domingo, 20 de diciembre de 2009

Introducción: Biografica y Comentarios

Nostradamus -versión latinizada de su apellido para unos, para otros apelativo a manera de seudónimo por él escogido; para la gran mayoría único nombre por el que se le conoce y reconoce-, nacido Michel de Notredame el 14 de diciembre de 1503 en la localidad francesa de Saint-Remy (Provenza), perteneciente a una familia semita que ya había obsequiado a Francia con varios médicos ilustres.

Era hijo natural de Rene y Jacques de Notredame.

De pequeño disfrutaba con la compañía de sus abuelos, Jean de Saint-Remy y Pierre de Notredame (médicos privados del rey Renato y de su hijo, el duque de Calabria y Lorena), quienes le iniciaron en el gozo de la lectura, los idiomas y el estudio; fue sorprendente que el pequeño Michel aprendiese con extraordinaria habilidad latín, griego y hebreo, manifestando así mismo una provechosa inclinación hacia las matemáticas. Andando el tiempo, sería su abuelo Jacques quien habría de abrirle las puertas hacia la futura inmortalidad, iniciándole en el estudio de las ciencias astrales.

Michel cursó estudios en Aviñón y en la Escuela de Medicina de Montpellier, de donde hubo de salir con celeridad extrema como consecuencia de la peste bubónica que asolaba a la población (1525-29), ejerciendo ya en aquel entonces como médico sin que hubiese recibido la licenciatura en Narbona, Toulouse y Burdeos, regresando con posterioridad a Montpellier para titularse como doctor en Medicina, sentando sus reales poco después en Agen, atendiendo a la llamada de Scaligero1.

1scaligero, Giulio Cesare (1484-1558). Humanista italiano nacido en el castillo de Riva, cerca del lago de Garda. Dedicado al estudio de los clásicos y la medicina, que ejerció desde 1528 hasta su óbito. En respuesta al Ciceronianus de Erasmo, redactó dos discursos en tono y términos peyorativos, descalificando al humanista holandés (que profesaría en los Padres Agustinos) con escalofriantes calumnias. Al margen de esta cuestión, debe admitírsele como un autor prolífico envuelto de continuo, eso sí, en la polémica, la discrepancia y la controversia. Se citan como sus obras más significativas:

Comentara in Hippocratis librum de insomniis (1538), De causis linguae latinae (1540) e In libros dúos Aristotelis inscriptos de plantis (1566). (Nota del autor.)

En aquella localidad contrajo matrimonio por primera vez, del cual nacieron dos hijos que, poco tiempo después, junto con su madre, perderían la vida a causa de la terrible epidemia. Nostradamus en busca del olvido y el consuelo, emprendió un largo viaje de más de dos lustros de duración. En realidad, la vida del que con el devenir de la historia sería reconocido por el mundo entero como un erudito de la profecía, como el summun de la videncia, fue poco romántica. Tras un casamiento aburguesado que la muerte truncó con brutalidad extrema, Michel contrajo segundas nupcias con una viuda adinerada, Anne Posart Gemelle, que puso en la existencia del profeta una gran estabilidad económica de la que Nostradamus carecía y realmente necesitaba, incluso para controlar su equilibrio emocional, instalándose en Salon-de-Provence, donde en una casa que dicen aún puede verse, pasó los últimos veinte años de su vida. Al margen de la medicina, fue fabricante de horóscopos, almanaques, confituras y colorantes para las damas, no manifestando el menor escrúpulo a la hora de prestar dinero a muy crecido interés, a soñadores como Craponne, el ingeniero del primer canal de la Crau. Célebre ya que en los últimos años de su vida (y padre de numerosos hijos a los que sabía querer, si damos crédito a una carta dirigida a César, «su debilidad paternal»), sus costumbres y formalidades continuaron en el ámbito de la sencillez y la prudencia, aunque la visita a Salón de Catalina de Medicis y del rey Carlos IX le llenase de legítimo orgullo (1564).

Cierto es que adquirió el respeto y admiración de sus conciudadanos que le tenían por un cristiano ejemplar, presente en la misa y fiel defensor de la vida espiritual y religiosa. Aunque, como no todo lo que reluce es oro, el tiempo convirtió a nuestro protagonista, a la vez, en un hombre temido y odiado, tras la publicación en diez volúmenes de Las centurias, libros que narraban las consecuencias de sus proféticas visiones. Pero si temido y odiado era por los estratos ínfimos de la sociedad, los supersticiosos y, ¡como no!, por la propia Iglesia católica, no ocurría igual con la Casa Real francesa y la aristocracia de su tiempo, que le concedieron absoluta credibilidad, maravillándose así mismo de los resultados proféticos que, sucesivamente, fueron evidenciándose, hasta llegar al extremo de que las cortes europeas lo calificaron como «la voz de Dios», siendo muchos los ricos y nobles de toda Europa que le rindieron pleitesía y solicitaron sus servicios astrológicos.

