su manto ante él y se echó a sus pies, diciéndole: «Señor, entra caminando sobre este manto, porque el gobernador te llama.» Viendo lo cual, los judíos, enojados, se quejaron ante Pilato y le dijeron: «¿Por qué no le has dado la orden de venir por la voz de un heraldo, en lugar de mandarle a un mensajero? Porque el mensajero, al verle, le adoró y extendió ante él su manto, rogándole que caminase sobre él, y diciéndole: "el gobernador te llama."» Y Pilato llamó al mensajero y le preguntó: «¿Por qué has hecho así?» Y el mensajero respondió: «Cuando me enviaste a Jerusalén cerca de Alejandro, vi a Jesús montado en un borrico, y los hijos de los hebreos, sosteniendo ramas de árbol en sus manos, gritaban: "Salve, hijo de David". Y otros, extendiendo sus vestidos por el camino, decían: "Salud al que está en los cielos. Bendito el que viene en nombre del Señor." Los judíos respondieron al mensajero gritando: «Esos hijos de los hebreos se expresaban en hebreo, ¿cómo tú, que eres griego, comprendiste palabras pronunciadas en una lengua que no es la tuya?» El mensajero replicó: «Yo interrogué a uno de los judíos y le dije: "¿Que es lo que ellos gritan en hebreo?" Y él me lo explicó.» Dijo entonces Pilato: «¿Cuál era la exclamación pronunciada en hebreo?» Y los judíos respondieron: «Hosanna.» Y Pilato dijo: «¿Qué significa?. Y los judíos respondieron: «Ella significa: ¡Salud, Señor!»Y dijo Pilato: «Vosotros mismos confirmáis que los niños se expresaban de ese modo. ¿En qué, pues, es culpable el mensajero?» los judíos callaron. Y el gobernador dijo al mensajero: «Sal e introdúcele.» Y el mensajero fue a donde estaba Jesús y le dijo: «Entra, Señor porque el gobernador te llama.» Y, al entrar Jesús en el pretorio las imágenes que los abanderados llevaban sobre sus insignias se inclinaron por sí mismas y le adoraron. Y los judíos, viendo que las imágenes se habían inclinado por sí mismas para adorar Jesús, levantaron un gran clamor contra los abanderados. Entonces» Pilato dijo a los judíos: «Vosotros no rendís homenaje a Jesús, ante quien se han inclinado las imágenes para saludar pero gritáis a los abanderados, como si ellos hubiesen inclina sus insignias para adorar a Jesús.» Y los judíos respondieron: «Eso hemos visto que hacían.» El gobernador hizo que se acercaran los abanderados y les preguntó por qué habían hecho eso. Ellos respondieron a Pilato: «Nosotros somos paganos y esclavos de templos, ¿cómo íbamos a querer adorarle? Las banderas que sosteníamos se han inclinado por sí solas para adorarle.» Pilato dijo a los jefes de la sinagoga y a los ancianos del pueblo: «Elegid por vuestra cuenta hombres fuertes y robustos que empuñen las banderas, y veremos si ellas se inclinan por sí mismas.» Los ancianos dé los judíos escogieron a doce hombres muy robustos y les pusieron las insignias en las manos, y los pusieron en fila en presencia del gobernador. Y Pilato dijo al mensajero: «Lleva a Jesús fuera pretorio y hazle entrar de nuevo.» Y Jesús salió del pretorio con el mensajero. Y Pilato, dirigiéndose a los que sostenían las insignias. les dijo, haciendo el juramento por la salud del César: «Si las banderas se inclinan cuando él entre, os haré cortar la cabeza.» Y el gobernador ordenó que entrara Jesús por segunda vez. Y el mensajero rogó de nuevo a Jesús que entrara, pasando sobre el manto que él había arrojado al suelo. Así hizo Jesús y, cuando entró, las banderas se inclinaron y le adoraron.

CAPÍTULO II

Pilato, al ver esto, quedó sobrecogido por el espanto y comenzó a removerse en su asiento, y, cuando estaba a punto de levantarse, su mujer, llamada Prócula, le envió a un siervo para decirle: «No hagas nada contra este justo, porque esta noche he sufrido mucho en sueños por causa de él.» Pilato, al oír esto, dijo a los judíos: «Vosotros sabéis que mi esposa es pagana y que, sin embargo, ha hecho construir numerosas sinagogas para vosotros. Pues bien, me ha mandado decir que Jesús es un hombre justo y que ha sufrido mucho en sueños esta noche por causa de él.» Pero los Judíos respondieron a Pilato: «¿No te habíamos dicho que es un encantador? He aquí que ha enviado un sueño a tu esposa.» y Pilato, llamando a Jesús, le dijo: «¿No oyes lo que éstos dicen contra tí? ¿Y no respondes nada? Jesús respondió: «Si no tuviesen el poder de hablar, no hablarían. Pero, cada uno a su grado, puede abrir la boca para decir cosas buenas o malas.» Los ancianos de los judíos replicaron a Jesús: «¿Qué es lo que nosotros decimos? primero: que has nacido de la fornicación; segundo: que el lugar de tu nacimiento fue Belén y que, por tu culpa, los niños fueron asesinados; tercero, que tu padre y tu madre huyeron a Egipto contigo porque no tenían confianza en el pueblo.» Y algunos judíos que se encontraban allí, y que eran menos malos que los otros, decían: «Nosotros no afirmamos que nació de la fornicación porque sabemos que María se casó con José, y él no nació de la fornicación.» Y Pilato dijo a los judíos que mantenían que Jesús había nacido de la fornicación: «Ese discurso vuestro es mentiroso, puesto que hubo casamiento, según lo atestiguan algunos de entre vosotros.» Anas y Caifas dijeron a Pilato: «Toda la multitud grita que nació de la fornicación y que es un encantador. Y esos que hablan a su favor son sus prosélitos y sus discípulos.» Pilato, llamando a Anas y a Caifas, les dijo: «¿Qué es eso de prosélitos?» Y ellos respondieron: «Son hijos de paganos y ahora se han hecho Judíos.» Pero Lázaro y Asterio, y Antonio, y Santiago, Zaro y Samuel, Isaac y Fineo, Crispo y Agripa, y Amenio y Judas dijeron entonces: «Nosotros no somos prosélitos, sino hijos de judíos, y vivimos la verdad, porque hemos asistido a las bodas de María.» Pílato, dirigiéndose a los doce hombres que habían hablado así, les dijo: «Yo os ordeno, por la salud del César, que declaréis si decís la verdad y si él no ha nacido de la fornicación.» Y ellos contestaron a Pilato: «Nuestra ley nos prohíbe jurar, porque es un pecado. Ordena a ésos que juren, por la salud del César, que es falso lo que nosotros decimos, y habremos merecido la muerte.» Anas y Caifas juraron a Pilato: «¿Creerás a estos hombres, que afirman que no ha nacido de la fornicación, y no nos creerás a nosotros que aseguramos que es un encantador, y que se llama a sí mismo hijo de Dios y rey?» Entonces Pilato ordenó que saliese todo el pueblo y que se pusiese aparte a Jesús, y, dirigiéndose a los que habían afirmado que no era hijo de la fornicación, les preguntó: «¿Por qué los judíos quieren hacer perecer a Jesús?» Y ellos le respondieron: Están irritados porque hace curaciones el día del sábado.» Pilato dijo: «¿Quieren hacerle perecer por una buena obra?» Y ellos respondieron: «Sí, Señor.»

CAPÍTULO III

Pilato, lleno de cólera, salió del pretorio y dijo a los judíos: «Pongo al sol por testigo de que no he encontrado nada reprensible en este hombre.» Y los judíos respondieron al gobernador: «Si no fuese un encantador, no te lo habríamos entregado.» Pilato dijo: Tomadle y juzgadle según vuestra ley.» Pero los judíos contestaron: No nos está permitido matar a nadie.» Pilato dijo a los judíos: «Es a vosotros y no a mí a quien Dios ordenó: "No matarás."» Y, entrando de nuevo en el pretorio, Pilato llamó a Jesús a solas y le pregunto: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Y Jesús le respondió: «¿Dices eso por ti mismo o te lo han dicho otros de mí?» Pilato dijo: «¿Es que acaso soy yo judío? Tu nación y los príncipes de los sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?» Jesús le respondió «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo mis servidores habrían resistido y yo no habría sido entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.» Pilato dijo: «¿Eres, pues, rey? Jesús respondió: «Tú lo dices. Sí, yo soy rey; para eso he nacido. para eso he venido al mundo; para dar testimonio de la verdad y todos cuantos tomen partido por la verdad, escucharán mi voz. Dijo Pilato: «¿Qué es la verdad?» Y Jesús respondió: «La verdad viene del cielo.» Preguntó Pilato: «¿No hay, pues, verdad sobre la tierra?» Y Jesús dijo a Pilato: «Ya ves cómo los que dicen la verdad sobre la tierra son juzgados por los que tienen poder sobre la tierra.»

CAPÍTULO IV

Y dejando a Jesús en el interior del pretorio, Pilato salió, y fue a donde estaban los judíos y les dijo: «No encuentro en él ninguna falta.» Los judíos respondieron: «Él ha dicho: Yo puedo destruir este templo y reconstruirlo en tres días.» Pilato les preguntó: «¿Que templo?» Y los judíos respondieron: «El que Salomón tardó cuarenta y seis años en construir, y él asegura que, en solo tres días puede destruirlo y volverlo a levantar.» Y Pilato les dijo de nuevo «Yo soy inocente de la sangre de este hombre. Ved vosotros lo que os toca hacer con él.» Y los judíos dijeron: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.» Entonces, Pilato, llamando a los ancianos, a los sacerdotes y a los levitas, les dijo en secreto: «No hagáis tal, porque, a pesar de vuestras acusaciones, nada he hallado digno de muerte en lo que le reprocháis de haber violado el sábado.» Los sacerdotes, y los levitas y los ancianos dijeron: «El que ha blasfemado contra el César reo es de muerte; pues bien, él ha blasfemado contra Dios.» El gobernador ordenó entonces a los judíos que salieran del pretorio y, llamando a Jesús, le dijo:

«¿Qué haré, pues, yo contigo?» Jesús dijo a Pilato: «Actúa como debes.» Pilato dijo a los judíos: «¿Cómo debo actuar?» Jesús respondió: «Moisés y los profetas han predicho esta pasión y mi resurrección.» Los judíos, al oírle, dijeron a Pilato: «¿Quieres escuchar por más tiempo estas blasfemias? Nuestra ley prescribe que si un hombre peca contra su prójimo, recibirá cuarenta azotes menos uno, y que el blasfemo será castigado con la muerte.» Pilato les dijo: »Si su discurso es blasfemo, tomadle y llevadle a vuestra sinagoga y juzgadle según vuestra ley.» Los judíos dijeron a Pilato: Queremos que sea crucificado.» Pilato les dijo: «Eso no es justo.» Y mirando a la asamblea, vio a algunos judíos que lloraban, y dijo: No toda la multitud quiere que muera.» Los ancianos dijeron a Pilato: «Todos hemos venido aquí para que muera.» Y Pilato dijo líos judíos: «¿Qué ha hecho él para merecer la muerte?» Y ellos respondieron. «Ha dicho que era rey e hijo de Dios.»

CAPÍTULO V

Entonces, un judío, de nombre Nicodemo, se acercó al gobernador y le dijo: «Te ruego que me permitas, en tu misericordia, decir algunas palabras.» Y Pilato le dijo: «Habla.» Y Nicodemo dijo: Yo he preguntado a los ancianos, a los sacerdotes, a los levitas, a los escribas, a toda la multitud de los judíos en la sinagoga: "¿Qué queja tenéis contra este hombre?" Él hace numerosos milagros, tan grandes como nadie los ha hecho ni los hará jamás. Dejadle ir, y no le causéis ningún mal, porque si esos milagros vienen de Dios, serán estables, y si vienen de los hombres, perecerán. Moisés, a quien Dios envió a Egipto, realizó los milagros que el Señor le había ordenado realizar en presencia del faraón. Y allí había magos, Jamnés y Mambrés, a quienes los egipcios miraban como si fueran dioses, y que quisieron hacer los mismos milagros que el y no pudieron imitarlos todos. Y como los milagros que obraron no venían de Dios, perecieron, como perecieron también los que en ellos habían creído. Y ahora, dejad a este hombre, por que no merece la muerte.» Los judíos dijeron a Nicodemo: «Te has vuelto discípulo suyo y por eso levantas la voz a su favor.» Nicodemo replicó: «¿Es que el gobernador, que también habla a su favor, es discípulo suyo? ¿Es que el César no le ha otorgado la misión de hacer justicia?» Los judíos, temblando de cólera, rechinaron los dientes contra Nicodemo, y le dijeron: «Crees en él y partirás la misma suerte que él.» Nicodemo dijo: «Amén. Comparta yo la misma suerte que él, como vosotros decís.»

CAPÍTULO VI

Otro de los judíos se adelantó y pidió al gobernador permiso para hablar. Y Pilato dijo: «Lo que quieras decir, dilo.» Y aquel judío habló así: «Desde hacía treinta y ocho años, yo yacía en mi lecho y era continuamente presa de grandes sufrimientos y corría el peligro de perder la vida. Jesús vino, y muchos endemoniados y gentes afligidas por diversas enfermedades fueron curadas por él unos jóvenes piadosos me llevaron en mi lecho a su presencia y Jesús, al verme, se compadeció de mí y me dijo: "Levántate, toma tu lecho y marcha." Y, en el acto, quedé totalmente curado, tome mi lecho y me marché.» Los judíos dijeron a Pilato: «Pregúntale en qué día fue curado.» Y el hombre respondió: «En día de sábado Y los judíos dijeron: «¿No decíamos nosotros que curaba y expulsaba a los demonios en día de sábado?» Y otro judío se adelanto y dijo: «Yo era ciego de nacimiento; yo oía hablar, pero no veía a nadie. Y Jesús pasó y yo me dirigí a él, gritando: "¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!" Y él tuvo compasión de mí y puso sus manos sobre mis ojos e inmediatamente recobré la vista.» Y otro se adelantó y dijo: «Yo estaba encorvado, y él me enderezó con una sola palabra.» Y otro se adelantó y dijo: «Yo era leproso y el me curó con una sola palabra.»

CAPÍTULO VII

Y una mujer, llamada Verónica, dijo: «Desde hacía doce años yo estaba aquejada de un flujo de sangre, y toqué el borde de su túnica y enseguida se detuvo el flujo de sangre.» Los judíos dijeron: «Según nuestra ley una mujer no puede declarar como testigo.»

CAPÍTULO VIII

Y algunos otros de la multitud de los judíos, hombres y mujeres, se pusieron a gritar: «¡Este hombre es un profeta, y los demonios se le someten!» Pilato les dijo: «¿Por qué los demonios no están sometidos a vuestros doctores?» Y ellos respondieron: «No sabemos.» Otros dijeron a Pilato: «Él ha resucitado a Lázaro, que estaba muerto desde hacía cuatro días, y lo ha hecho salir del sepulcro.» Al oír esto, el gobernador quedó aterrado y dijo a los Judíos: «¿De qué nos servirá derramar sangre inocente?»

CAPÍTULO IX

Y Pilato, llamando a Nicodemo y a los doce hombres que decían que Jesús no había nacido de la fornicación, les habló así: «¿Qué debo hacer? Porque en el pueblo va a estallar una sedición.» Y ellos respondieron: «No lo sabemos; que lo vean ellos mismos.» Y Pilato, .convocando de nuevo a la multitud, dijo a los judíos: «Todos vosotros que, según la costumbre, el día de los ácimos le concedo la gracia a un preso. Tengo en prisión a un famoso asesino, que se llama Barrabás; yo no encuentro en Jesús nada que le haga merecedor de la muerte. ¿A cuál de los dos queréis que suelte?» todos respondieron gritando: «¡Suelta a Barrabás!» Pilato dijo: Que hago con Jesús, llamado el Cristo? » Y ellos gritaron todos: ¡Que sea crucificado!» Y los judíos dijeron también: «No eres amigo del César si pones en libertad al que se llama a sí mismo rey e hijo de Dios, y quizá quieres que él sea rey en vez del César.» Y entonces Pilato se encolerizó y les dijo: «Siempre habéis sido una raza sediciosa y os habéis opuesto a los que estaban por vosotros.»

Y los judíos preguntaron: «¿Quiénes son los que estaban por nosotros?» Y Pilato respondió: «Vuestro Dios, que os liberó

de la dura servidumbre de los egipcios y que os condujo a pie por el mar seco y que os dio, en el desierto, el maná y la carne de las codornices para vuestra alimentación, y que hizo salir de una roca agua para calmar vuestra sed, y contra el cual, a pesar de tantos favores, no habéis cesado de rebelaros, por lo cual él ha querido haceros perecer. Y Moisés rogó por vosotros a fin de que no perecierais. Y decís ahora que yo odio al rey.» Y, levantándose de su tribunal, quiso salir. Pero todos los judíos gritaron: «Nosotros sabemos que nuestro rey es el César, y no Jesús.» Porque los magos le ofrecieron presentes como a rey. Y Herodes, sabedor por los magos de que un rey había nacido, intentó matarle. Y enterado de ello José, su padre, le tomó, junto con su madre, y huyó a Egipto. Y Herodes ordenó dar muerte a los hijos de los judíos que por aquel entonces habían nacido en Belén.» Al oír estas cosas, Pílato quedó aterrado y, cuando se restableció la calma entre el pueblo que gritaba, dijo: «Ese que está aquí presente, ¿es el que buscaba Herodes?» Y ellos respondieron: «Él es.» Y Pílalo, tomando agua, se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: «Yo soy inocente de la sangre de este justo. Pensad bien lo que vais hacer.» Y los judíos repitieron: «Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.» Entonces, Pilato ordenó que se trajese a Jesús ante el tribunal en el que él estaba sentado, y prosiguió en estos términos, dictando sentencia contra Jesús: «Tu raza no te quiere por rey. Ordeno, pues, que seas primeramente azotado. De acuerdo con los estatutos de los antiguos príncipes.» Después mandó que se le crucificase en el lugar en que había sido arrestado, junto con dos malhechores, cuyos nombres eran Dimas, y Gestas.