Nadie sabe -ni ha sabido- con certeza los métodos, artes o técnicas que controlaba y dominaba Michel de Notredame, pero lo cierto es que hubo de admitirse –y se sigue admitiendo porque las evidencias obvian la duda y la incredulidad- el elevado porcentaje de aciertos surgidos de sus predicciones. Unos aseguraban sin aceptar réplica ni controversia, que el profeta era un genio, un iluminado del cielo, pero otros se desesperaban ante la posibilidad de que sus poderes hubiesen nacido en los abismos infernales controlados por el ángel caído -Satanás-, mientras que sus colegas en la ciencia médica le tildaban de embustero, embaucador, falaz e impostor, y los poetas y filósofos coetáneos del vidente, sumidos en un auténtico marasmo de confusiones, confesaban la mayor de las impotencias a la hora de entender e/o interpretar sus entelequias de futuro.

Es indiscutible que su éxito y fama podían debatirse, pero no ignorarse por ser un hecho palpable y fehaciente. Michel estaba ahora relajado, tranquilo, ajeno a sus apólogos y exégetas, a sus detractores y acérrimos enemigos.

Cuando las primeras sombras de la noche se cernían sobre el cielo de Salon-de-Provence, y lógicamente enmarcaban el cómodo hogar de la calle de la Poissonerie, Michel colgaba su bata de herbolario por la sotana de cristiano apostólico, encerrándose en el reducido ático de la casa, envuelto por astrolabios, inciensos, varillas de virtudes, espejos mágicos y el cuenco de latón donde escenificar oráculos. Así, pues, todas las luces dejaban de brillar cuando el manto de la noche cubría el lugar, exceptuando aquella que alumbraba a Nostradamus concentrado en sus mágicos artilugios y volcado en las lecturas por llegar. Es vox populi el asombroso blanco alcanzado por las flechas (cuartetas) del vidente en la diana del mundo; en algunos casos el acierto es en verdad alucinante, casos en los que Nostradamus predice la Revolución Francesa, el auge de Napoleón en una Francia insegura y tambaleante, el estallido de la Segunda Guerra Mundial con sus trágicos líderes, Hitler, Mussolini e incluso Franco (que no pasó de ser un actor invitado pero que, ideológicamente, dio cobertura en todo momento al fascismo y al nazismo de uno de los mayores genocidas de que nos da testimonio la historia), el asesinato de John Fitzgerald Kennedy...

Decíamos unos párrafos atrás que nadie ha penetrado nunca en el intríngulis profético/adivinatorio del iluminado. Se dice, dicen, que Nostradamus empleaba un método interpretativo y de predicción procedente de arcanos ancestrales, que utilizaba un especie de legado alquimista surgido de los inicios astrológicos y empleado por predecesores suyos que, no se sabe por qué, jamás alcanzaron la fama universal y el renombre de Michel. Se insiste en el único hecho (al parecer) probado de que se sumía en algo parecido a un éxtasis astrológico contemplando el resplandor de una vela (aceptando este supuesto se podría considerar a Nostradamus como el precursor -incluso, inductor- de las técnicas empleadas muchos años después por el neurólogo francés Jean Martín Charcot, que tras admitir la presencia de la psicopatología en muchas enfermedades nerviosas, la histeria principalmente, aplicó métodos curativos provocando un éxtasis similar al de nuestro personaje, a través de oscilaciones luminosas y de la hipnosis por magnetismo), al tiempo que observaba un cuenco de latón lleno de agua que hervía, entre otras muchas cosas, siendo a partir de aquí donde se yergue la barrera de impenetrabilidad que oculta celosamente a la curiosidad pública el modus operandi de Michel de Notredame.

No obstante, parece ser que existen ciertas evidencias aclaratorias en una carta dirigida por el profeta a su hijo César, donde le habla de la metodología por él utilizada para establecer sus oráculos. La epístola es poco conocida e incluso podría ponerse en entredicho su fiabilidad total, pero... Al igual que todos los escritos de Nostradamus, el texto está redactado en un lenguaje lejano a la ortodoxia literaria, enrevesado y de difícil comprensión aunque, a decir de algunos, si se entra en la filosofía de determinados matices cabe la posibilidad de obtener algún aspecto concreto sobre la magia y obra del misterioso, genial y único Nostradámus.

Extraeremos a continuación algunas secuencias de la mencionada carta, las que a nuestro criterio puedan familiarizamos más con la obra del vidente, ya que es muy extensa, amén de no ilustramos en exceso coparía un espacio que autor y editor necesitamos para la trascripción de las diez centurias y sus correspondientes cuartetas.