CAPÍTULO X

Y Jesús salió del pretorio, y los dos ladrones con él. Y, cuando hubo llegado al lugar que se llama Gólgota, los soldados le desnudaron de sus vestiduras y le ciñeron un lienzo, y pusieron sobre su cabeza una corona de espinas, y colocaron una caña en su manos. Y crucificaron igualmente a los dos ladrones a sus lados Dimas a su derecha y Gestas a su izquierda. Y Jesús dijo: «Padre perdónalos y no les castigues, porque no saben lo que hacen.» Y ellos se repartieron sus vestiduras. Y el pueblo estaba presente, y los príncipes, los ancianos y los jueces se burlaban de Jesús diciendo: «Él ha salvado a otros, que se salve ahora a sí mismo, y si es hijo de Dios, que descienda de la cruz.» Y los soldados se mofaban de él y le ofrecían por bebida vinagre mezclado con hiel diciendo: «Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.» Un soldado, llamado Longinos, tomando una lanza, le hirió en el costa do, del cual salió sangre y agua. Y el gobernador ordenó que. conforme a la acusación de los judíos, se inscribiese en una tablilla en letras hebreas, griegas y latinas: «Éste es el rey de los judíos.» Uno de los ladrones que estaban crucificados, llamado Gestas, le dijo: Si eres el Cristo, libérate, así como a nosotros.» Dimas le

respondió, reprendiéndole: «¿No temes a Dios, tú que eres de aquellos en quienes ha recaído la condena? Nosotros recibimos justo castigo por las faltas que hemos cometido, pero él no ha hecho ningún mal.» Y, después de que hubo reprendido a su compañero, dijo a Jesús: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino.» Y Jesús le respondió: «En verdad, te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.»

CAPÍTULO XI

Era entonces como la hora sexta del día, y las tinieblas se extendieron sobre toda la tierra, hasta la hora de nona. El sol se oscureció y el velo del templo se rasgó de arriba abajo en dos partes. hacia la hora de nona. Jesús dio una gran voz y exclamó: «Eli, Eli,¿lemá sabactani?», lo que significa: «Dios mío. Dios mío, ¿por que me has abandonado?» Y después dijo Jesús: «Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu.» Y, diciendo esto, expiró. El centurión, al ver lo que había pasado, glorificó a Dios, diciendo: «Este hombre era justo.» Y todos los asistentes, turbados por lo que habían visto, se fueron de allí, golpeándose el pecho. Y el centurión contó al gobernador lo que había ocurrido, y el gobernador, al oírlo, fue sobrecogido por una gran aflicción, y ellos no comieron ni bebieron aquel día.

Y Pilato, convocando a los judíos, les dijo; «¿Habéis visto lo que ha pasado?» Y ellos respondieron al gobernador: «El sol se ha eclipsado de la manera habitual.» Y todos los que seguían a Jesús se mantenían alejados, así como las mujeres que le habían seguido desde Galilea. Y he aquí que un hombre llamado José, hombre justo y bondadoso, y que no había tomado parte en las acusaciones ni en las maldades de los judíos, y que era de Arimatea, ciudad de Judea, y que esperaba el reino de Dios, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo de la cruz, lo envolvió en un lienzo blanquísimo, y lo depositó en una tumba completamente nueva que había hecho construir para él mismo y en la cual nadie había sido sepultado hasta entonces.

CAPÍTULO XII

Los judíos, habiéndose enterado de que José había solicitado el cuerpo de Jesús, lo buscaron, así como también a los doce hombres que habían afirmado que Jesús no había nacido de fornicación, y Nicodemo y los otros, que habían comparecido ante Pilato y habían dado testimonio de las buenas obras de Jesús. Todos se habían ocultado, y sólo Nicodemo se presentó ante ellos, porque él era príncipe de los judíos, y les dijo: «¿Cómo habéis entrado en la sinagoga?» Y ellos le respondieron: «¿Y tú? ¿Cómo has entrado en la sinagoga, si eres discípulo del Cristo? Que tengas, pues, tu parte con él en los siglos por venir.» Y Nicodemo respondió «Amén, amén, amén.» Y José se presentó igualmente a ellos y les dijo: «¿Por qué estáis irritados contra mí, porque haya pedido a Pilato el cuerpo de Jesús? He aquí que lo he depositado en mi propia tumba, envuelto en un lienzo blanquísimo, y he colocado una gran piedra al lado de la gruta. Habéis obrado mal contra el justo al que habéis crucificado y atravesado a lanzadas.» Los judíos, al oír esto, se abalanzaron sobre José y lo encerraron hasta que pasase el día del sábado. Y le dijeron: «En este momento, nada podemos hacer contra ti, porque es día de sábado. Sabemos que no eres digno de sepultura, y abandonaremos tu carne a los pájaros del cielo y a las bestias de la tierra.» José respondió: «Esas palabras son semejantes a las de Goliat el soberbio, que se levantó contra el Dios vivo y que hirió a David. Dios ha dicho por boca del profeta "Yo me reservaré la venganza. Y Pilato, endurecido en su corazón, se lavó las manos a plena luz, diciendo: "Soy inocente de la sangre de este justo." Y vosotros habéis respondido: "Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos." Y temo que ahora la cólera de Dios caiga sobre vosotros y sobre vuestros hijos, como vosotros dijisteis.»

Los judíos, al oír hablar así a José, se pusieron fuera de sí de rabia y, apoderándose de él, le encerraron en un calabozo donde no había ventana. Anas y Caifas colocaron guardianes a la puerta y pusieron su sello en la cerradura. Y celebraron consejo con los sacerdotes y los levitas, para reunirse todos pasado el día del sábado, y deliberar sobre qué tipo de muerte darían a José. Y, cuando estuvieron reunidos. Anas y Caifas ordenaron que trajeran a José quitando el sello, abrieron la puerta, y no encontraron a José en el calabozo donde le habían encerrado. Y toda la asamblea quedó sobrecogida por el estupor, porque habían encontrado la puerta cerrada. Y Anas y Caifas se retiraron.

CAPÍTULO XIII

Y estando todavía llenos de sorpresa, he aquí que uno de los soldados que habían sido situados para guardar el sepulcro, entró en la sinagoga y dijo: «Mientras nosotros vigilábamos la tumba de Jesús, la tierra tembló, y hemos visto al ángel de Dios quitar la piedra del sepulcro y sentarse sobre ella. Y su rostro brillaba como el rayo y sus vestidos eran blancos como la nieve. Y nosotros nos quedamos como muertos de terror, y hemos oído al ángel que decía a las mujeres venidas al sepulcro de Jesús: «No temáis, yo sé que buscáis a Jesús el crucificado; ha resucitado, según predijo. Venid y ved el sitio donde había sido colocado y encargaos de decir a sus discípulos que Él ha resucitado de entre los muertos, y que os precede a Galilea; allí le veréis.» Y los judíos, convocando a todos los soldados que habían puesto para custodiar el sepulcro de Jesús, dijeron: «¿Quiénes son esas mujeres a las que habló el ángel? .Porqué no os habéis apoderado de ellas?» Los soldados respondieron: «No sabemos quiénes eran esas mujeres. Nos hemos quedado como muertos del temor que nos inspiraba el ángel. ¿Cómo hubiéramos podido apoderamos de las mujeres?» Los judíos dijeron: ¡Por la vida del Señor, no os creemos!» Los soldados replicaron: «Vosotros habéis visto cómo Jesús hacía muchos milagros y no habéis creído en él, ¿cómo vais a creer en nuestras palabras? Habéis tenido razón al exclamar: "¡Por la vida del Señor!", porque el Señor vive, el Señor a quien vosotros encerrasteis. Hemos sabido que habéis metido en un calabozo, cuya puerta habéis sellado, a José. el que embalsamó el cuerpo de Jesús, y que, cuando fuisteis a buscarle, no lo encontrasteis. Entregadnos a José, a quien vosotros encerrasteis, y nosotros os devolveremos a Jesús, a quien guardábamos en el sepulcro.» Los judíos dijeron: «Nosotros os entregaremos a José, entregadnos vosotros a Jesús, porque José esta en la ciudad de Arimatea.» Los soldados respondieron: «Si José está en Arimatea,» Jesús está en Galilea, como hemos oído que el ángel anunciaba a las mujeres.» Al oír esto, los judíos se llenaron de temor y se decían entre ellos: «Cuando el pueblo oiga estas cosas, todos creerán en Jesús.» Y reunieron una gran suma de dinero y se la dieron a los soldados, diciéndoles: «Decid que, durante la noche, mientras vosotros dormíais, los discípulos de Jesús han venido y han robado el cuerpo. Y si el gobernador Pilato se entera de esto, nosotros le calmaremos respecto a vosotros, y no seréis inquietados.» Los soldados tomaron el dinero y dijeron lo que los judíos les habían recomendado.

CAPÍTULO XIV

Un sacerdote, llamado Finco, y Adas, que era maestro de escuela, y un levita llamado Ageo, vinieron los tres de Galilea a Jerusalén y dijeron a los príncipes de los sacerdotes y a todos los que estaban en la sinagoga: «Jesús, a quien vosotros habéis crucificado nosotros lo hemos visto hablando a once de sus discípulos, sentado en medio de ellos en el monte de los Olivos, y diciéndoles: "Id por todo el mundo, predicad a todas las naciones, bautizad a los gentiles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y el que crea y sea bautizado, será salvo Y cuando hubo dicho estas cosas a sus discípulos, lo vimos ascender hacia el cielo.» Al oír esto los príncipes de los sacerdotes, y los ancianos, y los levitas, dijeron a estos tres hombres: «Dad gloria al Dios de Israel, y testimoniad que lo que habéis visto y oído es verdadero.» Y ellos respondieron:

«Tan cierto como que vive el Señor de nuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, que nosotros hemos oído a Jesús hablar con sus discípulos y lo hemos visto subir al cielo; nosotros decimos la verdad. Si callásemos que hemos oído a Jesús hablar con sus discípulos y que lo hemos visto subir al cielo, cometeríamos un pecado.»

Los príncipes de los sacerdotes, levantándose enseguida, les dijeron: «No repitáis a nadie lo que habéis dicho de Jesús.» Y les entregaron una gran suma de dinero. Y mandaron con ellos a tres hombres para que los condujeran a su país, sin detenerse en Jerusalén. Y habiéndose reunido todos los judíos, se entregaban; entre ellos a grandes meditaciones, diciendo: «¿Qué es, pues, lo que ha ocurrido en Israel?» Anas y Caifas, consolándoles, les dijeron.«¿Debemos creer a los soldados que guardaban el monumento de Jesús, y que dicen que un ángel ha quitado la piedra de la puerta del monumento? Quizá sus discípulos se lo han dicho, o les han dado mucho dinero para hacerles expresarse así y que les dejaran llevarse el cuerpo de Jesús. Sabed que no hay que dar ningún crédito a las palabras de estos extranjeros, porque ellos han recibido de nosotros una gran suma y han dicho por todas partes lo que nosotros les habíamos recomendado que dijesen. Pues bien, ellos pueden haber sido infieles a los discípulos de Jesús igual que lo han sido con nosotros.»

CAPÍTULO XV

Nicodemo, levantándose, dijo: «Habláis rectamente, hijos de Israel. Habéis oído todo lo que han dicho esos tres hombres que han jurado sobre la ley del Señor. Ellos han dicho: "Hemos visto a Jesús que hablaba con sus discípulos en el monte de los Olivos, y lo hemos visto subir al cielo." Y la Escritura nos enseña que el bienaventurado Elías fue transportado al cielo, y que Elíseo, interrogado por los profetas, que le preguntaban: "¿Dónde está nuestro hermano Elias?", les dijo que él había sido arrebatado. Y los hijos de los profetas le dijeron: "¿Acaso nos lo ha arrebatado el espíritu y lo ha depositado sobre las montañas de Israel? Pero elijamos hombres que vayan con nosotros, y recorramos esas montañas, donde quizá le encontremos. Y suplicaron así a Elíseo, que caminó con ellos tres días, y no encontraron a Elias. Y ahora escuchadme, hijos de Israel. Enviemos hombres a las montañas, por que acaso el espíritu ha arrebatado a Jesús, y quizá le encontremos y haremos penitencia.» Y la propuesta de Nicodemo fue del gusto de todo el pueblo, y enviaron hombres, que buscaron a Jesús sin encontrarle y a su vuelta, dijeron: «No hemos encontrado a Jesús en ninguno de los lugares que hemos recorrido, pero hemos encontrado a José en la ciudad de Arimatea.» Al oír esto, los príncipes y todo el pueblo se regocijaron y glorificaron al Dios de Israel por haber encontrado a José, a quien habían encerrado en un calabozo y a quien no habían podido encontrar. Y, reuniéndose en una gran asamblea, los príncipes de los sacerdotes se preguntaron unos a otros: «¿Cómo podremos traer a José entre nosotros y hacerle hablar?» Y tomando papel, escribieron a José, diciendo: «La paz sea contigo y con todos los que están contigo. Sabemos que hemos pecado contra Dios y contra ti. Dígnate, pues, venir hacia tus padres y tus hijos, porque tu rapto nos ha producido una gran sorpresa. Reconocemos que habíamos concebido contra ti un perverso designio, y que el Señor te ha protegido, librándote de nuestras malas intenciones. La paz sea contigo, José, hombre honorable entre todo el pueblo.» Y eligieron siete hombres, amigos de José, y les dijeron: «Cuando lleguéis a casa de José, dadle el saludo de la paz y entregadle la carta.» Y los hombres llegaron a casa de José y le saludaron y le entregaron la carta. Y cuando José la hubo leído, exclamó: «¡Bendito sea el Señor Dios, que ha librado a Israel de la efusión de mi sangre. ¡Bendito seas. Dios mío, que me has protegido con tus alas!» Y José abrazó a los mensajeros y les recibió en su casa.

Al día siguiente, José montó en un asno y se puso en camino con ellos, y llegaron a Jerusalén. Y cuando los judíos conocieron su venida, corrieron todos ante él, gritando y diciendo: «¡La paz sea a tu llegada, padre José!» Y él respondió: «¡La paz del Señor sea con todo el pueblo!» Y todos le abrazaron. Y Nicodemo les recibió en su casa. acogiéndoles con gran honor y complacencia. Y al día siguiente. que era el día de la preparación, Anas, Caifas y Nicodemo dijeron a José: «Rinde homenaje al Dios de Israel y responde a todo lo que te preguntemos.

Estábamos irritados contra ti, porque habías sepultado el cuerpo del Señor Jesús, y te encerramos en un calabozo donde después no te encontramos, lo que nos llenó de sorpresa, y hemos estado llenos de espanto hasta que te hemos encontrado. Cuéntanos, pues, en presencia de Dios, lo que te ha ocurrido.» Y José respondió: «Cuando me encerrasteis, el día de Pascua por la tarde, mientras me hallaba en oración en medio de la noche, la casa fue como levantada en el aire. Y vi a Jesús brillante como un relámpago, y, lleno de terror, caí por tierra. Y Jesús, tomándome de la mano, me elevó por encima del suelo, y el sudor cubría mi frente Y él, enjugando mi rostro, me dijo: «Nada temas, José. Mírame y reconóceme, porque soy yo.» Y yo le miré y grité: «¡Oh, señor Elias, y el me dijo: «No soy Elias, sino Jesús de Nazaret, cuyo cuerpo has sepultado.» Y yo le respondí: «Muéstrame el monumento donde te deposité.» Y Jesús, tomándome de la mano, me condujo al lugar donde le había sepultado. Y me mostró el sudario y el lienzo en el que yo había envuelto su cabeza. Entonces reconocí que era Jesús le adoré, diciendo: «¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor!» Jesús, tomándome de la mano, me condujo a Arimatea, a mi casa. y me dijo: «La paz sea contigo, y durante cuarenta días no salgas de tu casa. Yo vuelvo ahora con mis discípulos.»

CAPÍTULO XVI

Cuando los príncipes de los sacerdotes y los otros sacerdotes y los levitas hubieron oído estas cosas, quedaron estupefactos y rodaron por tierra sobre sus rostros, como muertos. Y, vueltos en sí exclamaron. «¿Qué maravilla es la que se ha manifestado en Jerusalén? Porque nosotros conocemos al padre y a la madre de Jesús?» Un cierto levita dijo: «Sé que su padre y su madre eran personas temerosas de Dios, y que estaban siempre en el templo haciendo oración y ofreciendo hostias y holocaustos al Dios de Israel. Y cuando Simeón, el Sumo Sacerdote, le recibió, dijo acogiéndole en brazos: «Ahora, Señor, envía a tu siervo en paz según tu palabra, porque mis ojos han visto al Salvador que has preparado para todos los pueblos, luz que ha de servir para la gloria de tu raza de Israel.» Y aquel mismo Simeón bendijo también a María, madre de Jesús, y le dijo: «Yo te anuncio, con relación a este niño, que ha nacido para la ruina y para la resurrección de muchos y como signo de contradicción. Y un puñal atravesará tu alma. hasta que los pensamientos de los corazones de muchos sean conocidos.» Entonces, los judíos dijeron: «Enviemos a buscar esos tres hombres que aseguran haber visto a Jesús con sus discípulos en el monte de los Olivos.» Y cuando así se hizo y fueron interrogados, ellos respondieron con voz unánime: «Por la vida del Señor. Dios de Israel, que hemos visto manifiestamente a Jesús con sus discípulos en el monte de los Olivos, y su ascensión al cielo. Entonces, Anas y Caifas los tomaron uno por uno y los interrogaron separadamente. Y, confesando unánimemente la verdad, dijeron que habían visto a Jesús. Y Anas y Caifas dijeron: «Nuestra ley prescribe, que en la boca de dos o tres testigos, toda palabra es válida. Pero sabemos que el bienaventurado Enoch, grato a Dios. fue transportado al cielo por la palabra de El, y que la tumba del bienaventurado Moisés no ha sido encontrada, y que la muerte del profeta Elias no es conocida. Jesús, por el contrario, ha sido entregado a Pilato, flagelado, cubierto de escupitajos, abofeteado, coronado de espinas, herido con una lanza y crucificado; ha muerto en la cruz y ha sido sepultado. Y el bienaventurado José ha depositado su cuerpo en un sepulcro nuevo, y él atestigua haberlo visto vivo. Y estos tres hombres certifican que lo han visto en el monte de los olivos con sus discípulos y subir al cielo.»

El descenso a los infiernos

CAPÍTULO XVII

Y José, levantándose, dijo a Anas y Caifas: «Tenéis razón para estar admirados, porque os han dicho que Jesús ha sido visto resucitado y subiendo al cielo. Pues todavía es para asombrarse más que no sólo haya resucitado, sino que haya sacado del sepulcro a muchos otros muertos, a quienes gran número de personas han visto en Jerusalén. Y escuchadme ahora, porque todos sabemos que el bienaventurado sumo sacerdote Simeón recibió en sus manos, en el templo, a Jesús. Y que Simeón tuvo dos hijos, hermanos de padre y madre, y todos hemos estado presentes cuando ellos se han dormido, y hemos asistido a su enterramiento. Id. pues, y mirad sus tumbas, que hallaréis abiertas, porque los hijos de Simeón están en la ciudad de Arimatea, viviendo en oración. Algunas veces se oyen sus gritos, pero ellos no hablan a nadie y están silenciosos como muertos. Venid, vamos hacia ellos y tratémosles con todas las amabilidades. Y, si les interrogamos con insistencia, quizá nos hablen del misterio de su resurrección.»

Ante estas palabras, todos se regocijaron, y Anas y Caifas, Nicodemo y José y Gamaliel, yendo a los sepulcros, no encontraron a los muertos, pero yendo a Arimatea los encontraron allí arrodillados. Y los abrazaron con el mayor de los respetos y en el temor de Dios y los condujeron a Jerusalén, a la sinagoga. Y, después de que las puertas estuvieron cerradas, tomando el libro de la ley, se los pusieron en las manos, conjurándoles por el Dios Adonai y el Dios de Israel que ha hablado por la ley y los profetas, diciendo: «Si sabéis quién es el que os ha resucitado de entre los muertos, decid cómo os ha resucitado.» Al oír esta abjuración, Carino y Leudo sintieron estremecerse sus cuerpos y, todo emocionados, gimieron desde el fondo de su corazón. Y, mirando al cielo, hicieron con su dedo la señal de la cruz sobre la lengua. Y enseguida hablaron, diciendo: «Dadnos montones de papel, a fin de que escribamos lo que hemos visto y oído.» Y le dieron lo que habían pedido, y, sentándose, cada uno de ellos escribió diciendo:

CAPITULO XVIII

Jesucristo, Señor Dios, vida y resurrección de muertos, permítenos enunciar los misterios por la muerte de tu cruz, puesto que hemos sido conjurados por ti. Tú has ordenado no referir a nadie los secretos de tu majestad divina tal como los has manifestado en los infiernos. Cuando nosotros estábamos con nuestros padres, situados en el fondo de las tinieblas, hemos sido de repente rodeados por un esplendor dorado, como el del sol, y un resplandor real nos ha iluminado. Y enseguida Adán, el padre de todo el género humano, se ha estremecido de gozo, así como todos los patriarcas y los profetas, y han dicho: «Esta luz, es el autor mismo de la luz eterna quien nos ha prometido transmitirnos una luz que no tendrá ni declinación ni fin.»

CAPÍTULO XIX

Y el profeta Isaías gritó, y dijo: «Es la luz del Padre, el Hijo de Dios, como yo he predicho, cuando estaba sobre la tierra de los vivos: la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí. Más allá del Jordán, el pueblo que habita sentado en las tinieblas verá una gran luz; y sobre los que están en la región de la muerte, la luz brillará. Y ahora, ha llegado y ha brillado para nosotros, que estábamos sentados en la muerte.»

Y como todos nos estremeciéramos de alegría, en la luz que nos ha iluminado, Simeón, nuestro padre, se acercó a nosotros y, también estremecido de alegría, dijo a todos: «Glorificad al Señor Jesucristo, Hijo de Dios, porque yo lo recibí en mis manos recién nacido, en el templo, e, inspirado por el Espíritu Santo, lo he glorificado y he dicho: "Mis ojos han visto ahora la salvación que tú has preparado en presencia de todos los pueblos; la luz para la revelación de las naciones y la gloria de tu pueblo de Israel."» Al oír estas cosas, toda la multitud de los santos se estremeció de alegría. Y, después, vino un hombre que parecía un ermitaño. Y como todos le preguntasen quién era, él respondió diciendo: «Yo soy Juan, la voz y el profeta del Altísimo, el que preparó su advenimiento al mundo, a fin de preparar sus caminos y dar la ciencia de la salvación a su pueblo para la remisión de los pecados. Y viéndole llegar hacia mí, me sentí poseído por el Espíritu Santo, y le dije: "He aquí el cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. Y le bauticé en el río Jordán y vi al Espíritu Santo descender hacia Él en figura de paloma. Y he oído una voz que decía: "He aquí mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias, escuchadle." Y ahora, después de haber precedido, después de haber precedido su advenimiento, he descendido a anunciaros que, dentro de poco tiempo, el mismo Hijo de Dios, levantándose de lo alto vendrá a visitarnos, a nosotros, que estamos sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte.»

CAPÍTULO XX

Y cuando el padre Adán, el primer formado, oyó estas cosas sobre que Jesús había sido bautizado en el Jordán, exclamó, hablan do a su hijo Set: «Cuenta a tus hijos, los patriarcas y los profetas todo cuanto oíste decir al arcángel Miguel, cuando yo te envié a las puertas del paraíso, a fin de suplicar al Señor que permitiera que su ángel te diera aceite del árbol de la misericordia, para que me untaras con él, pues yo estaba enfermo.» Entonces Set, acercándose a los santos patriarcas y a los profetas, dijo: «A mí, Set, hallándome en oración delante del Señor, se me apareció Miguel diciendo: "He sido enviado a ti por el Señor, y presido sobre el cuerpo humano. Y

te digo, Set, que no niegues con lágrimas en los ojos, pidiendo el aceite del árbol de la misericordia, para ungir a tu padre Adán y así cesen los sufrimientos de su cuerpo; porque de ninguna manera podrás recibirlo si no es en los últimos días, cuando se hayan cumplido cinco mil quinientos años; entonces, el Hijo de Dios, lleno de amor. vendrá sobre la tierra, y resucitará el cuerpo de Adán, y al mismo tiempo resucitará el cuerpo de los muertos. Y, a su venida, será bautizado en el Jordán. Cuando haya salido de las aguas del Jordán, entonces ungirá con el aceite de su misericordia a todos los que crean en Él, y el aceite de su misericordia será para la generación de los que deben nacer del agua y del Espíritu Santo para la vida eterna. Entonces, Jesucristo, el Hijo de Dios, lleno de amor, descendido sobre la tierra, introducirá a tu padre Adán en el paraíso Junto al árbol de la misericordia.» Al oír todas las cosas que decía Set. los patriarcas y los profetas experimentaron una gran alegría.

CAPÍTULO XXI

Y cuando todos los santos se estremecían de alegría, he aquí que Satán, príncipe y jefe de la muerte, dijo al príncipe de los infiernos: «Prepárate para recibir a Jesús, que se vanagloria de ser el cristo, Hijo de Dios, que es un hombre que teme a la muerte, puesto que dijo: "Mi alma está triste hasta la muerte. Porque él se ha opuesto a mí en muchas cosas, y muchos hombres que yo había hecho ciegos, cojos, sordos, leprosos, y que yo había atormentado mediante diversos demonios, él los ha curado con una sola palabra. Y a los que yo había hecho morir, él los ha levantado.»

Y el príncipe del Tártaro, respondiendo a Satán, dijo: «¿Quién es ese príncipe tan poderoso y que, sin embargo, teme a la muerte Porque todos los poderosos de la tierra han sido sometidos a mi poder, cuando tú les has llevado sometidos por tu poder Si pues, tú eres tan poderoso, ¿quién es ese Jesús que, aun temiendo la muerte, se opone a ti? Si él es tan poderoso en su humanidad en verdad te digo que es todopoderoso en su divinidad, y nadie podrá resistir su poder. Y, cuando él diga que teme a la muerte, lo que quiere es engañarte, y la desgracia será para ti en los siglo eternos.»

Satán, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: «¿Por qué vacilas en prender a Jesús, adversario tuyo y mío? Porque yo le he tentado y he excitado contra él a mi antiguo pueblo judío, llenándolo de odio y de cólera; he aguzado la lanza de la persecución, he mezclado vinagre y hiel y se la he dado a beber; y he hecho preparar la madera para crucificarle y clavos para taladrar sus manos y sus pies, y su muerte está próxima, y lo traeré sujeto a ti y a mí.»

Y el príncipe del infierno respondió y dijo: «Tú me has dicho que fue él quien me arrancó de los muertos. Muchos están aquí que retengo, y que, sin embargo, mientras vivían sobre la tierra. me han arrebatado muertos, no por su propio poder, sino por las plegarias que ellos dirigían a Dios, y su Dios todopoderoso me los ha arrancado. ¿Quién es, pues, ese Jesús que, por su palabra, me ha arrancado muertos? ¿Es quizá el que ha vuelto a la vida, por su palabra imperiosa, a Lázaro, que estaba muerto desde hacía cuatro días, lleno de podredumbre y en descomposición y a quien yo retenía como muerto?»

Satán, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: «Es ese mismo Jesús.» Oyendo esto, el príncipe del infierno le dijo: «Yo te conjuro, por tu poder y el mío, que no lo traigas hacia mí. Porque, cuando me enteré de la fuerza de su palabra, temblé, me llené de espanto y, al mismo tiempo, todos mis ministros impíos quedaron tan turbados como yo. No pudimos retener a Lázaro, el cual, con toda la agilidad y con toda la velocidad del águila, salió de entre nosotros, y esta misma tierra que retenía su cuerpo privado de vida lo ha devuelto enseguida viviente. Así sé yo ahora que este hombre que ha podido cumplir estas cosas es el Dios fuerte en su imperio y poderoso en su humanidad, y Salvador del género humano, y si tú le traes hacia mí, liberará a todos aquellos que yo retengo aquí encerrados en el rigor de la prisión y encadenados por los lazos no rotos de sus pecados, y por su divinidad los conducirá a la vida que debe durar tanto como la eternidad.»

CAPITULO XXII

Y mientras así hablaban el uno con el otro. Satán y el príncipe del infierno, se oyó una voz como un trueno y como el ruido del huracán, que decía: «Príncipes, abrid vuestras puertas, y vosotras, puertas, abrios, que el Rey de la gloria va a entrar» Oyendo esto, el príncipe del infierno dijo a Satán: «Aléjate de mí y sal de mis moradas; si eres un combatiente tan poderoso, combate contra el Rey de gloria. Pero ¿qué hay entre tú y él?» Y el príncipe del infierno dijo a sus ministros impíos: «Cerrad las crueles puertas de bronce y empujad los cerrojos de hierro y resistid valientemente, no sea que seamos reducidos a la cautividad, nosotros, que custodiamos a los cautivos.» Pero, al oír esto, toda la multitud de los santos dijo al príncipe del infierno, con voz de reproche: «Abre la puerta, a fin de que el Rey de la gloria pueda entrar.» Y David, aquel divino profeta, gritó diciendo: «¿Es que, cuando yo estaba en la tierra de los vivos, no os he predicho que las misericordias del Señor le rendirán testimonio. y que sus maravillas lo anunciarán a los hijos de los hombres. porque él ha quebrado las puertas de bronce y roto los cerrojos de hierro? Él los ha retirado del camino de su iniquidad.» Y, a continuación, Isaías dijo algo semejante a todos los santos: «¿Es que, cuando yo estaba en la tierra de los vivos, no os he predicho que los muertos se despertarán, y los que están en las tumbas s<>

Y ahora, inmundo y horrible príncipe del infierno, abre tus puertas, a fin de que entre el Rey de la gloria.» Al decir estas palabras David, al príncipe del infierno, apareció el Señor de majestad bajo la forma de un hombre, e iluminó las tinieblas eternas, y rompió los lazos que no estaban rotos, y el socorro de una virtud invencible nos visitó, a nosotros, que estábamos sentados en las profundidades de las tinieblas de nuestras faltas, y en la sombra de la muerte de nuestros pecados.

CAPITULO XXIII

Cuando los príncipes del infierno y de la muerte, y sus oficiales impíos vieron esto, se sintieron sobrecogidos por el espanto con sus crueles ministros, en sus propios reinos; cuando vieron la claridad deslumbradora de una luz tan viva, y al Cristo súbitamente establecido en sus moradas, exclamaron diciendo: «Nos has vencido. ¿Quién eres tú, a quien el Señor envía para nuestra confusión? ¿Quién eres tú, que, sin esperar la confusión, por efecto irresistible de tu majestad, has podido vencer nuestro poder? ¿Quien eres tú, tan grande y tan pequeño, tan humilde y tan elevado, sol dado y general, combatiente tan admirable, bajo la forma de esclavo, Rey de la gloria, muerto en una cruz y vivo. Que desde tu sepulcro has descendido hasta nosotros? ¿Quién eres tú, en cuya muerte ha temblado toda criatura y se han conmovido todos los astros» y que ahora permaneces libre entre los muertos y turbas a nuestras legiones? ¿Quién eres tú, que redimes a los cautivos, y que inundas de una luz brillante a los que están ciegos por las tinieblas de los pecados?» Y al mismo tiempo todas las legiones de los demonios, sobrecogidos por un espanto semejante, gritaron con sumisión temerosa y voz unánime, diciendo: «¿De dónde eres tú. Jesús hombre tan poderoso y de una tan alta majestad, tan resplandeciente, sin macha, limpio de todo crimen? Porque este mundo terrestre que siempre nos ha estado sometido y que nos pagaba tributos por nuestros usos abominables, nunca nos ha enviado a un muerto ni destinado semejante presente a los infiernos. ¿Quién eres, pues, tú, que has franqueado sin temor las fronteras de nuestros dominios, y no solamente no temes nuestros suplicios, sino que hasta intentas librar a los que retenemos bajo nuestras cadenas? Quizá eres tú ese Jesús de quien Satán, nuestro príncipe, decía que, por tu muerte en la cruz, recibirías un poder sin límites sobre el mundo entero.» Entonces, el Rey de la gloria, aplastando con su majestad a la muerte bajo sus pies, y sometiendo a Satán, privó al infierno de todo poder y sacó a Adán a la claridad de la luz.

CAPÍTULO XXIV

Al instante, el príncipe del infierno, cubriendo a Satán de violentos reproches, le dijo: «Belcebú, príncipe de condenación y jefe de destrucción, irrisión de los ángeles de Dios, ¿qué has querido hacer? ¿Has querido crucificar al Rey de la Gloria, sobre cuya ruina y cuya muerte nos habías prometido tan grandes despojos? ¿Ignora cuan locamente has obrado? Porque he aquí que este Jesús disipa, por el resplandor de su divinidad, todas las tinieblas de la muerte. Ha atravesado las profundidades de las más sólidas prisiones, liberando a cautivos y rompiendo los hierros de los encadenados. Y he aquí que todos los que gemían bajo nuestros tormentos nos insultan y vierten sobre nosotros sus imprecaciones. Nuestros imperios y nuestros reinos han quedado vencidos, y no sólo no inspiramos ya terror a la raza humana, sino que, por el contrario, nos amenazan y nos injurian aquellos que, muertos, nunca habían podido mostrar soberbia ante nosotros, y nunca habían podido experimentar un momento de alegría durante su cautividad.

»0h, Satán, príncipe de todos los males y padre de los rebeldes e impíos, ¿qué has querido hacer? Los que, desde el comienzo del mundo hasta el presente, habían desesperado de su vida y de su salvación, no dejan oír ya sus gemidos. No resuena ninguna de sus quejas y no se encuentra ningún vestigio de lágrimas sobre la faz de ninguno de ellos. Rey inmundo, poseedor de las llaves de los infiernos, por la madera de la cruz, has perdido todas las riquezas que habías adquirido por la prevaricación y la pérdida del paraíso. Toda tu dicha se ha disipado y, cuando has puesto en la cruz al Cristo, Jesús, el Rey de la Gloria, has actuado contra ti y contra mí Sabe en adelante cuantos tormentos eternos y cuantos suplicios infinitos te están reservados bajo mi guarda, que no conoce término. Oh, Satán, príncipe de todos los malvados, autor de la muerte y fuente del orgullo, tú hubieras debido primeramente buscar algún justo reproche que hacer a Jesús. Pero, si no encontraste en él ninguna falta, ¿por qué, sin razón, te has atrevido a crucificarle injustamente y atraer a nuestra región al inocente y al justo? Así has perdido a los malos, los impíos y los injustos del mundo entero.» Y según habla de este modo el príncipe del infierno a Satán, dijo el Rey de la Gloria al príncipe del infierno: «El príncipe Satán estará bajo tu potestad por los siglos de los siglos, en lugar de Adán y de sus hijos, que son mis justos.»

CAPÍTULO XXV

Y el Señor extendió su mano y dijo: «Venid a mí todos Santos, hechos a mi imagen y semejanza. Vosotros, que habéis sido condenados por el madero, por el diablo y por la muerte, veréis a la muerte y al diablo condenados por el madero.» Y, enseguida, todos los santos se reunieron bajo la mano del Señor. Y el Señor tomando la mano de Adán, le dijo: «Paz a tí y a todos tus hijos justos.» Y Adán, vertiendo lágrimas, se prosternó a los pies del Señor, y suplicándole exclamó en alta voz: «Señor, yo te gloriare, porque tú me has acogido y no has hecho que mis enemigos triunfen sobre mí. Señor, Dios mío, yo he clamado hacia ti, y tú me has curado. Señor. Has sacado mi alma de los infiernos y me has salvado, no dejándome con los que descienden al abismo. Cantad las alabanzas del Señor todos los que sois santos, y confesad ala memoria de su santidad. Porque la cólera está en su indignación y la vida en su voluntad.»