Transcribimos pues:

«Tu tardía llegada al mundo, César, hijo mío, me insta a poner por escrito, con el deseo de ofrecerte este recuerdo una vez producida mi desaparición física, lo que, del porvenir, la divina esencia me ha permitido asumir merced a las revoluciones astronómicas. Es provecho común de la humanidad que te hago este legado, fruto de un largo peregrinar de ininterrumpidas vigilias nocturnas en el interior de una vida y a longeva...

»Y porque es designio de Dios que, en el presente, no estés aún abierto a las luces naturales que Él ha dado a esta playa terrena, y que deba recorrer en soledad y bajo el signo de Marte los inicios de tu infancia, y que no hayas alcanzado siquiera las etapas más sólidas en que sería posible mi compañía y que, en consecuencia, tu entendimiento, todavía frágil hoy, no puede absorber nada de esta búsqueda en la que estoy inmerso y que por el estricto cumplimiento de las leyes naturales y físicas concluirá con mi desaparición.

»Considerando que para el humano, los eventos futuros se diluyen en un océano de incertidumbres, estando regidos y gobernados por el infinito poder del Señor, que no cesa de inspiramos, y esto, no merced a tránsitos dionisiacos ni de oscilaciones delirantes, sino, en verdad, por las figuras astronómicas que Él nos propone: "fuera del beneplácito divino no existe quien pueda aventurar con certeza inequívoca los aconteceres fortuitos y particulares, ni tampoco si no ha sido alentado por el soplo del espíritu profetice".

»Recordando también que desde épocas pretéritas, he predicho, con gran antelación y precisando los lugares, aconteceres que efectivamente se produjeron, previsión que siempre atribuí al don de la inspiración recibida de Dios; que, así mismo, he anunciado como inmediatos algunos infortunios o venturas que, prontamente vinieron a afectar los sectores por mí augurados entre todos los que se extienden bajo las distintas latitudes; que luego he preferido silenciar mis labios y no dar al orbe mis vaticinios, renunciando incluso a reunirlos en un epistolario ya que tanto temía para ellos la denigración del tiempo, y no sólo del tiempo que transcurre, sino también, y sobre todo, de la mayor parte de las épocas que están por llegar: pues los reinos de después se mostrarán bajo formas de tal punto insólitas, porque su legislación, creencias y hábitos cambiarán tanto comparándolos con los de ahora, a tal extremo que se les podría decir antagónicamente irreconciliables, que, de haber intentado esbozar tales reinos de acuerdo con su futura realidad, las generaciones venideras, quiero decir, aquéllas que, teniendo todavía el rigor aún vigente, se sentían para siempre seguras en sus fronteras, sociedades, forma de vivir y fe, esas generaciones, afirmo, no hubiesen asimilado cuanto escuchaban y habrían venido en condenar furiosamente su relato, por tanto verídico, el que demasiado tarde será aceptado por los siglos.

»Refiriéndome en fin a lo cierto de esta palabra del redentor: "no darás a los perros lo que pertenece a la santidad, no arrojarás las perlas a los cerdos, por temor a que las pisoteen y volviéndose junto contra vosotros, os despedacen".

»Por tales razonamientos había decidido privar de mi lengua al pueblo y al papel de mi pluma.

»Pero me parece, César, que me expreso aquí con un vocabulario casi indescifrable.

»Retomando a mi exposición he de decirte que hay otro método adivinatorio secreto, que nos llega oralmente y bajo el manto poético del "sutil espíritu del fuego". Esto surge en algún momento, como causa de una elevada contemplación de la realidad astronómica, ese sutil espíritu del fuego que se adueña de nuestro entendimiento. Entonces nuestra atención se hace más vigilante, en particular a las percepciones auditivas: comenzamos a escuchar frases con cadencia rítmica, sin temor alguno y olvidando toda vergüenza, largas series de máximas, correctas para ser transcritas. ¡Pero qué! ¿No es cierto que eso ocurre igualmente por la dádiva adivinatoria, y no procede de Dios, del Dios que trasciende el tiempo y que nos otorga los demás dones?

»Aunque, hijo mío, haya puesto delante el término "profeta", no creas que yo me quiero atribuir categoría tan elevada y sublime, sobre todo contemplando este momento. No está escrito: "aquel que hoy es calificado de profeta, ¿no habrá sido antiguamente definido como vidente?" Profeta, en verdad, es por definición aquel que ve las cosas situadas completamente al margen de la posibilidad del conocimiento natural, y no digo tan sólo del hombre, sino también de todo ser creado. Que si tu creyeses que el profeta pudiera, en virtud de la llama profética, la más resplandeciente, captar el todo de una cosa, sea divina, o aún humana, yo te respondería que es imposible, visto que dicha cosa extiende en cualquier dirección ramificaciones indefinidas.