E igualmente todos los santos de Dios, prosternándose de rodillas a los pies del Señor, dijeron con una voz unánime: «Has llegado por fin, Redentor del mundo, y has cumplido lo que habían dicho por la ley y los profetas. Has rescatado a los vivos por tu cruz y por la muerte en la cruz, has bajado hasta nosotros para arrancarnos del infierno y de la muerte por tu majestad. Y así como has colocado en el cielo el título de tu gloria y has levantado sobre la tierra el signo de la redención, tu cruz; del mismo modo, oh Señor. coloca en el infierno el signo de la victoria de tu cruz, a fin de que la muerte ya no domine.» Y el Señor, extendiendo su mano, hizo el signo de la cruz sobre Adán y sobre todos sus santos, y, tomando la mano derecha de Adán, se elevó de los infiernos, y todos los santos le siguieron. Entonces, el profeta David gritó con fuerza. «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho cosas admirables. Su mano derecha y sus brazos nos han salvado. El Señor ha hecho conocer su salvación y ha revelado su justicia en presencia de todas las naciones.» Y toda la multitud de los santos respondió diciendo: «Esta gloria es para todos los santos. Así sea. Alabad al Dios.» Y en el acto el profeta Habacuc exclamó, diciendo: «Has venido para la salvación de tu pueblo y para la liberación de tus elegidos.» Y todos los santos respondieron, diciendo: «Bendito sea el que viene en nombre del Señor y nos ilumina.» Igualmente, el profeta Miqueas aclamó, diciendo: «¿Qué Dios hay como tú, Señor, que desvaneces iniquidades y que borras los pecados? Y ahora contienes el testimonio de tu cólera y te inclinas más a la misericordia. Has tenido piedad de nosotros y nos has absuelto de nuestros pecados, y asumido todas nuestras iniquidades en el abismo de la muerte, según habías Jurado a nuestros padres en los tiempos antiguos.» Y todos los santos respondieron diciendo: «Él es nuestro Dios para siempre y portados los siglos. Así sea. Alabad a Dios.» Y asimismo iodos los demás profetas recitaron pasajes de sus antiguos cánticos consagrados a la alabanza del Señor.

CAPÍTULO XXVI

Y el Señor, teniendo a Adán de la mano, lo encomendó a Miguel el arcángel, y todos los santos siguieron a Miguel. Y los introdujo a todos en la gracia gloriosa del paraíso, y dos hombres muy ancianos se unieron delante de ellos. Y los santos les interrogaron, diciendo «¿Quiénes sois vosotros, que no habéis estado en los infiernos con nosotros y que habéis sido traídos corporalmente al paraíso?» Uno de ellos respondió: «Yo soy Enoch, que he sido transportado aquí por la palabra del Señor. Y el que está conmigo es Elias el tesbita. que fue arrebatado por un carro de fuego. Hasta hoy, no hemos gustado la muerte, sino que estamos reservados para el advenimiento del Anticristo, armados con las señales divinas y con prodigios para combatir contra él, para morir en Jerusalén y después de tres días y medio, ser de nuevo elevados vivos a la nubes»

CAPÍTULO XXVII

Y mientras que Enoch y Elias hablaban de este modo a los santos, he aquí que se acercó otro hombre, muy miserable, llevando sobre sus hombros el signo de la cruz. Y, cuando le vieron, todos los santos le dijeron: «¿Quién eres? Tu aspecto es el de un ladrón. ¿De dónde vienes, que llevas sobre tus hombros el signo de la cruz?» Y el hombre, respondiéndoles, les dijo: «Habéis dicho verdad, porque yo he sido un ladrón y he cometido en la tierra toda clase de crímenes. Y los judíos me crucificaron con Jesús y vi las maravillas que se cumplieron por la cruz de Jesús crucificado, y he creído que él es el Creador de todas las criaturas y el rey todopoderoso, y le he rogado diciendo: "Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino." Y, escuchando mi plegaria, él me ha dicho enseguida: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso." Y él me dio este signo de la cruz diciendo: "Entra en el paraíso llevando esto, y si el ángel guardián del paraíso no quiere dejarte entrar, muéstrale el signo de la cruz y dile: Ha sido Jesucristo, el Hijo de Dios, que ahora está crucificado, quien me ha enviado. Y cuando me oyó decir esto, abrió enseguida y me hizo entrar, colocándome a la derecha del paraíso, diciendo: Espera un poco, y el padre de todo el género humano, Adán, entrará con todos sus hijos, los santos y los Justos de Cristo, el Señor crucificado.» Cuando hubieron oído todas estas palabras del ladrón, todos los patriarcas, con voz unánime, dijeron: «Bendito sea el Señor todopoderoso, padre de los bienes eternos y padre de la misericordia, tú que has concedido tal gracia a los pecadores y que los has introducido en la gracia del paraíso, en los verdes prados donde reside la verdadera vida espiritual. Amén.»

CAPÍTULO XXVIII

Éstos son los misterios divinos y sagrados que nosotros vimos y oímos, yo. Carino, y yo, Leucio. Y no nos está permitido proseguir y contar los demás misterios de Dios, como lo declaró abiertamente el arcángel Miguel al decimos. «Id con vuestros hermanos a Jerusalén y permaneced en oración, bendiciendo y glorificando la resurrección del Señor Jesucristo, vosotros, a quienes él ha resucitado de entre los muertos. Pero no hablaréis con hombre alguno, sino permaneced mudos, hasta que llegue la hora en que el Señor os permita referir los misterios de su divinidad.» Y el arcángel Miguel nos ordenó ir más allá del Jordán a un lugar muy fertil y abundante donde están varios que han resucitado con nosotros, en testimonio de la resurrección de Cristo. Porque hace tres días solamente que se nos permite, a los que hemos resucitado de entre los muertos, celebrar en Jerusalén la Pascua del Señor con nuestros parientes, en testimonio de la resurrección del Señor Jesucristo, y hemos sido bautizados en el santo río Jordán, recibiendo todos unas vestiduras blancas. Y, después de los tres días de la celebración de la Pascua, todos cuantos habían sido resucitados con nosotros fueron arrebatados por nubes y, conducidos más allá del Jordán, no han sido vistos por nadie. Éstas son las cosas que el Señor nos ha ordenado que os refiramos. Y alabadle, confesadle y haced penitencia, a fin de que tenga piedad de vosotros. Paz a vosotros en el Señor Dios Jesucristo, salvador de todos los hombres. Amén. Amén. Amén.» Y después de que ellos hubieron acabado de escribir sobre montones separados de papel, se levantaron. Y Carino puso lo que él había escrito en las manos de Adán, de Caifas y de Gamaliel. Y lo mismo Leucio entregó su manuscrito a José y a Nicodemo. Y repentinamente ellos fueron transfigurados, y aparecieron recubiertos de vestidos de una blancura resplandeciente, y no se les volvió a ver.

Y se encontró que sus escritos eran iguales, no siendo ni más ni menos grandes, sin que entre ellos hubiese una sola letra de diferencia. Toda la sinagoga de los judíos, al oír aquellos admirables discursos de Carino y Leucio, estuvo muy sorprendida, y los judíos se decían unos a otros: «Verdaderamente, ha sido Dios quien ha hecho todas estas cosas, y bendito sea el Señor Jesús por los siglo? de los siglos. Amén.» Y salieron todos llenos de inquietud, temblando de temor, golpeándose el pecho, y cada cual se retiró a su casa. Y José y Nicodemo contaron al gobernador todo lo acontecido y las cosas que los judíos habían dicho en la sinagoga, y Pílalo escribió todo lo que los judíos habían dicho sobre Jesús y puso todas estas palabras en los registros públicos de su pretorio.

CAPÍTULO XXIX

Después de esto, Pilato, habiendo entrado en el templo de los judíos, reunió a todos los príncipes de los sacerdotes y los escribas y los doctores de la ley, y penetró con ellos en el santuario y ordenó que se cerrasen todas las puertas, y les dijo: «Hemos sabido que poseéis en el templo una gran selección de libros; os pido que me la mostréis.» Y cuando cuatro de los ministros del templo hubieron aportado aquellos libros, adornados de oro y piedras preciosas, Pilato dijo a todos: «Yo os conjuro a todos, por Dios vuestro padre, que ha hecho y ordenado que este templo fuera construido. a que no me ocultéis la verdad. Todos vosotros sabéis lo que está escrito en los libros; pero decidme ahora si encontráis en las Escrituras lo que ese Jesús, a quien vosotros habéis crucificado, es el Hijo de Dios que ha de venir para la salvación del género humano, y explicadme cuántos años debían transcurrir hasta su venida.» De esta forma apremiados, Anas y Caifas hicieron salir del santuario a todos los demás que estaban con ellos, y ellos mismos cerraron todas las puertas del templo y del santuario, y dijeron a Pilato: «Tú nos pides, por la edificación de este templo, que te manifestemos la verdad y te demos razón de los misterios. Después de que nosotros hubimos crucificado a Jesús, ignorando que era el Hijo de Dios, y pensando que él hacía sus milagros por medio de algún encantamiento, celebramos una asamblea en este templo. Y consultando entre nosotros sobre las maravillas que Jesús había cumplido, hemos encontrado muchos testigos de nuestra raza que han dicho haberle visto después de su pasión y de su muerte, y hemos visto a dos testigos cuyos cuerpos Jesús ha resucitado de entre los muertos. Ellos nos han anunciado grandes maravillas que Jesús ha cumplido entre los muertos, y nosotros tenemos en nuestro poder su relato puesto por escrito. Y es nuestra costumbre que cada año, al abrir estos libros sagrados ante nuestra sinagoga, busquemos el testimonio de Dios. Y encontrados en el primer libro de los Setenta, donde el arcángel Miguel habla con el tercer hijo de Adán, el primer hombre, mención de los cinco mil quinientos años después de los cuales debe descender del cielo el Cristo, el Hijo bienamado de Dios, y hemos considerado que el Dios de Israel dijo a Moisés: "Haz un arca de la alianza de dos codos y medio de longitud, de un codo y medio de altura y un codo y medio de ancho. En estos cinco codos y medio hemos aprendido y hemos conocido en la fábrica del arca del antiguo testamentó que, tras cinco millares y medio de años, Jesucristo debía venir en el arca de su cuerpo y que, según lo atestiguan nuestras escrituras, él es el Hijo de Dios y el Señor de Israel. Porque, después de su pasión, nosotros, príncipes de los sacerdotes, sobrecogidos de asombro ante los milagros que se operaron a causa de el hemos abierto estos libros, examinando todas las generaciones .hasta la generación de José y de María, madre de Jesús, pensando .que era de la raza de David, y hemos encontrado lo que ha cumplido el Señor; y cuando él hubo hecho el cielo y la tierra y Adán, el primer hombre, pasaron dos mil doscientos doce años hasta el diluvio. Y después del diluvio hasta Abraham, novecientos doce años. Y desde Abraham hasta Moisés, cuatrocientos treinta años. Y desde Moisés hasta David, quinientos diez años. Y desde David hasta la cautividad de Babilonia, quinientos años. Y desde la cautividad de Babilonia hasta la encarnación de Jesucristo, cuatrocientos años. Y todo esto hace en total de cinco millares y medio de años. Y así resulta que Jesús, a quien nosotros hemos crucificado, es Jesucristo, Hijo de Dios, verdadero y todopoderoso. Amén.»

I Evangelio de Pedro

1. Entre los judíos, nadie se lavó las manos, ni Herodes ni ninguno de sus jueces. Y, como ellos rehusaron lavarse, Pilato se levanto.

2. Y luego el rey Herodes ordenó apoderarse del Señor, diciéndoles: «Todo lo que yo os he ordenado que hagáis, hacedlo.»

II

3. Ahora bien, José, el amigo de Pilato y del Señor, estaba allí y sabiendo que le iban a crucificar, vino a Pilato y le pidió el cuerpo del Señor para enterrarlo.

4. Y Pilato lo envió cerca de Heredes para pedirle su cuerpo de Jesús.

5. Y Herodes dijo: «Hermano Pilato, aunque nadie lo hubiese pedido, nosotros lo habríamos sepultado, antes de que comenzara el día del sábado; porque está escrito en la ley que no se ocultara el sol sobre un hombre condenado a muerte.» Y lo entregó al pueblo (de los judíos), la víspera de los Ácimos, su fiesta.

III

6. Y ellos, habiendo tomado al Señor, lo empujaban corriendo, y decían: «Arrastremos al Hijo de Dios, puesto que está en nuestro poder.»

7. Y lo revistieron de púrpura y le hicieron sentarse sobre un tribunal diciendo: «Júzganos con equidad, rey de Israel.»

8. Y uno de ellos, habiendo traído una corona de espinas, la colocó sobre la cabeza del Señor.

9. Y otros que también estaban allí delante le escupían a la cara, otros le pinchaban con una caña y otros le azotaban diciendo: «He aquí los honores que tributamos al Hijo de Dios.»

IV

10. Y llevaron dos malhechores y crucificaron al Señor en medio de ellos. Pero él se callaba, como si no sintiera ningún dolor.

11. Y cuando hubieron levantado la cruz, inscribieron en ella: «Éste es el Rey de Israel.»

12. Y después de haber depositado en el suelo, delante de él, sus vestiduras, se las repartieron, echándolas a suertes.

13. Ahora bien, uno de los malhechores les injurió en estos términos: «Nosotros sufrimos así por el mal que hemos hecho; pero éste, que se ha convertido en el Salvador de los hombres, ¿qué mal os ha causado?»

14. Y, habiéndose irritado contra él, ordenaron que no se le quebrasen las piernas, a fin de que muriese entre tormentos.

V

15. Y era mediodía cuando las tinieblas cubrieron toda la Judea, y ellos estaban turbados y temerosos de que el sol se hubiese ocultado, porque él (Jesús) vivía todavía, y estaba escrito para ellos que el sol no debe ponerse sobre un hombre muerto.

16. Y uno de ellos dijo: «Dadle de beber hiel con vinagre y habiendo hecho la mezcla, se la dieron a beber.»

17. Y consumaron todas las cosas y llevaron al colmo las iniquidades acumuladas sobre sus cabezas.

18. Ahora bien, muchos circulaban con lámparas encendidas. pensando que ya era de noche, y se caían.

19. Y el Señor gritó diciendo: «Fuerza mía, fuerza mía, tú me has abandonado.» Y, al pronunciar estas palabras, expiró.

20. Y, en aquel mismo momento, el velo del templo de Jerusalén se rasgó en dos.

VI

21. Y ellos arrancaron los clavos de las manos del Señor y lo pusieron en el suelo. Y toda la tierra tembló y se oyó un gran estrépito.

22. Entonces el sol brilló y se reconoció que era la hora de nona.

23. Y los judíos se regocijaron. Y entregaron su cuerpo a José, para que lo sepultara, porque él había visto todo el bien que (Jesús) había hecho.

24. Habiendo tomado al Señor, lo limpió, lo envolvió en un sudario y lo metió en su propia tumba, llamada el huerto de José.

VII

25. Entonces los judíos, los ancianos y los sacerdotes, dándose cuenta del mal que se habían hecho a sí mismos, se golpearon el pecho y dijeron: «¡Desdichados nuestros pecados! He aquí que se acerca el juicio y el fin de Jerusalén.»

26. En cuanto a mí, yo me afligí con todos mis compañeros y heridos hasta el corazón, nos ocultábamos, porque sabíamos que (los judíos) nos buscaban como a malhechores y acusados de querer incendiar el templo.

27. Y, además de todo esto, ayunábamos y permanecíamos sentados en duelo y llorando, noche y día, hasta el sábado.

VIII

28. Los escribas, los fariseos y los ancianos se habían reunido ante la noticia de que todo el pueblo murmuraba y se golpeaba el pecho diciendo: «Si a su muerte se han producido milagros tan grandes, es porque era justo.»

29. Espantados, fueron a casa de Pilato a rogarle en estos términos:

30. «Danos algunos soldados para guardar su tumba durante tres días, por miedo a que sus discípulos vengan a robar el cuerpo, y el pueblo, creyendo que ha resucitado, nos haga algún mal.»

31. Pilato les dio al centurión Petronio con algunos soldados para guardar la tumba, y, junto con ellos, los ancianos y los escribas vinieron al sepulcro.

32. E hicieron rodar una gran piedra con ayuda del centurión y los soldados, y entre todos la colocaron en la puerta de la tumba.

33. Y la aseguraron con siete sellos y, tras haber levantado una tienda, montaron guardia.

IX

34. Y por la mañana temprano, al amanecer del sábado, vino una multitud de Jerusalén y los alrededores, para ver la tumba sellada.

35. Ahora bien, en la noche tras la cual amanece el domingo, mientras que los soldados montaban la facción de dos en dos, por turnos, se produjo un gran ruido en el cielo.

36. Y vieron los cielos abiertos y a dos hombres, resplandecientes de luz, descender y acercarse a la tumba.

37. Y aquella piedra que cerraba la puerta de la tumba rodó por sí misma y se retiró hacia un lado. Y el sepulcro se abrió y los dos jóvenes entraron.

X

38. A la vista de esto, los soldados despertaron al centurión y a los ancianos, que estaban también allí haciendo guardia.

39. Y mientras contaban lo que habían visto, de nuevo vieron a tres hombres que salían de la tumba: los dos (Jóvenes) sostenían al otro, y una cruz les seguía.

40. Y la cabeza de los dos (primeros) alcanzaba el cielo, pero la de aquel que ellos conducían sobrepasaba los cielos.

41. Y oyeron una voz que venía de los cielos, que decía: «¿Has predicado a los que están dormidos?»

42. Y desde la cruz se oyó responder: «Sí.»

XI

43. Entonces deliberaron entre ellos para ir a advertir a Pilato de aquellos acontecimientos.

44. Y, mientras que todavía deliberaban, se vio de nuevo que los cielos se abrían, y a un hombre que descendía y penetraba en la tumba.

45. Después de haber visto estas apariciones, el centurión y los que le rodeaban se apresuraron a ir a casa de Pilato durante la noche, abandonando el sepulcro que guardaban. Y muy inquietos, contaron todo lo que habían visto, diciendo: «Era verdaderamente el hijo de Dios.»

46. Pilato respondió en estos términos: «Yo estoy puro de la sangre del Hijo de Dios; sois vosotros quienes lo habéis decidido así.»

47. Habiéndose acercado todos, le rogaron y suplicaron que ordenara al centurión y a los soldados no decir a nadie nada de cuanto habían visto.

48. «Porque más nos vale a nosotros ser responsables ante Dios del mayor de los crímenes, que caer en las manos del pueblo de los judíos y ser lapidados.»

49. Entonces Pilato ordenó al centurión y a los soldados que no dijeran nada.

VII

50. El domingo, muy de mañana, María Magdalena, una discípula del Señor, asustada por causa de los judíos, que estaban inflamados de cólera, no había hecho en la tumba del Señor lo que las mujeres tienen costumbre de hacer por los muertos que aman.

51. Habiendo tomado consigo a algunas de sus amigas, se fue al sepulcro donde él había sido depositado.

52. Y ellas temían ser vistas por los judíos, y decían: «Aunque el día que fue crucificado no hayamos podido llorar ni golpearnos el pecho, hagámoslo ahora junto a su tumba.»

53. «Pero ¿quién hará rodar la piedra colocada a la puerta del sepulcro, a fin de que, entrando, podamos sentamos cerca de él y hacer lo que debemos?»

54. «Porque la piedra es muy grande y tememos que nos vean, Y, si no podemos entrar, al menos echemos ante la puerta lo que traemos en memoria suya; lloremos y golpeémonos el pecho. hasta nuestro regreso a la casa.»

XIII

55. Y ellas fueron y encontraron la tumba abierta, y, acercándose, se inclinaron para mirar. Y vieron allí, sentado en medio del sepulcro, a un joven muy hermoso, revestido de ropas resplandecientes, el cual les dijo:

56. «¿Para qué habéis venido? ¿Qué buscáis? ¿Al que fue crucificado? Ha resucitado. Se ha ido. Si no lo creéis, asomaos, ved el lugar donde fue depositado. Ya no está, porque ha resucitado y ha partido para el lugar de donde había sido enviado.»

57. En el acto, las mujeres, aterradas, huyeron.

XIV

58. El último día de los ácimos, mucha gente regresaba a sus casas, pues había acabado la fiesta.

59. Y nosotros, los doce discípulos del Señor, llorábamos y estábamos afligidos, y cada uno, entristecido por lo que había pasado, volvió a su casa.

60. En cuanto a mí. Simón Pedro, y Andrés, mi hermano cogimos nuestras redes y nos fuimos al mar. Y con nosotros estaba Leví, hijo de Alfeo, a quien el Señor...

Evangelio de Tomas

El Evangelio del Pseudo Tomás

Libro de Tomás el Israelita, filósofo, sobre las cosas que hizo el Señor, siendo niño

CAPÍTULO I

Yo, Tomás Israelita, me dirijo a todos vosotros que habéis renunciado a los errores de los paganos por la fe cristiana, a fin de que conozcáis las maravillas de la infancia de Nuestro Señor Jesucristo y lo que él hizo después de su nacimiento en nuestro país. He aquí el comienzo:

capítulo II

El niño Jesús, a los cinco años de edad, jugaba a la orilla de un arroyo, y recogía en pequeñas balsas las aguas corrientes, y las volvía puras enseguida, y con una simple palabra las mandaba. Y, amasando arcilla, formó doce gorriones, e hizo esto un día de sábado. Y había allí otros muchos niños, que jugaban con él. Y un judío, que había advertido lo que estaba haciendo Jesús, fue corriendo a su padre José y se lo contó todo, diciéndole: «He aquí que tu hijo está a la orilla del arroyo y, habiendo cogido barro, formado con él doce gorriones y ha profanado el sábado.» Y José se dirigió al lugar donde estaba Jesús y, viendo lo que había hecho; Jesús, le gritó: «¿Por qué haces en día de sábado lo que no esta permitido hacer?» Pero Jesús, dando una palmada, y dirigiendo se a los gorriones, ordenó: «Volad.» Y los pájaros abrieron las ala y echaron a volar piando. Y los judíos quedaron asombrados al vista de este milagro y fueron a contar lo que había visto hacer a Jesús.

CAPÍTULO III

Y el hijo de Anas, el escriba, que había venido con José, encontraba allí y, con una rama de sauce, hizo correr las aguas que Jesús había embalsado. Y Jesús, viendo lo que hacía, se encolerizó y le dijo: «Insensato, injusto e impío, ¿qué mal te han hecho estas balsas y estas aguas? Ahora tú te vas a quedar seco como árbol sin raíces y no podrás llevar hojas ni frutos.» Y enseguida él se secó todo entero, y Jesús se marchó de allí y se fue a la casa de su padre, José. Los padres del niño que se había secado lo tomaron en sus brazos, desolados por la desgracia que le había sobrevenido a tan tierna edad, y lo llevaron a José, increpándolo por tener un hijo que hacía tales cosas.

CAPÍTULO IV

Jesús iba atravesando la aldea, y un muchacho, que venía corriendo, fue a chocar contra su espalda. Y Jesús, irritado, le gritó:«No continuarás tu camino.» Y, acto seguido, el muchacho cayó muerto. Y algunos que habían visto lo ocurrido, dijeron: «¿De dónde viene este niño, que cada una de sus palabras se realiza tan pronto?» Y los padres del niño muerto fueron a buscar a José y se quejaron ante él, diciendo: «Con un hijo semejante, no puedes habitar con nosotros en la misma aldea; tienes que enseñarle a bendecir y no a maldecir, porque mata a nuestros hijos.»

CAPÍTULO V

Y José tomó a su hijo aparte y le reprendió diciendo: «¿Por qué haces estas cosas? Esta gente sufre y nos odian, y por tu causa nos persiguen.» Y Jesús respondió: «Sé que las palabras que pronuncias no proceden de ti. Sin embargo, por ti me callaré. Pero ellos sufrirán su castigo.» Y, en ese mismo momento, los que habían hablado con­tra él se quedaron ciegos. Y los que vieron esto se quedaron atónitos, vacilaban y decían que toda palabra que Jesús pronunciaba, buena o mala, se cumplía y producía un milagro. Y, cuando hubieron visto que Jesús hacía tales cosas, José se levantó le cogió por una oreja y le tiró con fuerza de ella. Y el niño se enfadó y le dijo: «Tú ya tienes bastante con buscar y no encontrar. Has actuado como un insensa­to. ¿No sabes que soy tuyo? Pero no debes atormentarme por nada.»

CAPÍTULO VI

Un maestro de escuela llamado Zaqueo, que se encontraba allí cerca de ellos, oyó a Jesús hablar así a su padre y se sorprendió grandemente que un niño se expresase de aquélla manera. Pasados unos días, fue a buscar a José y le dijo: «Tienes un hijo muy dota­do y de mucha inteligencia. Confíalo a mis cuidados, para que aprenda las letras, y, con las letras, le enseñaré toda la ciencia. Y también le enseñaré a saludar a los mayores, a honrarles como antepasados, a respetarles como padres y a amar a los de su edad.» Y le escribió todas las letras del alfabeto, desde Alfa hasta Omega, explicándole neta y cuidadosamente el valor y la significación de cada una. Y Jesús, mirando al maestro Zaqueo, le dijo: «Tú, que no conoces la naturaleza del Alfa, ¿cómo quieres enseñar a los demás la Beta? Hipócrita, explica primero la Alfa, si sabes, y después te creeremos con relación a la Beta.» Y entonces se puso a hacer preguntas al maestro sobre la primera letra, pero éste no pudo responderle satisfactoriamente. Entonces, en presencia de todas las personas que estaban presentes, el niño dijo a Zaqueo:«Observa, maestro, la disposición de la primera letra, y advierte de cuántas líneas y trazos se compone, y observa cómo hay un rasgo transversal, que atraviesa las líneas que tú ves reunidas, y cómo la parte superior avanza y las reúne de nuevo, triples y homogéneas, principales y subordinadas, de igual medida.» Y le explicó todo lo relacionado con la letra Alfa.

capítulo VII

Cuando el maestro Zaqueo oyó al niño exponer tantas y tales cosas sobre la primera letra, se quedó confundido por su sabidu­ría, y dijo a los asistentes: «Desdichado de mí, yo sólo me he procurado esta causa de pesar. Me he cubierto de vergüenza por traer a mi casa a este niño. Así pues, hermano José, tómalo contigo y llé­vatelo, porque yo no puedo soportar la severidad de su mirada, ni penetrar el sentido de sus palabras en modo alguno. Este niño no ha nacido en la tierra, es capaz de domar el mismo fuego, y quizá haya sido engendrado antes de la creación del mundo. ¿Qué vientre lo ha llevado? ¿Qué pechos lo han nutrido? Lo ignoro. Ay de mí, amigo mío. Este niño me aturde. No puedo seguir su pensamiento. He cometido un grave error: quería tener un discípulo y me he encontrado con un maestro. Me doy perfecta cuenta, amigos, de mi confusión, pues, viejo y todo, me he dejado vencer por un niño. Y no me queda sino abandonarme al desaliento o a la muerte por causa de este muchacho, pues en este momento no puedo mirar­le cara a cara. ¿Qué responderé cuando digan todos que he sido derrotado por un rapaz? ¿Y qué podré explicar acerca de lo que él me ha dicho acerca de las líneas de la primera letra? Yo no conozco ni el comienzo ni el fin de este niño. Yo te conjuro, pues, her­mano José, a que te lo lleves contigo a tu casa. Es algo muy grande, sin duda; es un Dios o un ángel, no lo sé.»

capítulo VIII

Y como los judíos le daban consejos a Zaqueo, el niño se echó a reír y dijo: «Que den tus cosas ahora sus frutos y abran sus ojos a la luz los ciegos de corazón. Yo he venido desde arriba para maldecir y llamarlos después a lo alto, pues esto es lo que ha mandado el que por vosotros me envió.» Y cuando el niño acabó de hablar, todos cuantos habían sido golpeados por su maldición quedaron curados. Y, desde entonces, nadie se atrevió a provocar su cólera por miedo que los maldijese y los golpease con algún mal.

CAPÍTULO IX

Algunos días después, Jesús se encontraba jugando en una terraza, en lo alto de una casa, y uno de los niños que jugaban con él cayó desde lo alto v murió. Y, al ver lo ocurrido, los demás niños huyeron, y Jesús se quedó solo. Y, llegando allí los padres del niño muerto, acusaban a Jesús de haberlo empujado, y le llenaban de ultrajes. Saltó Jesús desde la terraza y fue a caer junto al cuerpo del niño muerto, y dando una gran voz, le dijo: «Zenón (porque tal era el nombre del niño), levántate y di: ¿He sido yo quien te ha hecho caer?» Y, levantándose al instante, respondió el niño: «No, Señor, tú no me has hecho caer, sino que me has resucitado.» Y los que estaban presentes se quedaron estupefactos. Y los padres del niño glorificaron a Dios por el milagro acontecido y adoraron a Jesús.

CAPÍTULO X

Pasados algunos días, un hombre joven estaba cortando leña, y el hacha se le escapó de las manos y le hizo un corte en un pie, y él murió por haber perdido toda su sangre. Y como mucha gente se acercara a él y se organizara un gran tumulto, también el niño Jesús corrió hacia allá y, abriéndose paso entre la multitud, se acercó. Y tomó entre sus manos el pie herido del hombre y enseguida quedó curado. Y dijo al muchacho: «Levántate, sigue cortando tu leña y acuérdate de mí.» Y la gente, al ver lo que había hecho, adoró al niño, diciendo: «Verdaderamente, el espíritu de Dios reside en este niño.»

CAPÍTULO XI

Y, cuando tenía seis años, su madre le dio un cántaro y lo mandó a buscar agua a la fuente para traerla a la casa. Pero, en medio de la multitud, el cántaro chocó y se rompió. Entonces Jesús, extendiendo el manto que lo cubría, lo llenó de agua lo llevó a su madre. Y su madre, viendo el milagro que acababa de hacer, lo abrazó, y guardó en su corazón los misterios que veía cumplir.

CAPÍTULO XII

Había llegado el tiempo de la siembra, y el niño salió con su padre para sembrar trigo en su campo, y, mientras su padre sembraba, el niño tomó un grano de trigo y lo puso en la tierra. Y aquel grano sólo dio cien medidas de trigo. Y, llamando a todos los pobres del pueblo, distribuyó entre ellos el trigo y José se quedó con lo que todavía sobraba. Tenía Jesús ocho años cuando hizo este milagro.

capítulo xIII

Su padre era carpintero y hacía en aquel tiempo carretas y yugos. Y un hombre rico le encargó que le hiciera un lecho. Y como la vara de medir que tenía José no le servía en esta circunstancia, una de las piezas le salió más pequeña que la otra, y José no sabía qué hacer. Entonces, el niño dijo a José, su padre: «Pon las dos piezas en el suelo e iguálalas por la mitad.» Y José hizo lo que el niño le había dicho. Jesús se puso al otro lado, tomó la pieza más corta y la estiró dejándola tan larga como la otra. Y José, su padre, viendo esto, se quedó admirado y abrazó a Jesús diciendo: «Estoy feliz de que el Señor me haya dado a este niño.»

CAPÍTULO XIV

Viendo José que el niño crecía en edad e inteligencia, y que­riendo que aprendiese las letras, le llevó a otro maestro. Y este maestro dijo a José: «Le enseñaré primero las letras griegas y después las letras hebreas.» Porque el maestro conocía la inteligencia del niño y le tenía miedo. Y, después que le hubo escrito el alfabeto, estuvo largo rato con él, sin que el niño despegara los labios. Por fin, Jesús le dijo: «Si eres verdaderamente un maestro y conoces bien el alfabeto, dime primero el valor de Alfa, y yo te diré luego el de Beta». El maestro, irritado, le pegó en la cabeza.

El niño, dolorido, le maldijo, y el maestro cayó al suelo. Y el niño volvió a casa de José, que quedó muy afligido, y dijo a la madre: «No le dejes franquear la puerta de la casa, porque todos cuantos provocan su cólera caen muertos.»

CAPÍTULO XV

Y algún tiempo después, otro maestro, que era pariente y amigo de José, le dijo: «Trae al niño a mi escuela, que quizá yo pueda enseñarle mejor las letras, empleando con él sólo buenas maneras.» Y José le dijo: «Tómalo contigo, hermano, si te atreves.» Y el maestro lo tomó con temor y pesar, pero el niño iba con alegría. Y, entrando decididamente en la escuela, encontró un libro que estaba en el suelo y, tomándolo, no leía los caracteres que en él se encontraban, sino que, abriendo la boca, hablaba según la inspiración del Espíritu Santo. Y explicaba la ley a los asistentes. Y, juntándose una gran multitud, le rodeaba, le escuchaba y se admiraba de que un niño se expresase de aquélla manera. Al escuchar estas cosas, José se quedó asombrado, y corrió hacia la escuela, temiendo por la salud del maestro. Y el maestro dijo a José: «Sabe, hermano, que yo he tomado al niño por discípulo, pero está lleno de sabiduría y de gracia; te ruego, hermano, que lo lleves contigo a tu casa.» Y cuando el niño oyó estas palabras, sonrió y le dijo: «Puesto que has hablado bien y has dado un buen testimonio, sea por tu causa curado quien fue herido.» Y en aquel instante el otro maestro quedó curado. Y José volvió a su casa con el niño.

CAPÍTULO XVI

José envió a su hijo Santiago a cortar madera para traerla a la casa y el niño Jesús le acompañó. Y mientras Santiago ataba las ramas, una víbora le mordió en una mano. Y cuando estaba a punto de morir. Jesús se acercó a él y sopló en la mordedura. Y enseguida cesó el dolor y murió el reptil, y Santiago quedó completamente curado.

CAPÍTULO XVII

Más tarde, sucedió que murió un niño, hijo de un obrero de José, y la madre lloraba mucho. Y Jesús oyó el clamor de sus llantos y gemidos y se apresuró a acudir. Y, hallando al niño muerto, le tocó en el pecho, y dijo: «Yo te ordeno, niño, que no mueras, sino que vivas y te quedes con tu madre.» Y, enseguida, el niño abrió los ojos y sonrió. Y Jesús dijo a la mujer: «Cojéelo y dale leche, y acuérdate de mí.» Y cuando el pueblo que estaba allí hubo visto este milagro, decía: «Verdaderamente, este niño es un Dios o el ángel de Dios, porque todo lo que él dice se ejecuta enseguida.» Y Jesús se fue a jugar con los otros niños.

CAPÍTULO XVIII

Algún tiempo después, se levantó un gran tumulto en una casa que estaban construyendo, y Jesús fue a ver lo que había ocurrido. Y encontrándose con que un hombre vacía sin vida, le tomó de la mano y dijo: «Hombre, levántate, y continúa trabajando.» Y el hombre se levantó y le adoró. Y la multitud, llena de estupor, decía:«Verdaderamente, este niño viene del cielo, porque ha salvado almas de la muerte, y las salvará durante toda su vida.»

CAPÍTULO XIX

Cuando alcanzó la edad de doce años, sus padres, siguiendo la costumbre, fueron a Jerusalén por la fiesta de la Pascua, en compañía de otras personas, y después de la fiestas regresaron a su casa. Y mientras ellos caminaban, el niño Jesús se volvió a Jerusalén, y sus padres creían que iba con sus compañeros de viaje. Pero, después de una jornada de camino, buscaron entre sus parientes y, al no encontrarle, se afligieron mucho. Y entonces regresaron a la ciudad para buscarle y, a los tres días, le encontraron en el templo, sentado entre los doctores, escuchándoles e interrogándoles. Y todos le escuchaban muy atentos, y sorprendidos de que un niño redujese al silencio a los ancianos del templo y a los doctores del pueblo, explicando los puntos principales de la ley y las parábolas de los profetas. Y su madre, María, acercándose, le dijo: «¿Por qué nos has hecho esto, hijo mío? He aquí que tu padre y yo estábamos afligido y te buscábamos.» Y Jesús les dijo: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?» Entonces los escribas y los fariseos preguntaron a María: «¿Eres tú la madre de este niño?» Y María respondió: «Si, lo soy.» Y ellos le dijeron: «Feliz tú entre las mujeres, porque Dios ha bendecido el fruto de tus entrañas. Nunca hemos visto tanta gloria, tanta sabiduría, tanta virtud.» Y Jesús, levantándose, siguió, a su madre, y estaba sometido a sus padres. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia. Gloria a Él por los siglos de los siglos. Amén.