»Sí, hijo mío, los designios de Dios son inescrutables; y si la virtud que engendra las causas venideras puede caminar por largo tiempo en estrecha relación con el conocimiento natural, las causas que nacerán de ella escaparán sin duda a este conocimiento natural: partirán, en efecto, de otro de sus orígenes, el último y más concluyente de todos, el "libre arbitrio"; esto hace que no sabrán adquirir ninguna condición capaz de hacerlas conocer antes de su realización, ni por humanos augurios, ni por inteligencia sobrehumana ni poder escondido bajo la bóveda celeste. Lo cual resulta así mismo de este hecho supremo: "una eternidad total que reúne en sí todos los tiempos".

»En esta hora, César, mi hijo estimado, has de comprender lo que hallo a través de mis revelaciones astronómicas, las cuales se concatenan en todos los puntos con aquello que me ha revelado la inspiración: encuentro que la espada letal se cierne sobre nosotros, bajo la forma de peste, de guerra más cruenta de lo que haya podido verse en tres vidas humanas, y de hambruna; encuentro que ese acero descenderá sobre la tierra, volviendo a caer otras muchas veces. Porque los astros se manifiestan al regreso cíclico de esos infortunios, porque también está dicho: "yo pondré a prueba sus iniquidades con una barra de hierro y yo los castigaré a golpes de vergas".

»Yo encuentro también desventuras mil acaecidas a consecuencia de lluvias torrenciales y las describo detalladamente "aunque en posiciones inconexas entre sí", en estas cuartetas puntualizando lugares, fechas y el término prefijado. Y los hombres que lleguen tras de mí sabrán de la verdad de lo que digo al ver realizadas algunas de esas profecías, de igual que algunos han sabido ya, como lo he hecho notar a propósito de mis predicciones anteriormente constatadas. Es cierto que entonces yo me expresaba con claridad meridiana, hoy en cambio esconde las significaciones bajo algunas nubes pero "cuando sea rasgado el velo de la ignorancia" el sentido de mi vaticinio se aclarará cada vez más. Concluyo, César; toma este don de tu padre, Michel de Notredame, que anhela gozar del tiempo necesario para explicarte cada una de las profecías de las cuartetas; y que ruega al Dios inmortal que El quiera darte larga vida y próspera felicidad.

De Salón. Este 1 de marzo de 1555.»

Una de las cuartetas habla del sepulcro de Nostradamus:

Centuria IX,VII

Quien primero profane el sepulcro sin que al punto no lo ocluya, reo será de grandes penas que absolutamente nadie probar podrá.

interpretación

Era el 1791 y la revolución francesa alcanzaba su punto álgido cuando, en una noche lóbrega de cielo ennegrecido y amenazante, un grupo de guardias nacionales procedentes de Marsella, borrachos hasta la saciedad, decidieron entrar en una iglesia con el pérfido objetivo de saquearla. En su ebria y atropellada búsqueda tropezaron con el ataúd donde reposaban los restos de Nostradamus. La complicidad de la noche y los efluvios alcohólicos que enturbiaban su cabeza hicieron que los saqueadores atropellasen el esqueleto del profeta esparciendo trozos de huesos por todos los rincones. Uno de los enloquecidos derramó vino en el interior del cráneo bebiendo en él como si de una copa se tratase. Algunas gentes del lugar que acompañaban a los soldados en la improvisada y tétrica fiesta, retaron al bebedor pan hacerlo, va Que se suponía que quien utilizara el cráneo de Nostradamus como recipiente en el que beber adquiriría los dones y facultades del vidente. Pero no se le hizo saber al desgraciado, o si se le hizo no quiso escuchar, el vaticinio que Michel dejara escrito (cuarteta que encabeza esta secuencia). Al otro día, el soldado que había hecho burla del anatema y profanado los restos de Nostradamus pereció en una emboscada cuando regresaba de Marsella con sus compañeros, a causa de un certero disparo efectuado por un simpatizante monárquico. El esqueleto deshonrado fue devuelto a su sepulcro, portando al cuello un medallón en el que se había grabado: año 1700. Era el medallón que Michel de Notredame mandó enterrar con él, considerando que sería aquella fecha la del siglo de su profanación.

Es ésta una evidencia indiscutible -una de tantas, claro- de los poderes y sorprendentes dotes adivinatorias del doctor en Medicina, del fabricante de horóscopos, almanaques, confituras y colorantes para damas, del prestamista, del más insigne de los videntes, del profeta por antonomasia.

De Nostradamus, nacido Michel de Notredame.

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