Los Evangelios gnosticos

Palabras de Jesús

El Evangelio según Tomás (Texto integro)

He aquí las palabras secretas que Jesús el Viviente ha dicho, y que ha escrito Dídimo Judas Tomás.

1. Y él ha dicho: Aquél que encuentre la interpretación de estas palabras no conocerá la muerte.

2. Jesús ha dicho: Que aquel que busque no cese de buscar hasta que encuentres, y, cuando encuentre, será turbado, habiendo sido turbado, será maravillado, y reinará sobre el Todo.

3. Jesús ha dicho: Si aquellos que os guían os dicen: ved, el Reino está en el cielo, entonces los pájaros del cielo os aventajarán; si os dicen que está en el mar, entonces los peces os aventajarán. Pero el Reino está en vuestro interior y fuera de vosotros.

Cuando os conozcáis, entonces seréis conocidos y sabréis que sois los hijos del Padre que está vivo. Pero, si no os conocéis, entonces estaréis en la pobreza, y sois la pobreza.

4. Jesús ha dicho: El hombre viejo en sus días no vacilará en interrogar a un niño de siete días a propósito del Lugar de la vida, y vivirá, pues muchos de los primeros serán los últimos, y se harán uno solo.

5. Jesús ha dicho: Conoce lo que está delante de tu cara, y lo que está oculto te será desvelado, pues nada hay escondido que no llegue a ser manifestado.

6. Sus discípulos le interrogaron y le dijeron: ¿Quieres que ayunemos? ¿Cómo rezaremos? ¿Daremos limosna? ¿Qué observaremos en materia de alimentación? Jesús dice: No mintáis no hagáis lo que aborrezcáis, pues todo está desvelado ante el cielo. Nada hay, en efecto, escondido que no llegue a ser manifestado, y nada hay oculto que no venga a ser desvelado.

7. Jesús ha dicho: Feliz es el león que el hombre comerá, y el león se volverá hombre; y maldito es el hombre que el león comerá, y el león se volverá hombre.

8. Y él ha dicho: El hombre es parecido a un pescador prudente que arrojó sus redes al mar, y las retiró del mar llenas de pececillos. Y, entre ellos, el pescador prudente encontró un grande y muy bello. Escogió al pez grande sin gran esfuerzo y tiro al mar los pececillos. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!.

9. Jesús ha dicho: He aquí que el sembrador salió, lleno su mano, echó (las simientes). Algunas, por una parte, cayeron sobre el camino; vinieron los pájaros y las cogieron. Otras cayeron sobre las rocas, y no echaron raíces en la tierra ni hicieron brotar ramas hacia el cielo. Otras cayeron entre las espinas, que ahogaron la simiente y el gusano se las comió. Y otras cayeron en buena tierra, y dieron un buen fruto, arriba; produjo sesenta por medida y ciento veinte por medida.

10. Jesús ha dicho: He arrojado un fuego sobre el mundo, y he aquí que lo guardo hasta que se consuma.

11. Jesús ha dicho: Este cielo pasará, y el que está por encima de él pasará y los que están muertos no están vivos y los que están vivos no morirán. Los días en que coméis lo que está muerto, hacéis de ello algo vivo. Cuando estéis en la luz, ¿qué haréis? El día en que erais uno os convertisteis en dos; pero, cuando os hayáis convertido en dos, ¿qué haréis?

12. Los discípulos dijeron a Jesús: Sabemos que nos abandonarás. ¿Quién es el que se volverá grande sobre nosotros? Jesús les dijo: Allá donde vayáis, iréis hacia Santiago el Justo, para quien el cielo y la tierra han sido hechos.

13. Jesús ha dicho a sus discípulos: Comparadme, decidme a quién me parezco. Simón Pedro le dijo: Te pareces a un ángel justo. Mateo le dijo: Te pareces a un filósofo sabio. Tomás le dijo: Maestro, mi boca no aceptará en modo alguno que yo diga a quién te pareces. Jesús dijo: No soy tu maestro, porque tú has bebido, te has embriagado en la fuente hirviente que yo he medido. Y lo tomo, se retiró y le dijo tres palabras. Ahora bien, cuando Tomás volvió junto a sus compañeros, éstos le preguntaron: ¿Qué te ha dicho Jesús? Tomás les respondió: Si os digo una de las palabras que él me ha dicho, cogeréis piedras y las arrojaréis sobre mí, y un fuego brotará de las piedras y os quemará.

14, Jesús les ha dicho: Si ayunáis, os atribuiréis un pecado; y si rezáis, seréis condenados; y si dais limosna, haréis daño a vuestros espíritus. Y si entráis en algún país y vais a los campos, si os reciben, comed lo que pongan delante de vosotros; curad a los que, entre ellos, estén enfermos. Lo que, en efecto, entre en vuestra boca no os manchará; pero lo que salga de vuestra boca, eso os manchará.

15. Jesús ha dicho: Cuando veáis a aquel que no ha sido engendrado por mujer, prosternaos sobre vuestros rostros y adoradle; él es vuestro Padre.

16. Jesús ha dicho: Quizá los hombres piensan que he venido para traer la paz al mundo, y no saben que he venido para traer divisiones sobre la tierra, un fuego, una espada, una guerra. Hay cinco, en efecto, que estarán en una casa; tres estarán contra dos y dos contra tres; el padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; y se mantendrán solos.

17. Jesús ha dicho: Os daré aquello que el ojo no ha visto, lo que la oreja no ha oído, lo que la mano no ha tocado y (lo) que no ha venido al corazón del hombre.

18. Los discípulos dijeron a Jesús: Dinos cómo será nuestro fin. Jesús dijo: ¿Habéis, pues, descubierto el principio para que busquéis el fin? Porque allí donde está el comienzo, allí estará el fin. Dichoso aquel que se mantenga en el principio, y él conocerá el fin y no gustará la muerte.

19. Jesús ha dicho: Dichoso aquel que era antes de haber sido. Si os convertís en mis discípulos y si escucháis mis abras, estas piedras os servirán. Tenéis, en efecto, cinco árboles en el paraíso, que no se mueven ni en el verano ni en el invierno y cuyas hojas no caen. El que los conozca no gustará la muerte.

20. Los discípulos dijeron a Jesús: Dinos a qué se parece el Reino de los cielos. El les dijo: Es semejante a un grano mostaza, la más pequeña de todas las semillas; pero, cuando sobre la tierra cultivada, produce una gran rama y se convierte en refugio para los pájaros del cielo.

21. María dijo a Jesús: ¿A quién se parecen tus discípulos? El dijo: Se parecen a niños pequeños que se han instalado en un campo que no es suyo. Cuando vengan los dueños del campo, dirán: Dejadnos nuestro campo. Ellos, son desnudos del todo en su presencia, si bien les dejan y le dan su campo. Por eso yo digo: Si el dueño de la casa sabe que el ladrón debe venir, vigilara antes de que venga, y lo dejará agujerear la casa de su reino, de manera que se lleve sus cosas. Vosotros, sin embargo, vigilad frente al mundo, ceñiros los riñones con gran fuerza, por miedo a los ladrones encuentren un camino para venir hacia vosotros. Porque, el provecho con el que contáis, ellos lo encontrarán. ¡Puede haber entre vosotros un hombre prudente! Cuando el fruto ha madurado, ha venido enseguida, con la hoz en la mano, y lo ha cogido. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!

22. Jesús vio a unos pequeños que mamaban. Dijo a sus discípulos: Estos pequeños que maman son semejantes a los que entran en el Reino. Ellos le dijeron: Entonces, si nos volvemos pequeños, ¿entraremos en el Reino? Jesús les dijo: Cuando hagáis de dos uno, y cuando hagáis lo que está dentro como lo que esta fuera y lo que está fuera como lo que está dentro, y lo que está arriba como lo que está abajo, y cuando hagáis, el macho con la hembra, una sola cosa, de modo que el macho no sea macho ni la hembra sea hembra, cuando hagáis ojos en lugar de un ojo y una mano en lugar de una mano y un pie en lugar de un pie, una imagen en lugar de una imagen, entonces entraréis (en el Reino).

23. Jesús ha dicho: Os escogeré uno entre mil y dos entre dos mil, y ellos permanecerán siendo uno solo.

24. Sus discípulos dijeron: Haznos conocer el lugar donde tú estás, porque es una necesidad para nosotros que lo busquemos. Él les dijo: ¡El que tenga oídos, que oiga! Hay luz en el interior de un hombre de luz, y él ilumina el mundo entero. Si no lo ilumina, son las tinieblas.

25. Jesús ha dicho: Ama a tu hermano como a tu alma; cuida de él como de la niña de tus ojos.

26. Jesús ha dicho: La paja que está en el ojo de tu hermano, la ves, pero la viga que está en tu ojo, no la ves. Cuando hayas arrancado la viga de tu ojo, entonces verás arrancar la paja del ojo de tu hermano.

27. Jesús ha dicho: Si no ayunáis del mundo, no encontraréis el Reino; si no celebráis el sábado como sábado, no veréis al Padre.

28. Jesús ha dicho: Yo me he posado en medio del mundo y me he revelado a ellos en la carne. Los he encontrado a todos ebrios, no he encontrado a uno solo entre ellos que tuviera sed, y mi alma ha sentido pena por los hijos de los hombres, porque están ciegos en su corazón y no ven que han venido al mundo estando vacíos. Pero ahora están ebrios. Cuando hayan arrojado vino, entonces se arrepentirán.

29. Jesús ha dicho: Si la carne ha sido a causa del espíritu, es una maravilla. Pero si el espíritu (ha sido) a causa del cuerpo, es una maravilla de las maravillas. Pero yo me maravillo de esto: cómo (esta) gran riqueza se ha puesto en esta pobreza.

30. Jesús ha dicho: Allí donde hay tres dioses, son dioses; allí donde hay dos o uno, yo estoy con él.

31. Jesús ha dicho: Ningún profeta es recibido en su tierra. Un médico no cura a quienes le conocen.

32. Una ciudad construida sobre una alta montaña y fortificada, no es posible que se caiga, y tampoco podrá ser escondida.

33. Jesús ha dicho: Lo que oigas en tu oreja (y) en la otra oreja, proclámalo sobre vuestros techos. Nadie en efecto, enciende una lámpara para ponerla bajo el celemín ni la pone en lugar escondido; sino que la pone sobre el candelero, a fin de e cualquiera que entre o que salga vea su luz.

34. Jesús ha dicho: Si un ciego conduce a un ciego los dos caen a una fosa.

35. Jesús ha dicho: No es posible que alguno entre la casa del fuerte y la tome por la violencia, a menos que le ate manos; entonces revolverá su casa.

36. Jesús ha dicho: No os preocupéis de la mañana a la noche y de la noche a la mañana por lo que vestiréis.

37. Sus discípulos dijeron: ¿En qué día te revelarás a nosotros y en qué día te veremos? Jesús dijo: Cuando depongáis vuestra vergüenza, cuando toméis vuestros vestidos, los pongais bajo vuestros pies como los niños pequeños y los pisoteéis, entonces (veréis) al hijo de Aquel que está vivo y no temeréis.

38. Jesús ha dicho: Muchas veces habéis deseado oír estas palabras que os digo, y no tenéis a ningún otro de quien oírlas. Días llegarán en que me buscaréis y no me encontraréis.

39. Jesús ha dicho: Los fariseos y los escribas han recibido las llaves de la gnosis (y) la han ocultado. Ellos no han entrado, y a los que querían entrar, no les han dejado (entrar). Pero vosotros, sed astutos como las serpientes y cándidos como las palomas.

40. Jesús ha dicho: Una cepa de viña ha sido plantada fuera del Padre y, como no se ha fortalecido, será arrancada con su raíz y perecerá.

41. Jesús ha dicho: A aquel que tiene en su mano, se dará, y a aquel que no tiene, hasta lo poco que tenga le será quitado.

42. Jesús ha dicho: Sed transeúntes.

43. Sus discípulos le dijeron: ¿Quién eres tú, que nos dices esto? Jesús les dijo: Según lo que os digo, ¿no sabéis quien soy.? Pero os habéis vuelto como los judíos, que aman el árbol aborrecen su fruto, y aman el fruto (y) aborrecen el árbol.

44. Jesús ha dicho: El que haya blasfemado contra el Padre, se le perdonará; el que haya blasfemado contra el Hijo se le perdonará; pero el que haya blasfemado contra el Espíritu Santo, no se le perdonará, ni en la tierra ni en el cielo.

45. Jesús ha dicho: No se recogen uvas de las espinas ni se cogen higos de la zarza: no dan frutos, en efecto. (un) hombre bueno produce una buena cosa de su tesoro; un hombre malo produce cosas malas de su tesoro malo que está en su corazón, y él dice cosas malas, porque de la sobreabundancia del corazón él produce malas cosas.

46. Jesús ha dicho: Desde Adán hasta Juan el bautista, no ha habido, entre los nacidos de mujer, nadie más elevado que Juan el Bautista, tanto que sus ojos no serán destruidos. pero yo he dicho: Aquel de entre vosotros que se haga pequeño conocerá el Reino y será más elevado que Juan.

47. Jesús ha dicho: No le es posible a un hombre montar dos caballos, tirar con dos arcos, y no le es posible a un servidor servir a dos amos: o bien honrará a uno y ofenderá al otro. Ningún hombre bebe vino viejo y no desea enseguida beber vino nuevo. Y no se vierte vino nuevo en odres viejos, por temor a que se desgarren, y no se vierte vino nuevo en otro viejo por temor a que lo estropee. No se cose un remiendo viejo en un vestido nuevo, porque se producirá un rasgón.

48. Jesús ha dicho: Si dos hacen las paces en esta misma casa, dirán a la montaña: Desplázate, y ella se desplazará.

49. Jesús ha dicho: Dichosos los solitarios y (los) elegidos, porque encontraréis el Reino, pues habéis (salido) de él y de nuevo volveréis a él.

50. Jesús ha dicho: Si os dicen: ¿De dónde habéis nacido?, decidles: Hemos nacido de la luz, allí donde la luz ha nacido de sí misma, ella (se ha levantado) y se ha revelado en su imagen. Si os preguntan: ¿Quiénes sois?, decidles: Somos sus hijos y somos los elegidos del Padre que está vivo. Si os preguntan: ¿Cuál es el signo de vuestro Padre que está en vosotros?, decidles: Es un movimiento y un reposo.

51. Sus discípulos le dijeron: ¿En qué día vendrá el mundo nuevo? Él les dijo: El que vosotros esperáis ha venido, pero vosotros no le conocéis.

52. Sus discípulos le dijeron: Veinticuatro profetas han hablado en Israel y todos han hablado de tí. Él les dijo: Habéis olvidado a aquel que está vivo en vuestra presencia y habéis hablado de los que están muertos.

53. Sus discípulos le dijeron: La circuncisión, ¿es útil o no? Él les dijo: Si fuera útil, su padre los engendraría circuncisos de su madre. Pero la circuncisión verdadera en espíritu ha sido útil enteramente.

54. Jesús ha dicho: Dichosos los pobres, porque de vosotros es el Reino de los cielos.

55. Jesús ha dicho: El que no odie a su padre y a su madre no podrá ser mi discípulo, y (el que no) odie a sus hermanos y a sus hermanas y (no) lleve su cruz como yo no será digno de mí.

56. Jesús ha dicho: El que ha conocido el mundo ha encontrado un cadáver, y el que ha encontrado un cadáver, el mundo no es digno de él.

57. Jesús ha dicho: El Reino del Padre se parece a un hombre que tenía una (buena) simiente. Su enemigo vino por la noche y sembró cizaña entre la buena semilla. El hombre no les dejó arrancar la cizaña. El les dijo: Por miedo a que vengáis a arrancar la cizaña (y) arranquéis con ella el trigo; en efecto, el día de la cosecha, las cizañas aparecerán, se arrancarán y se quemarán.

58. Jesús ha dicho: Dichoso el hombre que ha sufrido: él ha encontrado la vida.

59. Jesús ha dicho: Mirad hacia Aquel que está vivo, en tanto viváis, por miedo a que muráis intentando verle sin lograr verle.

60. Vieron a un samaritano que, llevando un cordero, entraba en Judea. El dijo a sus discípulos: ¿Qué (quiere hacer éste con el cordero? Ellos respondieron: Matarlo y comérselo. Él les dijo: Mientras que esté vivo, no se lo comerá, sino solamente silo mata y se convierte en un cadáver. Ellos dijeron: De otra forma, no podrá hacerlo. Él les dijo: También vosotros, buscad un sitio para vosotros en el reposo, de modo que no os volváis cadáveres y no os coman.

61. Jesús ha dicho: Hay dos que reposarán sobre un lecho: uno morirá y el otro vivirá. Salomé dijo: ¿Quién eres tú, hombre, en tanto que (hijo) de quién? Has entrado en mi lecho y as comido a mi mesa. Jesús le dijo: Yo soy el que proviene de aquel que es igual; me han sido dadas las cosas de mi Padre. Salomé dijo: Yo soy tu discípula. Jesús le dijo: Por eso yo digo: Cuando él sea igual, estará lleno de luz, pero, cuando sea separado, será lleno de tinieblas.

62. Jesús ha dicho: Yo digo misterios a (los que son dignos de mis misterios). Lo que haga tu mano derecha, que no lo sepa tu mano izquierda que lo ha hecho.

63. Jesús ha dicho: Había un hombre rico que tenía mucho dinero. Él dijo: Emplearé mi dinero en sembrar, cosechar, plantar, llenar mis graneros de frutos, de modo que nada me falte. He aquí lo que él pensaba en su corazón y aquella noche murió. ¡El que tenga oídos, oiga!

64. Jesús ha dicho: Un hombre tenía invitados y, cuando hubo preparado la comida, envió a su servidor para avisar los invitados. Éste fue al primero (y) le dijo: Mi amo te invita. (El otro) dijo: Tengo que cobrar dinero a algunos comerciantes; tienen que venir a mi casa esta noche (y) yo iré a darles mis órdenes. Me excuso para la comida. Fue el siervo a otro y le dijo: Mi amo te a invitado. Éste le contestó: He comprado una casa y se me pide un día; no estaré disponible. Fue a otro (y) le dijo: Mi amo te invita. Este le dijo: Mi amigo se va a casar y yo seré quien prepare la comida, no podré ir. Me excuso para la comida. Fue a otro y le dijo: Mi amo te invita. Éste le dijo: He comprado una granja, voy a ir allá para cobrar las rentas. No podré ir, me excuso. El siervo volvió a su amo (y) le dijo: Los que tú has invitado a la comida se han excusado. El amo dijo a su siervo: sal a los caminos; a aquellos que encuentres, tráelos para que coman. Los compradores y los mercaderes no (entrarán) en los lugares de mi Padre.

65. Él ha dicho: Un hombre honrado tenía una viña la dio a algunos obreros para que la trabajasen (y) recibir de ellos el fruto. Envió a su siervo para que los obreros le entregasen e fruto de la viña. Éstos se apoderaron del sirviente, le golpearon y por poco le matan. El siervo se fue y lo dijo a su amo. El amo dijo Quizá no le han conocido. Envió a otro siervo; los obreros también le golpearon. Entonces el amo envió a su hijo. Dijo: Quizá tengan respeto a mi hijo. Aquellos obreros, cuando supieron que era el heredero de la viña, lo agarraron (y) lo mataron. ¡El que tenga oídos, que oiga!

66. Jesús ha dicho: Hacedme conocer la piedra que han rechazado los constructores: ella es la piedra angular.

67. Jesús ha dicho: Aquel que conoce el Todo, estando privado de sí mismo, está privado del Todo.

68. Jesús ha dicho: Dichosos seréis cuando os odien cuando os persigan y no se encuentre sitio allí donde os hayan perseguido.

69. Jesús ha dicho: Dichosos los que son perseguidos en su corazón; éstos son los que en verdad han conocido al Padre Dichosos los que tienen hambre, porque se llenará el vientre de quien lo quiera.

70. Jesús ha dicho: Cuando tengáis esto en vosotros lo que tenéis os salvará. Si no tenéis esto en vosotros, lo que no tenéis en vosotros os hará morir.

71. Jesús ha dicho: Derribaré (esta) casa y nadie la podrá reconstruir.

72. (Un hombre) le (dice): Di a mis hermanos que repartan conmigo los bienes de mi padre. El le dice: Oh, hombre ¿quién ha hecho de mí un repartidor? Se volvió a sus discípulos y les dijo: ¿Soy yo, pues, un repartidor?

73. Jesús ha dicho: «La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad, sin embargo, al Señor para que mande obreros para la cosecha. .

74. Él ha dicho: Señor, hay muchos alrededor de los pozos, pero no hay nadie en los pozos.

75. Jesús ha dicho: Hay muchos cerca de la puerta, pero son los aislados que entraron en la cámara nupcial.

76. Jesús ha dicho: El Reino del Padre es semejante a un mercader que tenía un fardo (y) que encontró una perla. Este mercader era prudente: vendió el fardo (y) compró para él la perla sola. Buscad también vosotros el tesoro que siempre mora allí donde la polilla no se acerca para comer y donde el gusano no roe.

77. Jesús ha dicho: Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el Todo: el Todo ha salido de mí, y el Todo ha llegado a mí. Hendid la madera: yo estoy allí. Levantad la piedra y allí me encontraréis.

78. Jesús ha dicho: ¿Para qué habéis salido al campo? ¿Para ver una caña agitada por el viento y para ver a un hombre llevando sobre sí delicados vestidos? (He aquí que vuestros) reyes y vuestros grandes personajes llevan sobre sí (vestidos) delicados, y ellos no podrán conocer la verdad.

79. Una mujer entre la multitud le dijo: Dichoso el vientre que te llevó y los (pechos) que te amamantaron. Él le dijo: Dichosos los que han escuchado la palabra del Padre (y) la han observado en verdad. Días vendrán, en efecto, en los que diréis: Dichoso el vientre que no concibió y los pechos que no amamantaron.

80. Jesús ha dicho: Aquel que no ha conocido el mundo ha encontrado el cuerpo, pero aquel que ha encontrado el cuerpo, el mundo no es digno de él.

81. Jesús ha dicho: El que se ha hecho rico, que pueda convertirse en rey y que aquel que tenga el poder, pueda renunciar.

82. Jesús ha dicho: El que está cerca de mí, está cerca del fuego, y el que está lejos de mí, está lejos del Reino.

83. Jesús ha dicho: Las imágenes son manifestadas al hombre y la luz que está en ellas está escondida en la imagen de la luz del Padre. Él se revelará, y su imagen está oculta por su luz.

84. Jesús ha dicho: Cuando veis vuestra semejanza os regocijáis. Pero, cuando veáis vuestras imágenes, producidas antes que vosotros, que ni mueren ni se manifiestan, ¡qué grande (será) lo que soportaréis!

85. Jesús ha dicho: Adán ha surgido de una potencia y de una gran riqueza, y él no ha sido digno de vosotros porque, si hubiera sido digno, no habría (gustado) la muerte.

86. Jesús ha dicho: (Los zorros tienen sus madrigueras) y los pájaros tienen (sus) nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene un sitio donde apoyar la cabeza (y) descansar.

87. Jesús ha dicho: Miserable es el cuerpo que depende de un cuerpo, y miserable es el alma que depende de estos dos.

88. Jesús ha dicho: Los ángeles vendrán hacia vosotros así como los profetas; y ellos os darán lo que es vuestro. Y vosotros también, lo que está en vuestras manos, dádselo, y decios a vosotros mismos: ¿Cuál es el día en que vendrán (y) recibirán lo que es suyo.

89. Jesús ha dicho: ¿Por qué no laváis el exterior de la copa? ¿No comprendéis que el que ha hecho el interior es también el que ha hecho el exterior?

90. Jesús ha dicho: Venid a mí, porque mi yugo es bueno y mi dominio es suave, y encontraréis el descanso para vosotros.

91. Ellos le dijeron: Dinos quién eres, para que creamos en ti. Él les dijo: Conocéis la faz del cielo y de la tierra, y a aquel que está en vuestra presencia no le habéis conocido, y, en este momento, no sabéis conocerlo.

92. Jesús ha dicho: Buscad, y hallaréis, pero las cosas que me habéis preguntado en aquellos días, y que entonces no os dije, ahora me place decíroslas, y no me las preguntáis.

93. Jesús ha dicho: No echéis a los perros lo que es santo, no sea que lo arrojen al estiércol. No echéis las perlas a los puercos, no sea que hagan (...).

94. Jesús (ha dicho): El que busca, encontrará (y al que llama), se le abrirá.

95. (Jesús ha dicho): Si tenéis dinero, no lo deis con usura, sino dad (...) a aquel de quien no lo recibiréis.

96. Jesús ha dicho: El Reino del Padre es semejante a una mujer (que) ha tomado un poco de levadura, la ha metido en la masa (y) ha hecho grandes panes. ¡Que el que tenga oídos, oiga!

97. Jesús ha dicho: El Reino del (Padre) es semejante a una mujer que lleva un jarro lleno de harina. Cuando caminaba (por un) camino alejado, el asa del jarro se rompió, y la harina se derramó detrás de ella por el camino. Ella no se dio cuenta y no conoció la desgracia. Cuando llegó a su casa, dejó el jarro en e1 suelo y lo encontró vacío.

98. Jesús ha dicho: El Reino del Padre es semejante a un hombre que quería matar a un gran personaje. Él sacó la espada en su casa, y la hundió en el muro, para saber si su mano sería lo (bastante) segura. Entonces mató al gran personaje.

99. Los discípulos le dijeron: Tus hermanos y tu madre están ahí fuera. Él les dijo: Estos que están aquí y hacen la voluntad de mi Padre, éstos son mis hermanos y mi madre; son los que entrarán en el Reino de mi Padre.

100. Mostraron a Jesús una moneda de oro y le dijeron: La gente del César exige tributos de nosotros. Él les dijo dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios, y, lo que es mío, dádmelo a mí.

101. Jesús ha dicho: El que no odie a su (padre) su madre como yo, no podrá ser mi discípulo. Y el que no ame a su padre y a su madre como yo, no podrá ser mi discípulo. Porque mi madre (...) pero (mi madre) verdadera, ella me ha dado la vida.

102, Jesús ha dicho: Desdichados aquellos, lo fariseos, porque se parecen a un perro que está acostado en el pesebre de los bueyes, porque ni comen ni dejan comer a los bueyes.

103. Jesús ha dicho: Dichoso el hombre que (sabe a qué) hora (de la noche) vendrán los ladrones, de suerte que se levantará, reunirá a su (...) y se ceñirá los riñones antes de que entren.

104. Ellos (le) dijeron: Ven, oremos hoy ayunemos Jesús dijo: ¿Cuál es, pues, el pecado que he cometido, o en que he sido yo vencido? Pero cuando el esposo haya salido de la camara nupcial, entonces que ellos ayunen y recen.

105. Jesús ha dicho: El que conozca al padre y a la madre será llamado hijo de prostituta.

106. Cuando hagáis de dos uno, seréis hijos del hombre, y cuando digáis: Montaña, desplázate, ella se desplaza

107. Jesús ha dicho: El Reino es semejante a un pastor que tenía cien ovejas; una de ellas, que era la más gruesa, se perdió; el pastor dejó a las otras noventa y nueve y buscó a aquella sola, hasta que la encontró. Después que hubo penado, dijo a la oveja: Te amo más que a las noventa y nueve.

108. Jesús ha dicho: Aquel que beba en mi boca vendrá a ser corno yo, y, también, yo vendré a ser como él, y las cosas ocultas le serán reveladas.

109. Jesús ha dicho: El Reino es semejante a un hombre que tenía en su campo un tesoro (oculto) que (él) no conocía, y (después) de que él hubo muerto, lo dejó a su (hijo. El) hijo, que no sabía nada, tomó el campo (y) lo vendió. Y el que lo había comprado vino y, cuando lo labraba, (encontró) el tesoro. Y empezó a dar dinero con usura a quien quiso.

110. Jesús ha dicho: Que aquel que ha encontrado al mundo y se haya hecho rico, pueda renunciar al mundo.

111. Jesús ha dicho: Los cielos y la tierra se desplegarán ante vosotros, y el Viviente del Viviente no conocerá la muerte ni el temor, porque Jesús dice: Aquel que se encuentre a sí mismo, el mundo no es digno de él.

112. Jesús ha dicho: Desdichada la carne que depende del alma; desdichada el alma que depende de la carne.

113. Sus discípulos le dijeron: ¿Qué día vendrá el Reino? Jesús dijo: No vendrá con una espera. No se dirá: Helo aquí, o: Helo allí, sino que el Reino del Padre está extendido por sobre la tierra y los hombres no lo ven.

114. Simón Pedro le dijo: Que María salga de entre nosotros, porque las mujeres no son dignas de la Vida. Jesús dijo: He aquí que yo la guiaré a fin de que ella se vuelva varón, para que venga a ser, también, un espíritu viviente semejante a vosotros, varones. Porque toda mujer que se haga varón entrará en el Reino de los cielos.

Evangelio de Verdad

El Evangelio de Verdad (Extractos)

El Evangelio de Verdad es alegría para quienes han recibido la gracia de parte del Padre de la Verdad, que hace de manera que le conozcan por la potencia del Verbo, él, que ha venido del Pleroma, (reunión de los eternos) él, que es inmanente al pensamiento y a la inteligencia del Padre, que es proclamado Salvador; porque es el nombre de la obra, que debe cumplir para la salvación de los que ignoran al Padre, puesto que el nombre (...) de Evangelio es la manifestación de la esperanza, descubierta por los que La buscan.

En efecto, el Todo ha estado a la búsqueda de Aquel del que ha salido, y el Todo estaba en él, el Inalcanzable, el Impensable, el Incomprensible, porque la ignorancia del Padre ha producido la angustia y el temor. La angustia se ha espesado como una bruma, de manera que nadie podía ver; es porque el error se ha afirmado. Ella ha fabricado su materia en el Vacío, no conociendo la Verdad. Vino a una obra, esforzándose en dar forma de belleza al equivalente de la Verdad. Esto no era una humillación para el Inalcanzable, el Impensable, porque no era nada, la Angustia y el Olvido y esta

obra de mentira, porque la Verdad es estable, inalterable, inquebrantable perfectamente bella.

Siendo así sin raíz, estaba en una bruma respecto al Padre, mientras que preparaba obras y herramientas y temores, a fin de portar gracia a los del medio y aprisionarlos. El olvido del error no ha sido manifestado. No es como (...) junto al Padre. El olvido no existía en el Padre, aunque se hubiese producido a causa de Él. por el contrario, lo que se ha producido en El es la Gnosis,(Inteligencia o ciencia) ella, que a sido manifestada, a fin de que el Olvido fuese abolido y el Padre fuese conocido. Es porque el olvido ha tenido lugar por lo que el Padre no ha sido conocido; entonces, si se conoce al Padre, el olvido ya no se producirá.

Ahí está el Evangelio de Aquel que se busca, que ha sido manifestado a los perfectos, gracias a las misericordias del Padre. Misterio oculto, por el cual Jesús el Cristo ha iluminado a los que se encuentran en la oscuridad a causa del Olvido. El los ha iluminado, les ha mostrado un camino; ahora bien, es la verdad la que les ha enseñado el camino. A causa de esto, el Error se ha irritado contra él, lo ha perseguido, lo ha maltratado, lo ha aniquilado. Lo lavaron a un madero, se convirtió en Fruto de la Gnosis del Padre; no ha sido una causa de perdición para los que han comido de él. por el contrario, para los que han comido de él ha sido una causa e alegría a causa del descubrimiento. El los ha descubierto en SÍ y ellos lo han descubierto en ellos, el Inalcanzable e Impensable, el Padre perfecto, que ha hecho el Todo; en quien es el Todo y de quien el Todo tiene necesidad; puesto que él retiene su perfección en Sí, la cual no ha dado al Todo. No es que el Padre esté celoso; qué celo podría existir entre El y Sus miembros?.

Él ha sido revelado en el corazón de ellos, el Libro viviente de los Vivientes, que está escrito en el Pensamiento y la Inteligencia del Padre, y que se encuentra desde antes de la fundación del Todo en Su Incomprensibilidad, Él, a quien nadie podría aprehender, puesto que está reservado a aquel que Le aprehenderá y que será crucificado. Nadie de los que han creído en la salvación ha sido formado, en tanto que ese Libro no apareciese. Es por esto por lo que el misericordioso, el fiel Jesús tuvo paciencia, aceptando los golpes, hasta que hubo cogido ese Libro, puesto que él sabe que su muerte será vida para algunos. Lo mismo que, en un testamento, que todavía no ha sido abierto, está oculta la fortuna del dueño de la casa fallecido, así el Todo estaba oculto en tanto el Padre era invisible, el No engendrado, Aquel de quien provienen todos los espacios.

Es por esto por lo que ha aparecido Jesús; él ha revestido ese Libro. Él fue clavado a un madero; inscribió la disposición del Padre sobre la Cruz. ¡Oh, la gran enseñanza! Hasta la muerte, él se ha humillado, y la vida (eterna) lo reviste. Después de ser despojado de los andrajos perecederos, se revistió de la corruptibilidad, algo que nadie puede quitarle.

FIN DEL EVANGELIO DE VERDAD

Nos conviene, pues, reflexionar, ante todo, sobre esto: ¿Qué es el Nombre? Éste es el Nombre auténtico, es en efecto el nombre que viene del Padre, porque es Su Nombre propio. Él no ha recibido el Nombre como los otros, a título de préstamo, según el modo particular según el cual cada uno de ellos es producido. Por el contrario, éste es el Nombre propio; no hay ningún otro a quien El lo haya dado. Pero es innombrable, indecible, hasta el momento en que este perfecto lo ha expresado solo, y es Él quien tenía el poder de proclamar Su Nombre y de verlo. Por tanto, cuando a él le ha placido que Su Nombre se convierta en Su Hijo bienamado, El se lo ha dado. Aquel que ha salido de la profundidad ha proclamado lo que estaba oculto, sabiendo que el Padre está por encima de la Bondad. Es por esto por lo que El lo ha enviado, a fin de que hablase del lugar y de su reposo, de donde él ha salido y que él glorifique el Pleroma, (lugar o reunión de los eternos) la grandeza de Su Nombre y la dulzura del Padre.

Cada uno hablará del lugar de donde ha venido y regresará rápidamente a la región donde ha recibido su ser esencial; y dejará este lugar donde permanecía, tomando gusto a aquel lugar, siendo alimentado y creciendo allí. Y su lugar de reposo es el Pleroma(reunión de los eternos). Así, todas las emanaciones del Padre son Pleromas, (lugares eternos) todas las emanaciones tienen su raíz en Aquel que las ha hecho crecer todas en Él.

Él les ha dado su destino; han sido, pues, manifestadas individualmente, a fin de que ellas estén en su pensamiento. Porque el lugar hasta donde ellas extienden su pensamiento y su raíz, que las ha elevado hasta el cielo en todas las alturas hacia el Padre, hasta Su cabeza, que es para ellas el reposo. Y ellas se quedan allí, cerca de Él, de suerte que dicen que han participado en abrazos en Su faz.

Por otra parte, ellas no han sido manifestadas como si se hubiesen elevado por sí mismas. Y no han sido privadas de la gloria del Padre, ni Le conciben como pequeño o duro o irascible, sino como absolutamente bueno, inquebrantable, dulce, conocedor de todos los lugares antes de que ellos sean y no necesitando ser instruido.

Así son los que tienen algo de arriba cerca de la Grandeza inconmensurable, mientras que ellos tienden hacia este Único y perfecto que está allí para ellos. Y ellos no descienden al Hades. No hay para ellos ni envidia, ni gemidos, ni muerte, sino que ellos descansan en Aquel que descansa en sí, sin penar ni dar vueltas, turbados, en tomo a la verdad.

Pero ellos mismos son la verdad, y el Padre está en ellos y ellos están en el Padre, siendo perfectos, indivisibles en este ser auténticamente bueno. No carecen de nada en nada, sino que descansan refrescados por el espíritu. Y percibirán su raíz, gozarán a gusto de sí mismos, es en ellos donde Él encontrará Su raíz y no habrá pérdida para Su alma.

Tal es el lugar de los bienaventurados, tal es su lugar.

En cuanto al resto, que ellos sepan en su lugar que no puedo decir otra cosa, después de haber estado en el Lugar del Reposo. Pero es allí donde estaré, para consagrarme en todo tiempo al Padre de Todo y a los verdaderos hermanos sobre los que el amor del Padre se expande, y en medio de éstos no hay ninguna deficiencia. Son los que se manifiestan en verdad en esta Vida verdadera y eterna y explican la Luz, la que es perfecta y llena de la semilla del Padre, y lo que está en su corazón y en el PIeroma, (reunión de los eternos) mientras que se regocija Su Espíritu y glorifica a Aquel en quien él es, porque Él es bueno. Y ellos son perfectos, Su hijos, y son dignos de Su Nombre, porque son hijos que El ama, Él, el Padre.

Evangelio de Felipe

Evangelio según Felipe (Extractos)

3. Los que heredan de lo que está muerto son ellos mismos muertos, y heredan de lo que está muerto. Los que están muertos no heredan de nada. Porque ¿cómo podría heredar un muerto? Lo que está muerto, si hereda de lo que está vivo, no morirá. Pero el que estaba muerto sobrevivirá.

4. Un pagano no muere, porque nunca ha vivido, para que pueda morir. El que ha creído la verdad ha vivido, y éste corre el peligro de morir, porque vive.

5. Desde el día en que vino el Cristo, el mundo está creado, las ciudades están adornadas, lo que está muerto es rechazado.

6. Cuando éramos hebreos, éramos huérfanos; no teníamos más que a nuestra madre; pero, cuando nos hemos vuelto cristianos, hubo para nosotros un padre y una madre.

21. Los que dicen que el Señor ha muerto primeramente y que ha resucitado se equivocan, porque ha resucitado antes y ha muerto. Si alguien no adquiere la resurrección primeramente, no morirá, porque, tan verdad como que Dios vive, estaría ya muerto.

22. No se oculta un objeto de gran valor en un gran vaso, pero, a menudo, sumas incalculables son colocadas en un vaso del valor de un as. Lo mismo ocurre con el alma. Ella es un objeto precioso; ella se ha encontrado en un objeto despreciable.

23. Hay quienes temen resucitar desnudos. Es porque quieren resucitar en la carne, y no saben que, quienes llevan la carne, estos están desnudos. Para los que se despojen hasta el punto de quedarse desnudos, éstos no están desnudos. No hay carne ni sangre que pueda heredar del reino de Dios. ¿Cuál es la que no heredará? La que nosotros hemos revestido. Pero ¿cuál es la que heredara?. La del Cristo y su sangre. Es por lo que él ha dicho: «Quien no coma mi carne ni beba mi sangre no tendrá vida en él.» ¿Qué es su carne? Su carne es el Logos, y su sangre, el Espíritu Santo. El que las ha recibido tiene un alimento y una bebida y un vestido. En cuanto a mí, yo censuro a los otros, a los que dicen que ella no resucitará. Ahora bien, los dos están en decadencia. Tú dices que la carne no resucitará. Pero dime quién resucitará, ¿para qué te veneramos? Tú dices que el espíritu está en la carne y también hay esta luz en la carne; el Logos es este otro que está en la carne. Porque lo que tú digas, tú no dices nada fuera de la carne. Es preciso resucitar en esta carne, porque todo está en ella. En este mundo, los que se revisten de las vestiduras son superiores a las vestiduras. En el reino de los cielos, las vestiduras son superiores a los que las han vestido en un agua y un fuego que purifican todo el lugar.

25. El que está manifiesto, lo es gracias a lo que está manifiesto; lo que está oculto, gracias a lo que está oculto. Hay ciertas cosas ocultas que lo son gracias a cosas manifiestas, hay un agua en un agua, un fuego en una unción.

48. La perla, si es arrojada al Iodo, no tiene menos valor, y, si se la unta de bálsamo, no adquirirá más valor, sino que ella tiene siempre el mismo valor para su propietario. Lo mismo ocurre con los hijos de Dios; estén donde estén, conservan siempre su valor ante el Padre.

49 Si tú dices: «Yo soy un judío», nadie se conmoverá. Si tú dices «Yo soy un griego, un bárbaro, un esclavo, un hombre libre», nadie se turbará. Si tú dices: «Yo soy un cristiano», todos temblarán. Me puede ocurrir recibir este signo, que los Arcontes no podrán soportar, es decir, este Nombre.

61. Entre los espíritus impuros, los hay masculinos y los ha femeninos. Los masculinos son los que se unen a las almas que habitan en un cuerpo de mujer, y los femeninos son los que se unen: a las que están en un cuerpo de hombre, porque él está separado. Y nadie se les podrá escapar, cuando los tienen, a menos que reciban una potencia de hombre y de mujer, es decir, del novio y de la novia. Ahora bien, se la recibe en la cámara nupcial en imagen. Cuando las mujeres necias ven a un hombre sentado solo, saltan sobre él, retozan con él y lo deshonran. Del mismo modo, los hombres necios, si ven a una bonita mujer sentada sola, la convencen y le hacen violencia, porque quieren deshonrarla. Pero si ellos ven al hombre y a la mujer sentados juntos, las mujeres no pueden ir hacia el hombre, ni los hombres pueden ir hacia la mujer. Es lo mismo si la imagen y el ángel se uniesen el uno con el otro, y nadie podrá atreverse a ir hacia el hombre o hacia la mujer. El que sale del mundo no puede ser retenido, porque ha estado en el mundo Es manifiesto que está elevado por encima del deseo de la muerte y del temor. Es dueño de la naturaleza, es superior a los celos. Si ellos ven a éste, lo tienen, lo ahogan, ¿y cómo podrá él huir de estos deseos, de estos temores? ¿Cómo podrá ocultarse de ellos? A menúdo hay personas que vienen y dicen: «Nosotros somos creyentes» a fin de que escapen a los espíritus impuros y a los demonios Porque, si ellos tuviesen al Espíritu Santo, no habría espíritu impuro que se pegase a ellos.

62. No temas a la carne ni tampoco la ames. Si la temes, ella te dominará. Si la amas, ella te devorará y te estrangulará.

63. O se está en este mundo, o se está en la resurrección o en los lugares de en medio. Que no me ocurra ser entregado en ellos. En este mundo, hay de bueno y de malo. Lo que es bueno no es bueno y lo que es malo no es malo. Pero hay algo de malo en este mundo que es verdaderamente malo, que se llama el medio; es la muerte. Mientras que estamos en este mundo, nos conviene adquirir la resurrección, a fin de que, si nos despojamos de la carne, seamos encontrados en el reposo y no erremos por el medio. Porque hay muchos que se pierden en el camino. Es bueno, en efecto, remontarse del mundo, antes de que el hombre haya pecado.

110. El que posee la gnosis de la Verdad es libre. Pero el hombre libre no peca. Porque el que comete pecado es esclavo del pecado. La madre es la Verdad, y la gnosis, la unión (la seguridad). Aquellos a quienes no les está permitido pecar, el conocimiento de la Verdad levanta sus corazones, es decir, ella los hace libre y los levanta por encima de todo el lugar. Pero el amor edifica. Ahora bien, él ha venido a ser libre por la gnosis es esclavo por amor de los que todavía no han podido levantarse hacia la libertad de la gnosis. Y la gnosis los hace capaces, porque ella les permite hacerse libres. El amor no toma nada. ¿Cómo podría tomar ninguna cosa? Todo le pertenece. Él no dice: éste es el mío, o aquél es el mío, sino que dice: esto es tuyo.

111. El amor espiritual es vino y bálsamo. De él gozan todos los que sean ungidos con él. De él gozan también los que se mantienen fuera de ellos, tanto como se mantienen cerca de ellos los consagrados. Los que son ungidos con el aceite, si se alejan de ellos y se van, los que no son ungidos, solamente cuando se mantienen lejos de ellos, permanecen todavía en su mal olor. El samaritano no da otra cosa al herido más que vino y aceite. Esto no es otra cosa que la unción; y él ha curado las heridas, porque el amor cubre una multitud de faltas.

112. Es al que la mujer ama al que se parecen los que engendrará. Cuando es su marido, se parecen a su marido. Cuando es , un adúltero, se parecen al adúltero. A menudo, cuando una mujer se acuesta con su marido por necesidad, pero su corazón está junto al adúltero, con el que ella se une habitualmente, el que ella engendre lo engendra parecido al adúltero. Pero vosotros, que estáis con el hijo de Dios, no amáis al mundo, sino que amáis al Señor, para que los que vosotros engendráis no se parezcan al mundo, sino que se parezcan al Señor.

124. Ahora tenemos lo que es revelado de la creación. Decimos que son las cosas poderosas las que son respetables, y que las cosas ocultas son cosas débiles, despreciables. Pero las que están ocultas son fuertes y estimables. Ahora bien, los misterios de la Verdad son manifestados bajo la forma de tipos y de imágenes.

125. Ahora bien, la cámara nupcial está oculta. Es el Santo en el Santo. El velo, en efecto, disimulaba primeramente de qué manera Dios gobernaba a la criatura. Pero cuando el velo se desgarre y el interior sea manifestado, entonces se abandonará esta casa desierta, ¡más todavía!, se la destruirá. Pero la divinidad entera no huirá de estos lugares en el Santo de los Santos, porque ella no podrá unirse a la Luz sin mezcla y al Pleroma (reunión de los eternos) sin deficiencia, sino que estará bajo las alas de la Cruz y bajo sus brazos. Esta arca será para ella una salvación, cuando el diluvio de las aguas los retendrá. Si algunos están en la tribu del sacerdocio, podrán entrar en el interior velo con el Sumo Sacerdote. Es por esto por lo que el velo no se ha desgarrado solamente de arriba, ni se ha desgarrado solamente de abajo, puesto que no se habría manifestado más que a los de abajo. Sino que se ha desgarrado de arriba abajo. Lo alto se ha abierto para nosotros, que estamos abajo, a fin de que entremos en el secreto la Verdad. Esto es verdaderamente lo que es estimable, lo que poderoso. Pero nosotros penetramos de la gracia a tipos despreciables y a cosas débiles. Son despreciables, en efecto, frente a la gloria perfecta. Hay una gloria que sobrepasa la potencia. Es por lo que la perfección se nos ha abierto con el secreto de la Verdad, y el Santo de los Santos se ha manifestado y la cámara nupcial nos ha invita al interior. En tanto que esto está oculto, la maldad lo vuelve en efecto inactivo, y ella no ha sido alejada del medio de la simiente del Espíritu Santo; son los servidores del mal. Pero cuando esto se manifieste, entonces la Luz perfecta se expandirá sobre cada uno, y todos los que se encuentren en ella recibirán la unción. Entonces, los esclavos serán libres y los prisioneros serán salvados.

126. Toda planta que mi Padre, que está en los cielos, no haya plantado, será desarraigada. Los que están separados serán acoplados y serán llenos. Todos los que entren en la cámara nupcial encenderán la Luz, porque ellos no engendran como los matrimonios que nosotros no vemos, porque están en la noche. La Luz brilla en la noche, ella se apaga. Pero los misterios de este matrimonio se cumplen de Día a la Luz, Este Día o su Luz no se extingue.

127. Si alguno viene a ser hijo de la cámara nupcial, recibirá la Luz. Si alguno no la recibe, mientras que él esté en estos lugares, no podrá recibirla en otro lugar. El que reciba esta Luz no podrá ser visto ni asido, y nadie podrá afligir a un tal hombre, ni aunque esté en el mundo; y tampoco cuando deje el mundo. Él ya ha recibido la verdad en las imágenes. El mundo ha devenido Eón, (eternos) porque el Eón (eternos) es para él Pleroma. (reunión de los eternos) Y él lo es de esta manera: él le es manifestado a él solo; no está oculto en las tinieblas ni en la noche, sino que está disimulado en un Día perfecto y en una Luz santa.

ANEXOS

PALABRAS DE JESÚS PROVENIENTES DE LOS MANUSCRITOS DEL NUEVO TESTAMENTO

Mt. XX, 28:

«Buscad crecer partiendo de un pequeño comienzo y (si os creéis grandes) de grandes volveos pequeños.»

Mc. XIII, 37:

«Todo lo que he dicho a uno, lo he dicho a todos vosotros.»

Lc. VI, en el lugar del versículo 5, que se relaciona con el versículo 10:

«El mismo día, habiendo visto a uno que trabajaba el día del sábado, él (Jesús) le dijo: Hombre, si tú sabes lo que haces, eres feliz; si no lo sabes, eres maldito y trasgresor de la ley.»

PALABRAS DE JESÚS PROVENIENTES DE LOS ESCRITOS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA

Corintios, XLVI, 2:

«Porque está escrito: Unios a los santos, porque los que se unen a los santos serán santificados.

Bernabé, VI, 13:

«Y el Señor dijo: He aquí, yo hago las cosas últimas como las primeras.»

Barnabas, VII, 11:

«Así, dijo, los que quieren verme y esperar mi Reino, tienen que asirme por las tribulaciones y los sufrimientos.»

Clemente Corintios, VIII, 6:

«Después, él dijo esto: Guardad pura vuestra carne y vuestro sello inmaculado, a fin de que recibamos la vida eterna.»

Clemente Corintios, XII, 2:

«Y como uno le preguntase que cuándo vendría su reino, el Señor le respondió: Cuando los dos sean uno, el exterior del hombre como el interior, el varón con la hembra, ni varón ni hembra.»

Ignacio esmimanos, III, 1:

«El les dijo: Tocadme y ved que no soy un espíritu sin cuerpo.»

Justino Mártir: 7, 15:

«Jesús dijo: He venido a llamar al arrepentimiento no a los justos, sino a los pecadores, porque el Padre celestial quiere el arrepentimiento del pecador y no su castigo.»

Justino Mártir a Trifón el Judío, XII

«La nueva ley quiere que observéis continuamente el sábado».

Justino Mártir, a Trifón el Judío, XLVII:

«Nuestro Señor Jesucristo ha dicho: Por las obras en que os sorprenda, os juzgaré.»

Homilías clementinas, XII, 29:

«El profeta de la verdad ha dicho: Es preciso que ocurran buenas cosas y, feliz, dijo él, aquel por quien ocurran; igualmente es necesario que ocurran malas cosas, pero desgraciado aquel quien ocurran.»

Homilías clementinas, XIX, 20:

«Acordémonos de Nuestro Señor y Maestro, cómo El no ha mandado diciendo: Guardad mis misterios para mí y los hijo mi casa.»

Clemente, I, 28, 177:

«Es, pues, con razón cómo la Escritura, queriendo que lleguemos a ser grandes dialécticos, nos exhorta así: Sed banqueros experimentados, rechazad ciertas cosas, pero retened lo que es bueno.

Orígenes, XII, 2:

«Jesús dijo: A causa de los que son débiles, yo he sido débil a causa de los que tienen hambre, he tenido hambre, y a causa de los que tienen sed, yo he tenido sed.»

Orígenes, XX, 3:

«El mismo Salvador ha dicho: El que está cerca de mí, esta cerca del fuego; el que está lejos de mí, está lejos del Reino.»

Cipriano, III:

«El Señor nos advirtió y dijo: No contristéis al Espíritu Santo que está en vosotros y no apaguéis la luz que ha brillado en vosotros.»

Cipriano, XIII:

«El mismo Señor nos instruye y nos exhorta en la epístola de su discípulo Juan al pueblo: Así, vedme en vosotros, como uno de vosotros se ve en el agua o en un espejo.»

Evangelii, Venecia, 1876,p. 163):

«Comprad, dice (el Señor), oh hijos de Adán, con estos bienes pasajeros que no son para vosotros, lo que está en vosotros y no pasa.»

Macario XII, 17:

«Pero el Señor les dijo: ¿Por qué os asombráis de los milagros? Yo os doy una gran herencia, que el mundo entero no posee.»

Dídimo, III, 22:

«Y Cristo diciendo: El último día viene como un ladrón durante la noche.»

PALABRAS DE JESÚS PROVENIENTES DE LOS HECHOS APÓCRIFOS DE LOS APÓSTOLES

Petri com Simone, capítulo X:

«Yo le he oído decir esto: Los que están conmigo no me han comprendido.»

Lino: Passione Petri et Pauli:

«El Señor ha dicho en el misterio: Si no hacéis la derecha como la izquierda y la izquierda como la derecha y lo que está arriba :como lo que está abajo y lo que está delante como lo que está detrás, no conoceréis el Reino de Dios.»

Tomás, VI:

Así hemos sido enseñados por el Salvador, que ha dicho: El que la rescatado almas (arrancándolas) de los ídolos, ése será grande en mi Reino.»

Felipe, XXIX:

«El Señor le dijo: Felipe, he aquí que mi cámara nupcial esta dispuesta y feliz el que tiene su vestidura brillante, porque él es el que recibe la corona de la alegría sobre la cabeza.»

Doctrina de Addai, XLI, 4:

«Nuestro Señor nos ha ordenado que lo que predicamos en palabras ante el pueblo lo cumplamos en hechos ante cada uno.

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